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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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Tom se asomó al hueco <strong>de</strong> la escalera. Tres pisos más abajo se veía parte <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las mangas <strong>de</strong>l abrigo que llevaba Freddie. Estaba hablando en italiano con la<br />

signora Buffi. La voz <strong>de</strong> la mujer le llegaba con mayor claridad.<br />

—... sólo el signore Greenleaf —<strong>de</strong>cía la mujer—. No, sólo uno... signore chi?... No, signore ... No creo que haya salido en todo el día, ¡claro que puedo estar<br />

equivocada!<br />

La mujer soltó una carcajada.<br />

Tom apretaba la barandilla como si fuese el cuello <strong>de</strong> Freddie.<br />

Entonces oyó los pasos <strong>de</strong> Freddie que subían la escalera corriendo. Entró en el apartamento y cerró la puerta. Podía insistir en que no vivía allí, que Dickie<br />

estaba en el Otelo, o bien que no sabía dón<strong>de</strong> estaba, pero sabía que Freddie ya no iba a cejar hasta dar con Dickie. A<strong>de</strong>más, cabía la posibilidad <strong>de</strong> que Freddie le<br />

arrastrara a la planta baja para preguntarle a la signora Buffi quién era él.<br />

Freddie llamó a la puerta. Luego giró el pestillo, pero la llave estaba echada. Tom cogió un pesado cenicero <strong>de</strong> cristal. Tuvo que agarrarlo por un bor<strong>de</strong> ya que<br />

era <strong>de</strong>masiado ancho para que la mano lo abarcase. Trató <strong>de</strong> pensar un poco más sobre si había alguna otra salida. Con la mano izquierda abrió la puerta; tenía la otra<br />

mano y el cenicero ocultos tras la espalda.<br />

Freddie entró en la habitación.<br />

—Escucha, ¿te importaría <strong>de</strong>cirme...?<br />

<strong>El</strong> bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cenicero le dio en plena frente. Freddie se quedó atónito. Entonces se le doblaron las rodillas y cayó como un buey <strong>de</strong>rribado por un mazazo entre<br />

los ojos. Tom cerró la puerta <strong>de</strong> un puntapié. Con el cenicero <strong>de</strong>scargó un fuerte golpe en la nuca <strong>de</strong> Freddie. Luego otro, y otro, temiendo que Freddie estuviera<br />

simplemente fingiendo y que, <strong>de</strong> pronto, sus brazos le atenazasen las piernas y le <strong>de</strong>rribasen, <strong>de</strong>scargó otro golpe, esta vez <strong>de</strong> refilón y sobre el cráneo, y la sangre<br />

empezó a manar. Tom se puso a mal<strong>de</strong>cir. Corriendo, fue al cuarto <strong>de</strong> baño y regresó con una toalla que colocó <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Freddie. Luego cogió la<br />

muñeca para tomarle el pulso. Adivinó que todavía le latía débilmente, cada vez más débilmente, como si el contacto <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos lo estuviera haciendo <strong>de</strong>saparecer<br />

<strong>de</strong>l todo. Al cabo <strong>de</strong> un segundo, el pulso se esfumó. Tom aguzó el oído hacia la escalera, imaginándose a la signora Buffi ante la puerta, con la sonrisa que empleaba<br />

cuando tenía la impresión <strong>de</strong> estar entrometiéndose. Pero ni los golpes con el cenicero ni la caída <strong>de</strong> Freddie habían armado <strong>de</strong>masiado ruido, al menos así se lo<br />

parecía a Tom. Bajó la vista hacia la mole <strong>de</strong> Freddie y sintió una súbita sensación <strong>de</strong> asco e impotencia.<br />

Era solamente la una menos veinte, y faltaban horas para que oscureciese. Se preguntó si a Freddie le estarían esperando en alguna parte, tal vez en un coche,<br />

abajo en la calle. Le registró los bolsillos: un billetero, el pasaporte americano en un bolsillo interior <strong>de</strong>l abrigo, un poco <strong>de</strong> cal<strong>de</strong>rilla italiana y <strong>de</strong> otro país que no pudo<br />

reconocer, un estuche-llavero. Había dos llaves en una anilla que <strong>de</strong>cía FlAT. Buscó el carnet <strong>de</strong> conducir en el billetero. Lo encontró. En él constaban todos los datos:<br />

FIA T 1400 nero— <strong>de</strong>scapotable — 1955. Le sería fácil localizado si había venido en él. Registró todos los bolsillos, sin olvidar los <strong>de</strong>l chaleco, tratando <strong>de</strong> encontrar<br />

el ticket <strong>de</strong> un garaje, pero no lo halló. Se acercó a la ventana <strong>de</strong> la calle y estuvo a punto <strong>de</strong> sonreír al mirar afuera: allí estaba el <strong>de</strong>scapotable negro, aparcado junto a<br />

la acera <strong>de</strong> enfrente, casi <strong>de</strong>lante mismo <strong>de</strong> la casa. No podía <strong>de</strong>cirlo con certeza, pero le pareció que no había nadie en el coche.<br />

De repente supo lo que iba a hacer. Se puso a arreglar la habitación, sacando las botellas <strong>de</strong> ginebra y vermut <strong>de</strong>l aparador, y, pensándolo mejor, también la <strong>de</strong><br />

Pernod, ya que su olor era mucho más fuerte. Dejó las botellas sobre la mesa y preparó un martini en un vaso alto, añadiéndole un par <strong>de</strong> cubitos <strong>de</strong> hielo. Bebió un<br />

poco para que el vaso quedase sucio, luego vertió un poco en otro vaso y se acercó con él al cuerpo <strong>de</strong> Freddie. Cogió la mano fláccida <strong>de</strong> Freddie y apretó los <strong>de</strong>dos<br />

en torno al vaso, que seguidamente volvió a llevar a la mesa. Echó una mirada a la herida y comprobó que ya no sangraba o que estaba <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> hacerlo; la sangre<br />

no había traspasado la toalla manchando el suelo. Apoyó el cuerpo <strong>de</strong> Freddie en la pared y vertió un poco <strong>de</strong> ginebra sola en su garganta, directamente <strong>de</strong> la botella.<br />

La mayor parte <strong>de</strong>l líquido se le <strong>de</strong>rramó por la pechera <strong>de</strong> la camisa aunque Tom supuso que la policía italiana no haría ningún análisis <strong>de</strong> sangre para comprobar si<br />

Freddie había estado muy borracho o sólo un poco. Tom <strong>de</strong>jó que sus ojos se posaran inquietos en el rostro <strong>de</strong> Freddie, y su estómago se contrajo <strong>de</strong> tal modo que<br />

apartó la mirada rápidamente. La cabeza le daba vueltas y se dijo que no <strong>de</strong>bía volver a hacerla.<br />

«¡Lo que faltaba!», se dijo Tom acercándose a la ventana con pasos vacilantes. «¡Mira que si me <strong>de</strong>smayo ahora...!»<br />

Abrió la ventana y respiró profundamente el aire fresco, mirando ceñudamente el coche negro aparcado al otro lado <strong>de</strong> la calle. Se dijo que no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>smayarse,<br />

que sabía exactamente lo que haría: un Pernod para los dos en el último minuto. Otros dos vasos con sus huellas dactilares y las <strong>de</strong> Freddie, más restos <strong>de</strong> licor. Luego<br />

habría que llenar los ceniceros. Freddie fumaba Chesterfield. Luego la Via Appia, en uno <strong>de</strong> los rincones oscuros que había <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las tumbas. En la Via Appia había<br />

largos trechos sin ningún farol. <strong>El</strong> billetero <strong>de</strong> Freddie habría <strong>de</strong>saparecido. Motivo: robo.<br />

Le quedaban bastantes horas, pero no se <strong>de</strong>tuvo hasta haber <strong>de</strong>jado preparada la habitación: una docena <strong>de</strong> cigarrillos Chesterfield, y otra <strong>de</strong> Lucky Strike,<br />

quemados y aplastados en los ceniceros; un vaso <strong>de</strong> Pernod hecho añicos en el cuarto <strong>de</strong> baño, sin terminar <strong>de</strong> barrer los cristales, que seguían sobre las baldosas.<br />

Resultaba curioso que, mientras preparaba tan minuciosamente la escena, iba pensando que tendría horas <strong>de</strong> sobra para volverlo a <strong>de</strong>jar todo en or<strong>de</strong>n —tal vez entre<br />

las nueve <strong>de</strong> aquella misma noche, hora en que quizá la policía creería interesante someterle a interrogatorio, ya que quizá alguien sabía que Freddie Miles pensaba<br />

visitar a Dickie Greenleaf aquel día— y Tom supo con certeza que así sería, que tendría el piso perfectamente arreglado para las ocho <strong>de</strong> la noche, ya que, según la<br />

historia que pensaba contar, Freddie habría salido <strong>de</strong> su casa a las siete (como, <strong>de</strong> hecho, iba a suce<strong>de</strong>r), y Dickie Greenleaf era un joven pulcro y or<strong>de</strong>nado, incluso<br />

cuando llevaba unas cuantas copas en el cuerpo. Pero el motivo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n era que le servía <strong>de</strong> justificación <strong>de</strong> la historia ante sí mismo, que le obligaba a creérsela él<br />

también.<br />

A<strong>de</strong>más, pensaba empren<strong>de</strong>r el viaje a Palma vía Nápoles por la mañana, a las diez y media, a no ser que, por alguna razón, la policía le retuviera en Roma. Si el<br />

hallazgo <strong>de</strong>l cuerpo salía en los periódicos <strong>de</strong> la mañana, y la policía no se ponía en contacto con él, lo natural sería que él se presentase voluntariamente para <strong>de</strong>cirles<br />

que Freddie Miles había estado en su casa a última hora <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, aunque, <strong>de</strong> repente, se le ocurrió que tal vez el forense averiguaría que Freddie llevaba muerto<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mediodía. En aquellos momentos le era posible sacar a Freddie, imposible a plena luz <strong>de</strong>l día. No. Su única esperanza estribaba en que tardasen tantas horas<br />

en hallar el cadáver que el forense no pudiese establecer con certeza la hora exacta <strong>de</strong>l fallecimiento. A<strong>de</strong>más, tenía que sacarlo <strong>de</strong> la casa sin ser visto por nadie,<br />

absolutamente nadie —tanto si lograba bajarlo como si se tratase <strong>de</strong> un borracho, como si no lo lograba—, para que, si tenía que prestar <strong>de</strong>claración, pudiese <strong>de</strong>cir<br />

que Freddie se había ido sobre las cuatro o las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />

Temía tanto las cinco o seis horas que faltaban para el anochecer, que durante unos instantes temió también no ser capaz <strong>de</strong> esperar. Tom temblaba, pensando<br />

que no había tenido ninguna intención <strong>de</strong> matarle, que había sido una muerte estúpida, pero Freddie, con sus malditas sospechas, le había obligado a ello. Tom sentía<br />

<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> salir a dar un paseo, pero no se atrevía a <strong>de</strong>jar el cadáver allí. A<strong>de</strong>más, era necesario hacer ruido, si es que tenía que hacer ver que él y Freddie se habían<br />

pasado toda la tar<strong>de</strong> charlando y bebiendo. Puso la radio y buscó una emisora que transmitía música <strong>de</strong> baile. Decidió que, al menos, podía tomarse una copa.<br />

Formaba parte <strong>de</strong> la comedia. Se preparó otro par <strong>de</strong> martinis con hielo. Ni siquiera aquello le apetecía, pero se lo bebió.<br />

La ginebra no hizo más que hacer más intensas sus dudas y temores. Se quedó contemplando el largo y pesado cuerpo <strong>de</strong> Freddie, con el abrigo hecho una<br />

pelota <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l mismo, sin que él, Tom, se atreviera o tuviera fuerzas suficientes para en<strong>de</strong>rezarlo, aunque le molestaba verlo. Una y otra vez, pensaba en lo triste,<br />

estúpida, peligrosa e innecesaria que era aquella muerte, y cuán brutalmente injusta para el propio Freddie. Por supuesto no resultaba imposible odiar a Freddie: un<br />

cochino y un egoísta que se había atrevido a <strong>de</strong>spreciar a uno <strong>de</strong> sus mejores amigos,(porque sin duda Dickie era uno <strong>de</strong> sus mejores amigos) solamente porque le<br />

sospechaba culpable <strong>de</strong> <strong>de</strong>sviación sexual. Tom se echó a reír al pensar en aquellas palabras: <strong>de</strong>sviación sexual.

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