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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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—Le vi brevemente en Roma, justo antes <strong>de</strong> que se marchase a Sicilia.<br />

—¿Tuvo noticias suyas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Sicilia?<br />

<strong>El</strong> teniente iba tomando nota <strong>de</strong> sus respuestas en la libreta que había extraído <strong>de</strong> la cartera marrón.<br />

—Pues no. No supe nada <strong>de</strong> él.<br />

—¡Ajá! —exclamó el teniente. Parecía <strong>de</strong>dicar más atención a sus papeles que al propio Tom. Al fin, levantó la mirada con expresión amistosa e interesada.<br />

—Durante su estancia en Roma, ¿no se enteró usted <strong>de</strong> que la policía le andaba buscando?<br />

—No. No sabía nada <strong>de</strong> eso. Ni acabo <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r por qué se dice que he <strong>de</strong>saparecido.<br />

Tom se ajustó las gafas y miró al policía con ojos inquisitivos.<br />

—Se lo explicaré más tar<strong>de</strong>. Siguiendo con Roma, ¿no le dijo el signore Greenleaf que la policía <strong>de</strong>seaba hablar con usted?<br />

—No.<br />

—Es raro —comentó el teniente en voz baja, haciendo otra anotación en la libreta—. <strong>El</strong> signore Greenleaf sabía que queríamos entrevistarnos con usted. <strong>El</strong><br />

signore Greenleaf no se muestra <strong>de</strong>masiado dispuesto a colaborar, que digamos.<br />

Sonrió a Tom, y éste no cambio su expresión seria y atenta.<br />

—Signore <strong>Ripley</strong>, ¿dón<strong>de</strong> ha estado usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fines <strong>de</strong> noviembre?<br />

—Viajando. Principalmente por el norte <strong>de</strong> Italia.<br />

Premeditadamente, Tom <strong>de</strong>slizó alguna que otra falta en su italiano, procurando que las palabras fluyeran con un ritmo muy distinto <strong>de</strong>l <strong>de</strong> Dickie.<br />

—¿Por dón<strong>de</strong>? —preguntó el teniente, empuñando <strong>de</strong> nuevo la pluma.<br />

—Milano, Torino, Faenza..., Pisa...<br />

—Hemos hecho indagaciones en los hoteles <strong>de</strong> Milano y Faenza, sin ir más lejos, ¿acaso se alojó siempre con amigos suyos?<br />

—No... es que casi siempre dormía en mi coche.<br />

Tom pensó que resultaba claro ver que no disponía <strong>de</strong> mucho dinero, y también que él era un joven <strong>de</strong> los que preferían dormir <strong>de</strong> cualquier forma en vez <strong>de</strong><br />

hospedarse en un lujoso hotel...<br />

—Lamento no haber renovado mi permiso di soggiorno —dijo Tom, poniendo cara contrita—. No sabía que se tratase <strong>de</strong> un asunto muy importante.<br />

Lo cierto era que no ignoraba que los turistas casi nunca se tomaban las molestias <strong>de</strong> renovar el permiso <strong>de</strong> estancia y que se quedaban allí meses y meses pese a<br />

haber <strong>de</strong>clarado al entrar que su visita duraría solamente unas semanas.<br />

—Se dice permesso <strong>de</strong> soggiorno, no permiso —le corrigió el teniente con aire paternal.<br />

—Grazie.<br />

—¿Me permite ver su pasaporte?<br />

Tom lo sacó <strong>de</strong>l bolsillo interior <strong>de</strong> la americana. <strong>El</strong> teniente se puso a estudiar atentamente la fotografía, mientras Tom asumía la expresión vagamente ansiosa que<br />

tenía en la foto. En ella no usaba gafas, pero llevaba el pelo con la raya en el mismo lado, y la corbata anudada <strong>de</strong>l mismo modo, con un nudo triangular. <strong>El</strong> teniente<br />

echó una ojeada a los diversos visados <strong>de</strong> entrada que llenaban parcialmente las primeras dos páginas <strong>de</strong>l pasaporte.<br />

—Salvo la breve excursión a Francia con el signore Greenleaf, lleva usted en Italia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el dos <strong>de</strong> octubre, ¿verdad?<br />

—En efecto.<br />

<strong>El</strong> teniente sonrió y echó el cuerpo hacia a<strong>de</strong>lante.<br />

—Ebbene, con esto se aclara un asunto importante... el misterio <strong>de</strong> la lancha <strong>de</strong> San Remo.<br />

Tom arrugó el entrecejo.<br />

—¿Y eso qué es?<br />

—Se encontró una lancha hundida cerca <strong>de</strong> San Remo, y en ella había unas manchas que se creyeron <strong>de</strong> sangre. Naturalmente, eso fue cuando le dábamos por<br />

<strong>de</strong>saparecido; inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> eso...<br />

<strong>El</strong> policía abrió las manos y soltó una carcajada.<br />

—... creímos oportuno interrogar al signore Greenleaf para saber qué le había sucedido a usted. Así lo hicimos. ¡La embarcación se dio por perdida el mismo día<br />

<strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s dos a San Remo!<br />

Se rió otra vez.<br />

Tom fingió no darse por enterado <strong>de</strong> la coinci<strong>de</strong>ncia.<br />

—Pero el signore Greenleaf, ¿es que no les dijo que yo me fui a Mongibello al partir <strong>de</strong> San Remo? Fui a hacer algunos —hizo una pausa para buscar la palabra<br />

exacta— ...recados por cuenta suya.<br />

—Benone! —exclamó el teniente Roverini, sonriendo.<br />

Se aflojó los botones <strong>de</strong> la guerrera para estar más cómodo y se acarició el bigote con un <strong>de</strong>do.<br />

—¿Conocía usted también a Freddie Miles? —preguntó. Tom soltó un suspiro involuntario, comprendiendo que el asunto <strong>de</strong> la lancha quedaba <strong>de</strong>finitivamente<br />

archivado.<br />

—No. Sólo le vi una vez, cuando se apeaba <strong>de</strong>l autobús en Mongibello. Nunca volví a verle.<br />

—¡Ajá! —exclamó el teniente, tomando nota <strong>de</strong> ello.<br />

Permaneció callado durante un minuto, como si se le hubiesen terminado las preguntas, luego sonrió.<br />

—¡Ah, Mongibello! ¡Bonito pueblo! ¿No cree? Mi esposa es <strong>de</strong> allí.<br />

—¿De veras? —preguntó amablemente Tom.<br />

—Sí. Mi esposa y yo pasamos allí nuestra luna <strong>de</strong> miel.<br />

—En efecto, es un pueblo muy hermoso —dijo Tom—. Grave.<br />

Aceptó el Nazionale que le ofrecía el teniente, pensando que tal vez se trataba <strong>de</strong> una pausa cortés, a la italiana, una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso entre dos asaltos.<br />

Estaba seguro <strong>de</strong> que la vida privada <strong>de</strong> Dickie iba a salir en la conversación, incluyendo el asunto <strong>de</strong> los cheques falsificados, y todo lo <strong>de</strong>más. Con voz seria y<br />

empleando su vacilante italiano, Tom dijo:<br />

—Según he leído en un periódico, la policía sospecha que el signore Greenleaf fue el autor <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> Freddie Miles, a menos que él mismo se presente a<br />

las autorida<strong>de</strong>s. ¿Es cierto que le creen culpable?<br />

—¡Ah, no, no, no! —protestó el teniente—. ¡Pero es imprescindible que se presente! ¿Por qué se estará escondiendo <strong>de</strong> nosotros?<br />

—No lo sé. Como dice usted..., no parece muy dispuesto a colaborar —comentó Tom solemnemente—. Ni siquiera se molestó en avisarme que la policía me<br />

estaba buscando para hablar conmigo, en Roma. Pero, pese a todo..., me cuesta creerle culpable <strong>de</strong> asesinar a Freddie Miles.<br />

—¡Pero!... Verá, un hombre <strong>de</strong>claró en Roma que había visto a dos hombres junto al coche <strong>de</strong>l signore Miles, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vivía el signore Greenleaf, y que

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