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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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agua por la nariz. La lancha se alejaba cada vez más. Ya había visto lanchas girando <strong>de</strong> aquella manera y sabía que la única solución era subir a bordo y parar el motor.<br />

Medio sumergido en el agua, empezó a experimentar por a<strong>de</strong>lantado la sensación <strong>de</strong> morir, hundiéndose un y otra vez bajo la superficie, sin po<strong>de</strong>r oír el ruido <strong>de</strong>l<br />

motor <strong>de</strong>bido al agua que le entraba por las orejas, escuchando solamente los ruidos que el mismo hacía por <strong>de</strong>ntro al respirar, al tratar <strong>de</strong> subir a por aire. De nuevo<br />

alcanzó la superficie y empezó a nadar <strong>de</strong>sesperadamente hacia la lancha, porque era la única cosa que flotaba, aunque seguía girando sobre sí misma y resultaba<br />

imposible agarrarse a ella. La afilada proa pasó varias veces a pocos centímetros <strong>de</strong> su cabeza.<br />

Gritó pidiendo ayuda, sin lograr más que unas cuantas bocanadas <strong>de</strong> agua salada. Por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l agua, su mano tocó la motora y el impulso casi animal <strong>de</strong> la proa<br />

le apartó bruscamente. Buscó <strong>de</strong>sesperadamente la popa, sin prestar atención a las palas <strong>de</strong> la hélice. Sus <strong>de</strong>dos palparon el timón. Agachó la cabeza pero era<br />

<strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>. La quilla pasó rozándole el cuero cabelludo. La popa volvía a estar cerca <strong>de</strong> él y trató <strong>de</strong> sujetarse a ella. Los <strong>de</strong>dos le resbalaban por el timón y con<br />

la otra mano se aferraba a la borda, con el brazo bien alargado para hurtar el cuerpo a la hélice. Con una energía insospechada, se lanzó hacia una esquina <strong>de</strong> la popa y<br />

consiguió pasar un brazo por encima <strong>de</strong> la borda. Entonces estiró la mano y pudo coger la palanca.<br />

<strong>El</strong> motor empezó a pararse.<br />

Tom se asió a la borda con ambas manos y sintió que el cerebro se le nublaba a causa <strong>de</strong>l alivio, <strong>de</strong> la incredulidad, hasta que, <strong>de</strong> pronto, advirtió el dolor que le<br />

atenazaba la garganta y la punzada que sentía en el pecho cada vez que tomaba aire. Descansó durante varios minutos, sin saber exactamente cuántos, concentrando su<br />

pensamiento en recobrar suficientes fuerzas para lazarse a bordo y, finalmente, tras coger impulso en el agua y lanzarse hacia a<strong>de</strong>lante, se encontró tendido boca abajo<br />

en cubierta, con los pies colgándole por la borda. Permaneció así, casi sin darse cuenta <strong>de</strong> las manchas <strong>de</strong> sangre que había <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su cuerpo y que se mezclaban<br />

con el agua que fluía <strong>de</strong> su nariz y boca. Empezó a pensar antes <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r moverse, en la lancha ensangrentada que no podía <strong>de</strong>volver, en el motor que iba a tener que<br />

poner en marcha en cuestión <strong>de</strong> un momento, en el rumbo.<br />

Pensó en los anillos <strong>de</strong> Dickie y los buscó a tientas en el bolsillo <strong>de</strong> la chaqueta. Seguían allí, como era <strong>de</strong> esperar. Le dio un acceso <strong>de</strong> tos y las lágrimas le<br />

empañaron la vista al esforzarse por ver si se acercaba alguna embarcación. Se frotó los ojos. No había más embarcación que la pequeña motora que había visto antes,<br />

a lo lejos, y que seguía <strong>de</strong>scribiendo círculos a gran velocidad, sin prestarle atención. Echó un vistazo al fondo <strong>de</strong> la lancha, preguntándose si podría limpiar todas las<br />

manchas <strong>de</strong> sangre, aunque siempre había oído <strong>de</strong>cir que la sangre era muy difícil <strong>de</strong> borrar. Al principio su intención era <strong>de</strong>volver la lancha y, si le preguntaban, <strong>de</strong>cir<br />

que su acompañante había <strong>de</strong>sembarcado en otra parte. Pero eso ya no era posible.<br />

Movió la palanca cautelosamente. <strong>El</strong> motor se puso en marcha ruidosamente, y Tom sintió miedo incluso <strong>de</strong>l ruido, aunque el motor le parecía más humano y<br />

manejable que el mar y, por tanto, menos peligroso. Puso proa hacia la costa, en línea oblicua, más hacia el norte. Se dijo que tal vez hallaría algún lugar, alguna caleta<br />

solitaria don<strong>de</strong> podría <strong>de</strong>jar embarrancada la motora. Aunque existía el riesgo <strong>de</strong> que diesen con ella. <strong>El</strong> problema le parecía inmenso y trató <strong>de</strong> razonar consigo mismo<br />

para recuperar la calma. Su cerebro parecía incapaz <strong>de</strong> pensar el modo <strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> la embarcación.<br />

Empezaban a divisarse algunos pinos y un trecho <strong>de</strong> playa al parecer <strong>de</strong>sierta y, un poco más lejos, la pincelada verdosa, difuminada, <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> olivos.<br />

Lentamente, Tom llevó la embarcación <strong>de</strong> un lado a otro, comprobando que la playa estuviera <strong>de</strong>socupada. No había nadie. Puso rumbo hacia ella, sujetando<br />

temerosamente los mandos, pues no estaba seguro <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r dominarlos. Entonces advirtió que la quilla rozaba el fondo y giró la palanca hasta las letras que <strong>de</strong>cían<br />

ferma, accionando otra palanca para <strong>de</strong>sconectar el motor. Metió cautelosamente los pies en el agua, que por allí tendría unos veinticinco centímetros <strong>de</strong> hondo, y<br />

arrastró la lancha todo lo que pudo; entonces sacó las dos chaquetas, sus sandalias y la colonia <strong>de</strong> Marge y lo <strong>de</strong>jó todo sobre la arena. La pequeña caleta don<strong>de</strong> se<br />

hallaba —tendría escasamente cinco metros <strong>de</strong> ancho— le daba sensación <strong>de</strong> estar a salvo. No había rastro alguno <strong>de</strong> que alguien hubiese estado allí más. Decidió<br />

barrenar la lancha.<br />

Se puso a recoger piedras, casi todas gran<strong>de</strong>s como una cabeza <strong>de</strong> persona ya que sus fuerzas no daban para más, y a <strong>de</strong>jarlas caer una a una <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

embarcación, pero al cabo <strong>de</strong> un rato tuvo que hacerlo con piedras más pequeñas, pues no había más <strong>de</strong> las otras cerca <strong>de</strong> allí. Trabajaba sin parar, temiendo caer<br />

rendido si se permitía un <strong>de</strong>scanso, por breve que fuese, y quedarse allí tendido hasta que alguien le encontrase. Cuando las piedras llegaron a la altura <strong>de</strong> la borda,<br />

empujó la lancha hacia <strong>de</strong>ntro, balanceándola al mismo tiempo, más y más, hasta que el agua empezó a entrar por los lados. En el momento en que la lancha empezaba<br />

a hundirse, le dio otro empujón mar a<strong>de</strong>ntro, y otro, caminando a su lado hasta que el agua le llegó a la cintura y la lancha se hundió <strong>de</strong>l todo. Entonces regresó<br />

trabajosamente a la orilla y se tumbó durante un rato, boca abajo sobre la arena. Empezó a trazar planes para el regreso al hotel, a inventarse una historia y a preparar<br />

lo que <strong>de</strong>bía hacer a continuación: marcharse <strong>de</strong> San Remo antes <strong>de</strong> que anocheciera y regresar a Mongibello. Y allí contar su historia.

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