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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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había motivado la cuestión lanzada por ella contra Dickie, en una <strong>de</strong> sus cartas. Tom se mordió la lengua mientras servía las copas odiándose a sí mismo por cobar<strong>de</strong>.<br />

Durante el almuerzo (Tom lamentó que el primer plato fuese un rosbif frío, ya que eso resultaba <strong>de</strong>sorbitadamente caro en Italia) Marge se puso a interrogarle<br />

sobre el estado mental <strong>de</strong> Dickie durante su estancia en Roma. La muchacha daba muestras <strong>de</strong> mayor sagacidad que cualquier policía. Logró hacerle confesar que<br />

había pasado diez días en Roma, con Dickie, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l viaje a Cannes. Le hizo preguntas sobre todo: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Di Massimo, el pintor con quien Dickie solía trabajar,<br />

hasta el apetito <strong>de</strong> Dickie y la hora a que se levantaba por la mañana.<br />

—¿Qué crees que sentía por mí? Dímelo honradamente, sabré soportar lo que sea.<br />

—Creo que estaba preocupado por ti —dijo Tom con vehemencia—. Creo... bueno, era una <strong>de</strong> esas situaciones tan frecuentes, un hombre que tiene miedo al<br />

matrimonio...<br />

—¡Pero si nunca le pedí que se casase conmigo! —protestó Marge.<br />

—Ya lo sé, pero...<br />

Tom hizo un esfuerzo por continuar, aunque el tema le escocía como si fuese vinagre en la boca.<br />

—Digamos que no se vio capaz <strong>de</strong> afrontar la responsabilidad <strong>de</strong> que tú le tuvieses tanto cariño. Creo que lo que <strong>de</strong>seaba era tener contigo una relación más<br />

superficial.<br />

Con eso se lo <strong>de</strong>cía todo y no le <strong>de</strong>cía nada.<br />

Marge le dirigió una <strong>de</strong> sus miradas <strong>de</strong> niña <strong>de</strong>svalida, pero fue sólo un momento; luego se repuso valientemente y dijo:<br />

—Bueno, todo eso es agua pasada. Lo único que me interesa es lo que pueda haberle pasado a Dickie.<br />

Tom pensó que la furia <strong>de</strong> Marge contra él, por haber pasado todo el invierno con Dickie, era agua pasada también, porque, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, ella se había<br />

resistido a creerlo y ahora ya no tenía necesidad <strong>de</strong> hacerlo. Con mucho cuidado le preguntó:<br />

—¿Por casualidad no te escribiría <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Palermo?<br />

Marge movió la cabeza negativamente.<br />

—No. ¿Por qué?<br />

—Quería saber qué opinabas tú sobre su estado <strong>de</strong> ánimo <strong>de</strong> aquellos días. ¿Le escribiste tú?<br />

<strong>El</strong>la vaciló.<br />

—Sí... <strong>de</strong> hecho, lo hice.<br />

—¿En qué tono? Te lo pregunto sólo porque pienso que una carta poco amistosa pudo haberle sentado muy mal entonces.<br />

—Verás..., resulta difícil <strong>de</strong>cirlo. Le escribí en un tono bastante amistoso, diciéndole que regresaba a los Estados Unidos.<br />

Marge le miró con los ojos muy abiertos. Tom disfrutaba viendo su rostro, viendo cómo otra persona titubeaba al mentir. Aquélla era la carta malintencionada que<br />

ella había escrito diciéndole que le había contado a la policía que él y Dickie estaban siempre juntos.<br />

—Entonces no creo que tenga importancia —dijo Tom con voz suave.<br />

Transcurrieron unos instantes en silencio, entonces Tom le preguntó por su libro, por el nombre <strong>de</strong>l editor y por sus planes para el futuro. Marge le contestó dando<br />

muestras <strong>de</strong> entusiasmo y a Tom le dio la impresión que si Dickie volvía junto a ella y le publicaban el libro antes <strong>de</strong>l siguiente invierno, la muchacha estallaría <strong>de</strong><br />

felicidad, explotaría como una bomba y nunca más se sabría <strong>de</strong> ella.<br />

—¿Crees que <strong>de</strong>bo hablar con míster Greenleaf? —preguntó Tom—. Gustosamente iría a Roma.<br />

Mentalmente se dijo que no iría tan gustosamente, ya que en Roma había <strong>de</strong>masiada gente que le había visto interpretar el papel <strong>de</strong> Dickie Greenleaf.<br />

—¿O acaso él preferiría venir aquí? Podría darle alojamiento en casa. ¿Dón<strong>de</strong> se aloja en Roma?<br />

—Con unos amigos americanos que viven en un piso muy gran<strong>de</strong>. Se llaman Northup y viven en la Via Quattro Novembre. Me parece que quedarías muy bien si<br />

lo hicieses. Te anotaré la dirección.<br />

—Buena i<strong>de</strong>a. No le caigo simpático, ¿verdad?<br />

—Pues, para serte franca, no. Bien mirado, creo que es un poco duro contigo. Probablemente cree que estuviste viviendo a costa <strong>de</strong> Dickie.<br />

—Pues no es verdad. Lamento que no diera resultado lo <strong>de</strong> hacer que Dickie regresara a casa, pero eso ya se lo expliqué. Le escribí cuando me enteré <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Dickie, esforzándome por ser amable, por tranquilizarle. ¿Es que no sirvió <strong>de</strong> nada?<br />

—Creo que sí, pero... ¡Oh, cuánto lo siento, Tom! ¡Con lo bonito que es este mantel!<br />

Marge acababa <strong>de</strong> verter su copa sobre la mesa y se puso a limpiarla torpemente, con la servilleta. Tom regresó corriendo <strong>de</strong> la cocina con un trapo mojado.<br />

—No tiene ninguna importancia —dijo mirando cómo la ma<strong>de</strong>ra iba perdiendo color pese a sus esfuerzos.<br />

No era el mantel lo que le importaba, sino la hermosa mesa que había <strong>de</strong>bajo.<br />

—Lo siento muchísimo —seguía diciendo Marge.<br />

Tom la odiaba. Inesperadamente, se acordó <strong>de</strong> los sujetadores <strong>de</strong> la muchacha colgados en el antepecho <strong>de</strong> la ventana, en Mongibello, y pensó que aquella<br />

noche, si la invitaba a quedarse, colocaría toda su ropa interior sobre una <strong>de</strong> sus sillas. La i<strong>de</strong>a le repelía. Deliberadamente, le lanzó una sonrisa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong> la<br />

mesa.<br />

—Confío en que me harás el honor <strong>de</strong> aceptar una cama para esta noche —dijo Tom—. No la mía —añadió soltando una carcajada—, pero tengo dos<br />

habitaciones arriba y pue<strong>de</strong>s escoger la que más te guste.<br />

—Muchas gracias. Lo haré —dijo ella, sonriéndole alegremente.<br />

Tom la instaló en su propia habitación, ya que la cama que había en la otra no era más que un diván muy gran<strong>de</strong> y no era tan cómodo como su propia cama <strong>de</strong><br />

matrimonio. Marge cerró la puerta para echar una siestecita <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer.<br />

Tom se puso a pasear inquieto por el resto <strong>de</strong> la casa, preguntándose si en su habitación habría algo <strong>de</strong> Dickie que fuese necesario sacar. <strong>El</strong> pasaporte <strong>de</strong> Dickie<br />

había estado escondido en el forro <strong>de</strong> una maleta que estaba en el armario, recordó, pero ahora se hallaba con el resto <strong>de</strong> las posesiones <strong>de</strong> Dickie en Venice. No se le<br />

ocurría que hubiera nada en la habitación que pudiera incriminarle, y trató <strong>de</strong> tranquilizarse.<br />

Más tar<strong>de</strong>, enseñó toda la casa a la muchacha, mostrándole la librería llena <strong>de</strong> volúmenes encua<strong>de</strong>rnados en piel que había en la habitación contigua a la suya. Le<br />

dijo que los libros ya estaban en la casa, pero lo cierto era que los había comprado él mismo, en Roma, Palermo y Venecia. Advirtió que diez <strong>de</strong> ellos ya los tenía en<br />

Roma, y que los jóvenes agentes que acompañaban a Roverini los habían mirado <strong>de</strong> cerca, en apariencia para examinar los títulos. Pero no había por qué preocuparse,<br />

aunque volviesen los mismos agentes a su casa. Le enseñó a Marge la entrada principal <strong>de</strong> la casa, con su amplia escalinata <strong>de</strong> piedra. La marea estaba baja y <strong>de</strong>jaba al<br />

<strong>de</strong>scubierto cuatro escalones, los dos más bajos cubiertos <strong>de</strong> musgo, espeso y mojado. <strong>El</strong> musgo era resbaladizo, <strong>de</strong> largos filamentos, y colgaba sobre el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />

escalones como una mata <strong>de</strong> pelo ver<strong>de</strong> oscuro. A Tom le repelían aquellos escalones, pero Marge dijo que eran muy románticos, y se inclinó para contemplar<br />

fijamente las profundas aguas <strong>de</strong>l canal. Tom sintió el impulso <strong>de</strong> arrojarla al agua <strong>de</strong> un empujón.<br />

—¿Podremos coger una góndola y regresar por este lado esta noche? —preguntó ella.<br />

—Claro.

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