13.05.2013 Views

(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Marge.<br />

Tom lanzó un bufido al leer el final <strong>de</strong> la carta, luego la dobló y se la guardó en un bolsillo <strong>de</strong> la chaqueta. Con un gesto automático, miró hacia la entrada <strong>de</strong>l hotel,<br />

buscando a la policía.<br />

Si la policía pensaba que Dickie Greenleaf y Tom <strong>Ripley</strong> estaban viajando juntos, lo lógico era que ya hubiesen indagado en los hoteles <strong>de</strong> Palermo para localizar<br />

a Tom <strong>Ripley</strong>. Pero no había señales <strong>de</strong> que le estuviesen vigilando, aunque bien podía ser que, sabiendo que Tom <strong>Ripley</strong> seguía con vida, hubieran dado carpetazo al<br />

asunto <strong>de</strong> la lancha. Era lo más natural que podían hacer. A<strong>de</strong>más, quizá ya se habían disipado las sospechas en torno a Dickie por lo <strong>de</strong> San Remo y el caso Miles.<br />

Era posible.<br />

Subió a su habitación y con la «Hermes» portátil <strong>de</strong> Dickie empezó una carta para míster Greenleaf. La empezó con una explicación sobria y lógica <strong>de</strong>l asunto<br />

Miles, pensando que probablemente míster Greenleaf se sentía bastante alarmado ya. Le dijo que los interrogatorios <strong>de</strong> la policía ya habían concluido y que lo único<br />

que seguramente le pedirían era que i<strong>de</strong>ntificase a los posibles sospechosos, ya que podía ser que se sospechase <strong>de</strong> algún conocido que él y Freddie tuvieran en<br />

común.<br />

Sonó el teléfono mientras estaba escribiendo. Una voz <strong>de</strong> hombre le dijo que era el tenente Fulano <strong>de</strong> Tal <strong>de</strong> la policía <strong>de</strong> Palermo.<br />

—Estamos buscando a Thomas Phelps <strong>Ripley</strong>. ¿Por casualidad está en el mismo hotel que usted? —preguntó cortésmente.<br />

—Pues, no —contestó Tom.<br />

—¿Sabe dón<strong>de</strong> se halla?<br />

—Me parece que en Roma. Hace sólo dos o tres días que le vi en Roma.<br />

—No ha sido localizado en Roma. ¿No sabe adón<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> haber ido al marcharse <strong>de</strong> Roma?<br />

—Lo siento, pero no tengo ni la más ligera i<strong>de</strong>a —dijo Tom.<br />

—Peccato —dijo la voz, soltando un suspiro <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento—. Grazie tante, signore.<br />

—Di niente.<br />

Tom colgó y regresó a la máquina <strong>de</strong> escribir.<br />

La aburrida prosa <strong>de</strong> Dickie le estaba saliendo con mayor soltura <strong>de</strong> lo que jamás le había salido la suya propia. La mayor parte <strong>de</strong> la carta la dirigió a la madre<br />

<strong>de</strong> Dickie, a la que puso al corriente <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> su guardarropa, que era bueno, y <strong>de</strong> su salud, que era igualmente buena, preguntándole, a<strong>de</strong>más, si había recibido el<br />

tríptico pintado al esmalte que para ella había comprado en una tienda <strong>de</strong> antigüeda<strong>de</strong>s romana hacía un par <strong>de</strong> semanas. Mientras escribía iba pensando en lo que tenía<br />

que hacer con respecto a Thomas <strong>Ripley</strong>. Se dijo que no <strong>de</strong>bía correr riesgos. Aunque lo guardase bien envuelto en papeles que habían sido <strong>de</strong> Dickie, era una<br />

impru<strong>de</strong>ncia tener el pasaporte <strong>de</strong> Tom en la maleta, aunque tal como estaba no era probable que algún inspector <strong>de</strong> aduanas diese con él. <strong>El</strong> forro <strong>de</strong> la maleta nueva,<br />

<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> antílope, le ofrecía un escondrijo mas seguro. Allí no podrían verlo aunque le vaciasen la maleta, y seguiría estando a su alcance en caso <strong>de</strong> apuro. Algún día<br />

podía necesitarlo. Podía venir un día en que fuese más peligroso ser Dickie Greenleaf que Tom <strong>Ripley</strong>.<br />

Empleó media mañana en escribir la carta a los Greenleaf. Una corazonada le dijo que míster Greenleaf se estaba impacientando con Dickie, no con la misma<br />

impaciencia que Tom había presenciado en Nueva York, sino que se trataba <strong>de</strong> algo mucho más serio. Míster Greenleaf sospechaba que el traslado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mongibello<br />

a Roma era un simple capricho. De nada habían servido sus esfuerzos por convencerle <strong>de</strong> que realmente quería estudiar y pintar en Roma. Míster Greenleaf los había<br />

<strong>de</strong>scartado con un simple comentario, diciéndole algo en el sentido <strong>de</strong> que era una tontería que siguiera atormentándose a sí mismo con lo <strong>de</strong> querer pintar, ya que para<br />

aquellas alturas ya <strong>de</strong>biera saber que para ser pintor hacía falta algo más que un bello paisaje o un cambio <strong>de</strong> aires. Míster Greenleaf tampoco había dado gran<strong>de</strong>s<br />

muestras <strong>de</strong> entusiasmo ante el interés <strong>de</strong> Tom por el catálogo <strong>de</strong> la Burke-Greenleaf. Las cosas distaban mucho <strong>de</strong> ser como Tom esperaba que fuesen, es <strong>de</strong>cir,<br />

míster Greenleaf no parecía dispuesto a <strong>de</strong>jarse llevar a su antojo ni a pasar por alto el <strong>de</strong>scuido en que Dickie había tenido a sus padres en el pasado. Tal como estaba<br />

todo, Tom no se atrevía a pedirle más dinero como tenía pensado hacer.<br />

“Cuídate mucho, mamá —escribió—. Cuidado con los resfriados (mistress Greenleaf le había dicho que ya se había resfriado cuatro veces en lo que llevaban <strong>de</strong><br />

invierno, y que había tenido que pasar las Navida<strong>de</strong>s en cama, abrigada con el chal que él le había regalado). Si te hubieses puesto un par <strong>de</strong> esos calcetines <strong>de</strong> lana<br />

que me mandaste, no te habrías resfriado. Yo no he pillado ninguno este invierno, lo cual es una verda<strong>de</strong>ra proeza si se piensa en cómo es el invierno en Europa...<br />

¿Quieres que te man<strong>de</strong> alguna cosa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí? Me gusta comprarte cosas...”

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!