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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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Al abandonar la primera fiesta, llevaba en el bolsillo las direcciones <strong>de</strong> tres casas más (en una <strong>de</strong> las cuales se instaló) y varias invitaciones para asistir a otras<br />

fiestas. Asistió a la que daba la con<strong>de</strong>sa Roberta (Titi) <strong>de</strong>lla Latta-Cacciaguerra. Tom no estaba <strong>de</strong> humor para fiestas. Le parecía ver a la gente a través <strong>de</strong> una espesa<br />

niebla y la conversación le resultaba difícil. A menudo tenía que hacerse repetir lo que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle y se aburría mortalmente. Pero creyó que aquellas personas<br />

le servirían para practicar las ingenuas preguntas que le hacían (si Dickie bebía, si estaba enamorado <strong>de</strong> Marge; si él tenía alguna i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su para<strong>de</strong>ro) eran un buen<br />

entrenamiento para las preguntas, más concretas, que le haría míster Greenleaf cuando le viera, suponiendo que llegase a verle. Transcurrieron diez días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la llegada<br />

<strong>de</strong> la carta <strong>de</strong> Marge, y Tom empezó a sentirse inquieto al ver que míster Greenleaf no le escribía ni telefoneaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Roma. A veces, <strong>de</strong>jándose llevar por el miedo,<br />

Tom se imaginaba que la policía le había dicho a míster Greenleaf que estaban jugando con Tom <strong>Ripley</strong> y que hiciera el favor <strong>de</strong> no hablar con él.<br />

Cada día examinaba ansiosamente el buzón para ver si había carta <strong>de</strong> Marge o <strong>de</strong> míster Greenleaf. Tenía la casa preparada para su llegada y las respuestas a sus<br />

preguntas se hallaban dispuestas en su cabeza. Era igual que esperar a que se alzase el telón y diese comienzo el espectáculo, y la espera se le hacía interminable. De<br />

todas formas, también era posible que míster Greenleaf estuviera enojado con él (por no <strong>de</strong>cir que sospechaba <strong>de</strong> él) y que pensase prescindir <strong>de</strong> él por completo,<br />

alentado a ello por Marge. Lo cierto era que no podía empren<strong>de</strong>r ninguna cosa en tanto no sucediera algo, fuese lo que fuese. Tom tenía <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> irse <strong>de</strong> viaje, <strong>de</strong><br />

hacer su famoso viaje a Grecia. Se había comprado una guía <strong>de</strong> Grecia y ya tenía trazado el itinerario por las islas.<br />

Entonces, el día cuatro <strong>de</strong> abril por la mañana, recibió una llamada telefónica <strong>de</strong> Marge. Estaba en Venecia y le llamaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la estación.<br />

—¡Vendré a recogerte! —le dijo alegremente Tom—. Míster Greenleaf, ¿está contigo?<br />

—No, se ha quedado en Roma. Vengo sola. No te molestes en venir a buscarme. Sólo traigo lo justo para una noche.<br />

—¡Tonterías! —dijo Tom, muriéndose <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> hacer algo—. Tú sola nunca encontrarás la casa.<br />

—Claro que la encontraré. Está al lado <strong>de</strong>lla Salute, ¿verdad? Cogeré el motoscafo hasta San Marco, y luego alquilaré una góndola.<br />

—Si insistes...<br />

A Tom acababa <strong>de</strong> ocurrírsele que era mejor dar un buen repaso a la casa antes <strong>de</strong> que ella llegase.<br />

—¿Has almorzado?<br />

—No.<br />

—¡Excelente! Almorzaremos juntos por ahí. ¡Ten cuidado en el motoscafo!<br />

Una vez hubieron colgado, Tom recorrió la casa lentamente, examinando minuciosamente las habitaciones <strong>de</strong> arriba y <strong>de</strong> abajo. No había nada que perteneciese a<br />

Dickie. Esperaba que la casa no tuviese un aire excesivamente fastuoso. En la sala <strong>de</strong> estar había una cajita <strong>de</strong> plata para cigarrillos, con sus iniciales grabadas en la<br />

tapa. Tom la cogió y la guardó en el último cajón <strong>de</strong> la cómoda.<br />

Anna estaba en la cocina, preparando el almuerzo.<br />

—Anna, habrá uno más para el almuerzo —dijo Tom—, una joven.<br />

<strong>El</strong> rostro <strong>de</strong> Anna se iluminó ante la perspectiva <strong>de</strong> tener un huésped.<br />

—¿Una joven americana?<br />

—Sí. Es una vieja amiga. Cuando el almuerzo esté preparado, usted y Ugo pue<strong>de</strong>n hacer fiesta el resto <strong>de</strong>l día. Ya nos serviremos nosotros mismos.<br />

—Va bene —dijo Anna.<br />

De ordinario, Anna y Ugo llegaban a las diez y se marchaban a las dos, pero Tom no quería que estuvieran presentes mientras hablaba con Marge. Los dos<br />

comprendían el inglés, aunque no lo suficiente para seguir una conversación sin per<strong>de</strong>r palabra. Pero Tom estaba convencido <strong>de</strong> que ambos aguzarían el oído en cuanto<br />

oyesen el nombre <strong>de</strong> Dickie, y eso le irritaba.<br />

Tom preparó unos martinis y los colocó en una ban<strong>de</strong>ja, junto con un plato <strong>de</strong> canapés. Cuando llamaron a la puerta, la abrió <strong>de</strong> un tirón.<br />

—¡Marge! ¡Qué alegría verte! ¡Pasa!<br />

Cogió la maleta que llevaba la muchacha.<br />

—¿Cómo estás, Tom? ¡Caramba!... ¿todo esto es tuyo?<br />

Marge miró a su alre<strong>de</strong>dor y levantó la vista hacia el alto y artesonado techo.<br />

—Lo alquilé... por una miseria —dijo Tom mo<strong>de</strong>stamente—. Ven a tomar una copa y cuéntame qué hay <strong>de</strong> nuevo. ¿Has hablado con la policía en Roma?<br />

Dejó sobre una silla el abrigo y el impermeable <strong>de</strong> plástico <strong>de</strong> la muchacha.<br />

—Sí, y también con míster Greenleaf. Está muy trastornado... naturalmente.<br />

Marge se sentó en el sofá, y Tom se instaló en una silla enfrente <strong>de</strong> ella.<br />

—¿Han averiguado algo nuevo? Uno <strong>de</strong> ellos me ha tenido al corriente por correo, pero sin <strong>de</strong>cirme nada que importase realmente.<br />

—Verás, averiguaron que, antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Palermo, Dickie hizo efectivos más <strong>de</strong> mil dólares en cheques <strong>de</strong> viajero. Justo antes <strong>de</strong> salir. Así que <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

haberlos utilizado para irse a alguna parte... a Grecia o África, por ejemplo. De todos modos, no es <strong>de</strong> esperar que sacase mil dólares para suicidarse.<br />

—En efecto —asintió Tom—. Bueno, eso parece esperanzador. No recuerdo haberlo leído en la prensa.<br />

—Supongo que no lo publicaron.<br />

—Claro, estaban <strong>de</strong>masiado ocupados en publicar tonterías... lo que Dickie tomaba para <strong>de</strong>sayunar en Mongibello... —dijo Tom, sirviendo los martinis.<br />

—¡Es increíble! Parece que la situación ha mejorado un poco, pero al llegar míster Greenleaf los periódicos estaban en el momento más insoportable. ¡Oh,<br />

gracias!<br />

Aceptó el martini, agra<strong>de</strong>cida.<br />

—¿Cómo está él?<br />

Marge meneó la cabeza.<br />

—Me da tanta lástima. Se pasa el día diciendo que la policía americana lo haría mucho mejor y todo eso, y, por si fuera poco, no sabe ni jota <strong>de</strong> italiano, lo cual<br />

hace que las cosas sean doblemente malas.<br />

—¿Qué estás haciendo en Roma?<br />

—Esperar. ¿Qué otra cosa po<strong>de</strong>mos hacer todos? He vuelto a aplazar mi viaje <strong>de</strong> retorno... Míster Greenleaf y yo fuimos a Mongibello, Y tuve que interrogar a<br />

casi todo el mundo, casi siempre a instancias <strong>de</strong> míster Greenleaf, por supuesto, pero nadie pudo <strong>de</strong>cirnos nada. Dickie no ha vuelto por allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> noviembre.<br />

Tom bebió unos sorbos con rostro pensativo. Resultaba fácil ver que Marge se sentía optimista. Incluso en aquellos momentos se la veía llena <strong>de</strong> energía, como la<br />

típica exploradora que a Tom le recordaba la muchacha, con sus movimientos bruscos, su cuerpo robusto y rebosando salud, su aspecto vagamente <strong>de</strong>saliñado. De<br />

pronto, se dio cuenta <strong>de</strong> que Marge le irritaba intensamente, pero aun así representó su comedia a la perfección, levantándose para darle unos golpecitos en la espalda<br />

y un pellizco afectuoso en la mejilla.<br />

—A lo mejor se está dando la gran vida en Tánger o en cualquier otra parte, esperando que las cosas se calmen.<br />

—¡Pues menudo rostro tiene si eso fuera cierto! —exclamó Marge, echándose a reír.<br />

—Pue<strong>de</strong>s creer que no fue mi intención alarmar a nadie cuando dije que estaba <strong>de</strong>primido. Me pareció que tenía el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> contárselo a míster Greenleaf y a ti.

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