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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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—Bueno, hoy ha sido mi primer día <strong>de</strong> trabajo —dijo McCarron, con una sonrisa <strong>de</strong> optimismo—. Ni siquiera he examinado el informe <strong>de</strong> Roma. Es probable<br />

que necesite hablar nuevamente con usted cuando haya estado en Roma.<br />

Tom le miraba fijamente, pensando que la charla terminaba allí.<br />

—¿Habla usted italiano?<br />

—No, no muy bien, pero sé leerlo. Me <strong>de</strong>fiendo mejor con el francés, pero ya me las arreglaré —dijo McCarron, como si el asunto no tuviese mucha<br />

importancia.<br />

Pero sí la tenía, y mucha. A Tom le resultaba imposible imaginarse a McCarron enterándose <strong>de</strong> todo lo que sobre el caso Greenleaf sabía Roverini, valiéndose<br />

exclusivamente <strong>de</strong> un intérprete. A<strong>de</strong>más, McCarron tampoco podría indagar por ahí, preguntando a la gente como la portera <strong>de</strong> Dickie Greenleaf en Roma. Y eso era<br />

muy importante.<br />

—Hablé con Roverini aquí, en Venecia, hace unas pocas semanas —dijo Tom—. Salú<strong>de</strong>le <strong>de</strong> mi parte.<br />

—Lo haré.<br />

McCarron terminó su café.<br />

—Conociendo a Dickie, ¿dón<strong>de</strong> cree usted que iría si quisiera ocultarse?<br />

Tom se movió inquieto en la silla, pensando que McCarron estaba apurando todas sus posibilida<strong>de</strong>s.<br />

—Pues, sé que Italia es lo que más le gusta. No apostaría por Francia. También le gusta Grecia y me habló <strong>de</strong> hacer un viaje a Mallorca alguna vez. Supongo que<br />

España en general es una posibilidad.<br />

—Entiendo —dijo McCarron, suspirando.<br />

—¿Regresará a Roma hoy mismo?<br />

McCarron alzó las cejas.<br />

—Me figuro que sí, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> que pueda dormir unas cuantas horas aquí. No he visto una cama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace dos días. —Tom se dijo que lo soportaba muy bien<br />

—. Me parece que míster Greenleaf quería saber los horarios <strong>de</strong>l ferrocarril.<br />

—Hay dos trenes esta mañana y es probable que unos más por la tar<strong>de</strong>. Tenía pensado marcharse hoy.<br />

—Pues po<strong>de</strong>mos marchamos hoy —dijo McCarron, alargando la mano hacia la cuenta—. Le agra<strong>de</strong>zco mucho su ayuda, míster <strong>Ripley</strong>. Ya tengo su dirección y<br />

el número <strong>de</strong> teléfono, en caso <strong>de</strong> que tenga que verle otra vez.<br />

Se levantaron.<br />

—¿Le importa que suba a <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> Marge y míster Greenleaf?<br />

A McCarron no le importaba. Volvieron a subir en el ascensor, y Tom tuvo que hacer un esfuerzo para no ponerse a silbar. La tonadilla <strong>de</strong> Papa non vuolele<br />

daba vueltas en la cabeza.<br />

Al entrar, examinó cuidadosamente a Marge, buscando algún síntoma <strong>de</strong> enemistad. Pero la muchacha solamente parecía un poco trágica, como si hubiese<br />

enviudado recientemente.<br />

—Quisiera hacerle unas cuantas preguntas a solas, miss Sherwood —dijo McCarron—. Si a usted no le importa, míster Greenleaf.<br />

—No faltaría más. Precisamente estaba a punto <strong>de</strong> bajar a comprar algunos periódicos —dijo míster Greenleaf.<br />

McCarron no se daba por vencido. Tom se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Marge y <strong>de</strong> míster Greenleaf por si se iban a Roma aquel mismo día y él no volvía a verles. A McCarron<br />

le dijo:<br />

—Si puedo serle útil, tendré mucho gusto en <strong>de</strong>splazarme a Roma cuando usted lo crea oportuno. Bueno, aquí me encontrará hasta fines <strong>de</strong> mayo.<br />

—Para entonces ya sabremos algo —dijo McCarron, con su sonrisa confiada <strong>de</strong> irlandés.<br />

Tom acompañó a míster Greenleaf al vestíbulo.<br />

—Me hizo otra vez las mismas preguntas —dijo Tom—, y también me pidió mi opinión sobre el carácter <strong>de</strong> Dickie.<br />

—¿De veras? ¿Y cuál es su opinión? —preguntó míster Greenleaf con voz <strong>de</strong>sesperanzada.<br />

Tom se daba cuenta <strong>de</strong> que, tanto si se había suicidado como si estaba escondido, la conducta <strong>de</strong> Dickie resultaría igualmente reprensible a los ojos <strong>de</strong> su padre.<br />

—Le dije lo que me parece que es la verdad —dijo Tom—. Que es capaz <strong>de</strong> huir y también <strong>de</strong> suicidarse.<br />

Míster Greenleaf no hizo ningún comentario y se limitó a dar unas palmadas en el brazo <strong>de</strong> Tom.<br />

—Adiós, Tom.<br />

—Adiós —dijo Tom—. Espero tener noticias suyas.<br />

Tom se dijo que todo iba bien entre él y míster Greenleaf, y lo mismo pasaría con Marge. La muchacha se había tragado la explicación basada en el suicidio, y a<br />

partir <strong>de</strong> aquel momento todos sus pensamientos partirían <strong>de</strong> ahí.<br />

Tom pasó la tar<strong>de</strong> en casa, esperando una llamada telefónica, siquiera una <strong>de</strong> McCarron, aunque no fuese nada importante. Pero no recibió ninguna, a excepción<br />

<strong>de</strong> la <strong>de</strong> Titi, la con<strong>de</strong>sa, que le invitó a tomar unos cócteles por la tar<strong>de</strong>. Tom aceptó.<br />

Tom se preguntó por qué iba a esperar que Marge le causara problemas. Nunca lo había hecho. Lo <strong>de</strong>l suicidio era una idée fixe, y, con su escasa imaginación, la<br />

misma Marge se encargaría <strong>de</strong> que sus propios pensamientos se ajustasen a ella.

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