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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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—Pronto? —dijo Tom dando unos golpecitos a la horquilla para atraer la atención <strong>de</strong> la telefonista <strong>de</strong>l hotel. Dejó el recado <strong>de</strong> que no estaba para nadie a<br />

excepción <strong>de</strong> la policía, y que no <strong>de</strong>bían permitir que nadie subiese a verle. Nadie en absoluto.<br />

Después <strong>de</strong> eso, el teléfono no sonó en toda la tar<strong>de</strong>. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las ocho, ya <strong>de</strong> noche, Tom bajó a comprar la prensa vespertina. Echó un vistazo al reducido<br />

vestíbulo <strong>de</strong>l hotel (y también al bar, cuya puerta daba al vestíbulo). Buscaba a alguien que pudiera ser Van. Estaba preparado para cualquier cosa, incluso para<br />

encontrarse a Marge sentada allí, esperándole, pero no vio a nadie que siquiera pareciese ser agente <strong>de</strong> policía.<br />

Compró los periódicos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y se sentó en un pequeño restaurante unas calles más allá. Todavía no había ninguna pista. Se enteró <strong>de</strong> que Van Houston era<br />

amigo íntimo <strong>de</strong> Freddie, que tenía veintiocho años y que se hallaba en Roma <strong>de</strong> paso, proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Austria y, al menos antes, con la intención <strong>de</strong> proseguir viaje<br />

hasta Florencia, don<strong>de</strong> él y Miles residían. La policía había interrogado a tres mozalbetes italianos, dos <strong>de</strong> dieciocho años y el otro <strong>de</strong> dieciséis, sospechosos <strong>de</strong> haber<br />

cometido el «horrible acto», pero más tar<strong>de</strong> los había puesto en libertad. Tom se sintió aliviado al leer que no se habían encontrado huellas dactilares recientes ni<br />

aprovechables en el «bellissimo» Fiat 1400 <strong>de</strong>scapotable <strong>de</strong> Miles.<br />

Tom se comió su costoletta di vitello lentamente, bebiendo sorbitos <strong>de</strong> vino y repasando todas las páginas <strong>de</strong> los periódicos, columna tras columna, buscando<br />

las noticias <strong>de</strong> última hora que la prensa italiana incluía a veces justo antes <strong>de</strong> pasar a la imprenta. No encontró nada más sobre el caso Miles, pero en la última página<br />

<strong>de</strong>l último periódico leyó:<br />

Barca affondata con macchie di sangue trovala nell' acqua poco fondo vicino San Remo.<br />

Leyó la noticia ávidamente con el corazón más aterrado que al llevar el cuerpo <strong>de</strong> Freddie sobre el hombro, o al ser interrogado por la policía. Le parecía estar<br />

leyendo su sentencia, igual que una pesadilla convertida en realidad, incluso en la forma <strong>de</strong> estar redactado el titular. Había una <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>tallada <strong>de</strong> la lancha y, al<br />

leerla, Tom revivió la escena: Dickie sentado con la caña <strong>de</strong>l timón entre las manos; Dickie sonriéndole; el cuerpo <strong>de</strong> Dickie hundiéndose en el agua <strong>de</strong>jando una estela<br />

<strong>de</strong> burbujas tras <strong>de</strong> sí. <strong>El</strong> texto <strong>de</strong> la noticia <strong>de</strong>cía que, según se creía, las manchas eran <strong>de</strong> sangre, sin afirmar a ciencia cierta que lo fuesen. No <strong>de</strong>cía lo que la policía o<br />

quien fuese pensaba hacer en relación con ellas.<br />

Pero Tom supuso que la policía haría algo. Probablemente el barquero podría informar a la policía <strong>de</strong>l día exacto en que se había perdido la lancha. Entonces la<br />

policía podría hacer indagaciones en los hoteles. Incluso era posible que el barquero recordase que la lancha se la habían alquilado dos americanos que luego no habían<br />

regresado. Si la policía se tomaba la molestia <strong>de</strong> comprobar el registro <strong>de</strong> los hoteles correspondiente a aquellas fechas, el nombre <strong>de</strong> Richard Greenleaf iba a<br />

<strong>de</strong>stacarse como una ban<strong>de</strong>ra roja. En tal caso, por supuesto, el <strong>de</strong>saparecido sería Tom <strong>Ripley</strong>, probablemente asesinado aquel mismo día. La imaginación <strong>de</strong> Tom se<br />

lanzó por distintos sen<strong>de</strong>ros:<br />

«¿Y si se ponen a buscar el cuerpo <strong>de</strong> Dickie y lo encuentran? Darían por sentado que se trataba <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> Tom <strong>Ripley</strong>. Sospecharían que Dickie es el<br />

asesino. Ergo, Dickie sería sospechoso <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> Freddie Miles también. De la noche a la mañana, Dickie pasaría a ser "un tipo peligroso, un asesino". Por el<br />

contrario, pue<strong>de</strong> que el barquero no recuer<strong>de</strong> qué día <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverle una <strong>de</strong> sus lanchas. Incluso, suponiendo que sí lo recuer<strong>de</strong>, tal vez no indaguen en los<br />

hoteles. Tal vez a la policía italiana no le interesase tanto el caso. Tal vez, tal vez, tal vez no.» Tom dobló los periódicos, pagó la cuenta y salió.<br />

Al llegar al hotel, preguntó si había algún recado para él.<br />

—Sí, signore . Questo e questo e questo...<br />

<strong>El</strong> recepcionista los fue colocando sobre el mostrador con el aire triunfal <strong>de</strong> un jugador <strong>de</strong> póquer mostrando una escalera.<br />

Había dos <strong>de</strong> Van, uno <strong>de</strong> Robert Gilberston (a Tom le parecía haber visto ese nombre en la libreta <strong>de</strong> direcciones <strong>de</strong> Dickie. Decidió comprobarlo luego). Uno<br />

<strong>de</strong> Marge. Tom lo recogió y leyó cuidadosamente el mensaje escrito en italiano:<br />

«La signorina Sherwood llamó a las tres y cinco y volverá a llamar. Era una conferencia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mongibello.»<br />

Tom asintió con la cabeza y recogió las notas.<br />

—Muchas gracias.<br />

No le gustó la forma en que le miraba el recepcionista y se dijo que los italianos eran un hatajo <strong>de</strong> fisgones.<br />

Ya en su habitación, se sentó en un sillón con el cuerpo echado hacia a<strong>de</strong>lante, fumando y pensando. Trataba <strong>de</strong> imaginar lo que lógicamente iba a suce<strong>de</strong>r si no<br />

hacía nada, y lo que podía suce<strong>de</strong>r si él lo provocaba con sus actos. Era muy probable que Marge viniese hasta Roma. Era obvio que había llamado a la policía <strong>de</strong><br />

Roma para preguntarles su dirección. Si venía, tendría que recibirla sin hacerse pasar por Dickie, tratando <strong>de</strong> convencerla <strong>de</strong> que éste se había ausentado unos<br />

momentos, como había tenido que hacer con Freddie. Y si no lo lograba... Tom se frotó las manos nerviosamente. Decidió que no había otra salida que no ver a<br />

Marge. Especialmente cuando el asunto <strong>de</strong> la lancha empezaba a fraguarse. Todo se <strong>de</strong>sbarataría si llegaba a verla. Sería el fin <strong>de</strong> todo. Pero si se quedaba sentado sin<br />

hacer nada, nada suce<strong>de</strong>ría. Trató <strong>de</strong> tranquilizarse diciéndose que era la coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l asunto <strong>de</strong> la lancha con el asesinato, todavía por resolver, <strong>de</strong> Freddie Miles<br />

lo que hacía que las cosas se pusieran difíciles. Pero que nada, absolutamente nada, iba a pasarle a él, si era capaz <strong>de</strong> seguir diciendo lo que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cir y<br />

comportándose como <strong>de</strong>bía comportarse. Después, las cosas volverían a ir como una seda. Se iría a un lugar lejano, muy lejano... Grecia, o la India, tal vez Ceilán,<br />

don<strong>de</strong> ningún antiguo conocido pudiera llamar a su puerta. ¡Qué imbécil había sido al pensar que podría quedarse en Roma!<br />

Llamó a la Stazione Termini para preguntar sobre los trenes que salían hacia Nápoles al día siguiente. Había cuatro o cinco. Tomó nota <strong>de</strong> la hora en que salía<br />

cada uno <strong>de</strong> ellos. <strong>El</strong> buque <strong>de</strong> Mallorca no saldría hasta cinco días más tar<strong>de</strong>, y Tom se dijo que lo esperaría en Nápoles. Todo lo que le hacía falta era el permiso <strong>de</strong><br />

la policía, y si todo iba bien, se lo darían al día siguiente. No podían retenerle para siempre, sin ni siquiera tener motivos para sospechar, sólo por si se les ocurría<br />

hacerle alguna que otra pregunta. Empezó a dar por seguro que le <strong>de</strong>jarían en libertad <strong>de</strong> acción al día siguiente, que sería absolutamente lógico que así fuese.<br />

Volvió a <strong>de</strong>scolgar el teléfono para <strong>de</strong>cirle al recepcionista que, si miss Marjorie Sherwood llamaba otra vez, le pasase la llamada. Tom pensó que si Marge volvía<br />

a telefonear, en dos minutos la convencería <strong>de</strong> que todo iba bien, que el asesinato <strong>de</strong> Freddie no le incumbía en lo más mínimo y que, si estaba en un hotel, era para<br />

evitar llamadas anónimas y, al mismo tiempo, estar a disposición <strong>de</strong> la policía por si le necesitaban para la i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong> algún posible sospechoso. Le diría que salía<br />

en avión con <strong>de</strong>stino a Grecia el día siguiente, por lo que no hacía falta que ella se <strong>de</strong>splazara a Roma. Entonces se le ocurrió que, <strong>de</strong> hecho, podía coger el avión <strong>de</strong><br />

Palma en la misma Roma. No había caído en la cuenta antes. Se tumbó en la cama, cansado pero sin querer acostarse aún, ya que tenía el presentimiento <strong>de</strong> que algo<br />

iba a suce<strong>de</strong>r aquella misma noche. Procuró concentrar sus pensamientos en Marge, a la que se imaginaba en el bar <strong>de</strong> Giorgio en aquel preciso momento, quizá<br />

tomándose un Tom Collins en el bar <strong>de</strong>l Mirarnare, con parsimonia, dudando entre si <strong>de</strong>bía volver a llamarle o no. Tom podía imaginársela con la preocupación<br />

asomándole al rostro, pensando en lo que estaba sucediendo en Roma. Estaría sola en una mesa, sin hablar con nadie. La vio levantarse y regresar a casa, don<strong>de</strong><br />

prepararía la maleta para coger el autobús a la mañana siguiente. Él estaba allí también, <strong>de</strong> pie en la calzada ante la estafeta <strong>de</strong> correos, pidiéndole a gritos que no fuese,<br />

tratando <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener el autobús, sin conseguirlo...<br />

La imagen se disolvió en un torbellino <strong>de</strong> grises y amarillos, el color que tenía la arena <strong>de</strong> Mongibello. Tom vio a Dickie, vestido con el traje <strong>de</strong> pana que llevaba<br />

en San Remo y sonriéndole. <strong>El</strong> traje estaba empapado y la corbata no era más que un colgajo que chorreaba agua. Dickie se inclinaba hacia él y le zaran<strong>de</strong>aba.<br />

—¡Me salvé! —<strong>de</strong>cía—. ¡Despiértate, Tom! ¡Me salvé nadando! ¡Estoy vivo!<br />

Tom trató <strong>de</strong> zafarse <strong>de</strong>l contacto <strong>de</strong> sus manos y oyó que Dickie se reía <strong>de</strong> él, con su risa profunda y alegre.

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