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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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La noche siguiente la pasó en Venecia. En un arrebato infantil, había evitado ir a Venecia solamente por el temor <strong>de</strong> llevarse una <strong>de</strong>silusión al verla, pensando que<br />

sólo los sentimentales y los turistas americanos eran capaces <strong>de</strong> entusiasmarse con Venecia, y que, en el mejor <strong>de</strong> los casos, la ciudad era poco más que un lugar para<br />

parejas en luna <strong>de</strong> miel, a las que atraía la incomodidad <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r ir a ninguna parte como no fuera en góndola, moviéndose muy lentamente por los canales.<br />

Se encontró con una ciudad mucho mayor <strong>de</strong> lo que suponía, llena <strong>de</strong> italianos parecidos a los que había en las <strong>de</strong>más ciuda<strong>de</strong>s. Comprobó que podía recorrerse<br />

la ciudad <strong>de</strong> cabo a rabo por una serie <strong>de</strong> callejuelas y puentes, sin poner el pie en una góndola, y que en los canales principales había un servicio <strong>de</strong> transporte a cargo<br />

<strong>de</strong> motoras que era igual <strong>de</strong> rápido y eficiente que el metro, advirtió también que los canales no olían mal. Había multitud <strong>de</strong> hoteles en los que podía elegir, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

Gritti y el Danieli, que conocía <strong>de</strong> oídas, hasta sórdidos hoteles y pensiones en las calle más poco concurridas, tan distintas <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong> los policías y los turistas<br />

americanos, que a Tom no le costaba imaginarse a sí mismo viviendo en uno <strong>de</strong> ellos durante meses y más meses sin que nadie se fijase en él. Se <strong>de</strong>cidió por un hotel<br />

llamado Costanza, cerca <strong>de</strong>l puente Rialto; el hotel era <strong>de</strong> una categoría intermedia entre los famosos establecimientos <strong>de</strong> lujo y las pequeñas pensiones <strong>de</strong> mala muerte.<br />

Era limpio, barato y cercano a los lugares <strong>de</strong> interés. Era justo el hotel que le hacía falta a Tom <strong>Ripley</strong>.<br />

Pasó un par <strong>de</strong> horas <strong>de</strong>shaciendo lentamente su equipaje y asomándose a la ventana para contemplar con ojos <strong>de</strong> ensueño el crepúsculo que iba <strong>de</strong>scubriendo el<br />

Gran Canal. Se imaginaba la conversación que sostendría con la policía antes <strong>de</strong> que pasase mucho tiempo:<br />

—Pues no tengo la menor i<strong>de</strong>a. Le vi en Roma. Si no me creen pue<strong>de</strong>n preguntárselo a miss Marjorie Sherwood... ¡Pues claro que soy Tom <strong>Ripley</strong>! —Aquí<br />

soltaría una carcajada—. No acabo <strong>de</strong> ver a qué viene todo esto... ¿San Remo? Sí, me acuerdo. Devolvimos la lancha al cabo <strong>de</strong> una hora... Sí, regresé a Roma<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ir a Mongibello, pero me quedé sólo un par <strong>de</strong> noches. He estado recorriendo el norte <strong>de</strong> Italia... Me temo que no tengo ninguna i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> está,<br />

aunque le vi hará cosa <strong>de</strong> tres semanas...<br />

Tom se apartó <strong>de</strong> la ventana con una sonrisa en los labios, se cambió <strong>de</strong> camisa y corbata y salió en busca <strong>de</strong> un restaurante tranquilo para cenar. Tenía que ser<br />

un buen restaurante, pues Tom <strong>Ripley</strong> podía darse el gusto <strong>de</strong> cenar en un sitio caro; por una vez llevaba el billetero tan lleno <strong>de</strong> billetes <strong>de</strong> diez mil y veinte mil liras que<br />

resultaba imposible doblarlo. Había hecho efectivos mil dólares en cheques <strong>de</strong> viajeros, a nombre <strong>de</strong> Dickie, antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Palermo.<br />

Compró dos periódicos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, que se puso bajo el brazo, y siguió andando. Cruzó un puente pequeño y arqueado y se metió en una calle muy larga y<br />

estrecha llena <strong>de</strong> tiendas <strong>de</strong> artículos <strong>de</strong> cuero y camiserías. Vio escaparates relucientes <strong>de</strong> joyería que parecía salida <strong>de</strong> los libros <strong>de</strong> cuentos leídos en sus años<br />

infantiles. La gustaba que en Venecia no hubiese automóviles. Eso daba a la ciudad un aire más humano. Las calles eran sus venas y la gente que iba y venía<br />

constantemente era la sangre. Emprendió la vuelta por otra calle y cruzó el amplio cuadrilátero <strong>de</strong> San Marco por segunda vez. Había palomas por doquier, en el aire,<br />

en los espacios iluminados por la luz <strong>de</strong> los escaparates, caminando entre los pies <strong>de</strong> los viandantes, como si ellas mismas fuesen turistas en su propia ciudad. Las<br />

mesas y sillas <strong>de</strong> los cafés salían <strong>de</strong> los soportales e irrumpían en plena plaza, forzando a transeúntes y palomas a abrirse paso por los pocos espacios que quedaban<br />

libres. A cada extremo <strong>de</strong> la plaza, los altavoces atronaban el aire con sus sones. Tom trató <strong>de</strong> imaginarse cómo sería la plaza en verano, llena <strong>de</strong> sol y <strong>de</strong> gente<br />

echando puñados <strong>de</strong> grano a las palomas, que bajaban a picotearlo en el suelo. Entró en otro túnel iluminado que hacía las veces <strong>de</strong> calle y que estaba lleno <strong>de</strong><br />

restaurantes. Optó por un establecimiento <strong>de</strong> aspecto respetable, con manteles blancos y pare<strong>de</strong>s recubiertas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Tom sabía por experiencia que en esa clase<br />

<strong>de</strong> restaurantes daban más importancia a la gastronomía que a hacerse una clientela <strong>de</strong> turistas <strong>de</strong> paso. Se instaló en una mesa y abrió uno <strong>de</strong> los periódicos.<br />

Y ahí lo tenía, en una pequeña noticia <strong>de</strong> la segunda página:<br />

LA POLICÍA BUSCA A UN AMERICANO DESAPARECIDO.<br />

Se trata <strong>de</strong> Dickie Greenleaf, amigo <strong>de</strong>l asesinado Freddie Miles, y <strong>de</strong>saparecido tras unas vacaciones en Sicilia.<br />

Tom acercó más la vista al periódico, olvidándose <strong>de</strong> todo cuanto le ro<strong>de</strong>aba, pero, al mismo tiempo, consciente <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sazón que iba apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> él a<br />

medida que leía; <strong>de</strong>sazón que iba dirigida hacia la policía por ser tan estúpidos e incompetentes, y a los periódicos por malgastar espacio con semejantes noticias. <strong>El</strong><br />

texto <strong>de</strong>cía que Richard, llamado Dickie Greenleaf, amigo íntimo <strong>de</strong>l finado Freddie Miles, el americano asesinado en Roma tres semanas antes, había <strong>de</strong>saparecido<br />

tras, según se creía, embarcar en Palermo con <strong>de</strong>stino a Nápoles. Tanto la policía <strong>de</strong> Sicilia como la <strong>de</strong> Roma había sido puesta en estado <strong>de</strong> alerta y le buscaba. En el<br />

último párrafo se <strong>de</strong>cía que, precisamente, la policía romana acababa <strong>de</strong> pedirle a Greenleaf que respondiese a ciertas preguntas referentes, a la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong><br />

Thomas <strong>Ripley</strong>, que también era amigo íntimo <strong>de</strong> Greenleaf. Según el periódico, nada se sabía <strong>de</strong> <strong>Ripley</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tres meses aproximadamente.<br />

Tom <strong>de</strong>jó el periódico e inconscientemente puso la cara <strong>de</strong> sorpresa propia <strong>de</strong> alguien que acaba <strong>de</strong> leer en la prensa la noticia <strong>de</strong> su propia <strong>de</strong>saparición. Fingió<br />

tan bien sentirse atónito que no se dio cuenta <strong>de</strong> que el camarero había acudido a su mesa hasta que el hombre tuvo que ponerle el menú en la mano. Tom se dijo que<br />

había llegado el momento <strong>de</strong> presentarse a la policía. Si no tenían nada en contra suya, como era lo más probable, no investigarían la fecha <strong>de</strong> compra <strong>de</strong>l automóvil. La<br />

noticia <strong>de</strong>l periódico fue un alivio para él, ya que era un claro indicio <strong>de</strong> que su nombre no había llegado a la policía a través <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong> matrículas <strong>de</strong> Trento.<br />

Cenó pausadamente, saboreando la comida, y <strong>de</strong>spués pidió un espresso y se fumó dos cigarrillos mientras hojeaba la guía <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> Italia. Al terminar,<br />

pensaba <strong>de</strong> otro modo: No había razón alguna por la que <strong>de</strong>biera haber leído la noticia en el periódico, y más tratándose <strong>de</strong> una noticia tan breve. A<strong>de</strong>más, estaba en<br />

un solo periódico. No, no había necesidad <strong>de</strong> presentarse a la policía hasta haber leído dos o tres noticias parecidas, o una sola pero lo bastante <strong>de</strong>stacada como para<br />

llamarle la atención. Probablemente no tardarían en publicar algo más importante. En cuanto pasaran unos días más y Dickie Greenleaf siguiera sin dar muestras <strong>de</strong><br />

vida, empezarían a sospechar que se ocultaba en alguna parte porque había asesinado a su amigo Freddie Miles, y, posiblemente, a Tom <strong>Ripley</strong> también. Tal vez<br />

Marge había hablado con la policía sobre la conversación sostenida con Tom <strong>Ripley</strong> en Roma dos semanas antes. De todos modos, la policía no le había visto en<br />

persona todavía...<br />

Siguió hojeando distraídamente la guía mientras su cerebro iba pensando.<br />

Se figuró que Marge estaría en Mongibello, ultimando los preparativos para regresar a América. La muchacha leería en la prensa la noticia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong><br />

Dickie, <strong>de</strong> la que seguramente culparía a Tom, y escribiría al padre <strong>de</strong> Dickie diciéndole que Tom <strong>Ripley</strong> ejercía una pésima influencia sobre su hijo, eso en el mejor <strong>de</strong><br />

los casos. Cabía la posibilidad <strong>de</strong> que míster Greenleaf <strong>de</strong>cidiera trasladarse a Europa.<br />

«¡La lástima es no po<strong>de</strong>r presentarse ante ellos, primero como Tom y luego como Dickie, para <strong>de</strong>jar los dos asuntos bien aclarados»<br />

Decidió poner un poco más <strong>de</strong> realismo en la interpretación <strong>de</strong> su propio papel, encorvándose un poco más, mostrándose más tímido que nunca, e incluso<br />

comprándose unas gafas con montura <strong>de</strong> concha y dando a su boca un rictus más triste que contrastase con la <strong>de</strong> Dickie. Era posible que tuviera que hablar con algún<br />

policía que hubiese visto su caracterización <strong>de</strong> Dickie.<br />

«¿Cómo se llamaba aquel que me vio en Roma? ¿Rovassini?» Finalmente <strong>de</strong>cidió teñirse otra vez el pelo dándole un tono más oscuro que el <strong>de</strong> su color natural.<br />

Dio un tercer vistazo a los periódicos buscando algo sobre el caso Miles. No había nada.

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