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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
<strong>la</strong> iniciativa privada exigió que se eliminaran <strong>la</strong>s facultades de control que tenía <strong>la</strong><br />
Secretaría de Economía Nacional. Andrés confirmó su tesis de que lo que Fito p<strong>la</strong>neaba era<br />
renunciar a su amigo, entre otras cosas porque era su candidato. Esa vez ya no alegué nada<br />
porque Fito firmó un decreto que eliminaba <strong>la</strong>s facultades de <strong>la</strong> Secretaría para contro<strong>la</strong>r <strong>la</strong><br />
producción de cemento, varil<strong>la</strong> y quién sabe qué más cosas. Sin autoridad, el candidato de mi<br />
general prefirió renunciar.<br />
Andrés pasó días mentando madres contra Fito, contra <strong>la</strong> izquierda y contra Maldonado el<br />
líder que él inventó para quitar a Cordera. Estaba tan furioso que no quería ir al informe del<br />
primero de septiembre. Todavía esa mañana tuve que rogarle que se vistiera y que si tenía algo<br />
que pelear con Rodolfo lo peleara en privado.<br />
Fuimos a uno más de los tediosos informes de su compadre y para nuestra sorpresa nos<br />
divertimos, porque el diputado que contestó el informe habló de <strong>la</strong> responsabilidad que tenía un<br />
gobernante ante Dios de salvar a <strong>la</strong> patria, criticó el modo en que se realizaban <strong>la</strong>s elecciones y<br />
de paso acusó a <strong>la</strong> derecha de desprestigiar <strong>la</strong> Revolución y a <strong>la</strong> izquierda de propiciar <strong>la</strong><br />
inmoralidad y <strong>la</strong> anarquía. No quedó bien con nadie. Cuando Fito salió de <strong>la</strong> Cámara, los<br />
diputados se le fueron encima al tipo del discurso y lo destituyeron. Andrés salió muerto de risa<br />
con el espectáculo. Le gustaba prever que su compadre tendría problemas y estar seguro de que<br />
lo l<strong>la</strong>maría porque solo no podía con los pleitos. Para eso lo había nombrado su asesor, para los<br />
pleitos. Pero esa vez Fito no quiso necesitarlo.<br />
Después de <strong>la</strong>s felicitaciones en Pa<strong>la</strong>cio hubo una comida con todo el gabinete. Para su<br />
estupor, Andrés no tuvo lugar a <strong>la</strong> izquierda de su compadre.<br />
La tarjeta con su nombre estaba en una oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> mesa, al final de <strong>la</strong> hilera de ministros.<br />
No como siempre, antes que ninguno. A <strong>la</strong> derecha de Fito quedó el viejo general secretario de <strong>la</strong><br />
Defensa y a su izquierda Martín Cienfuegos.<br />
Andrés lo odió como nunca, como nunca <strong>la</strong>mentó haberlo ayudado cuando era sólo un<br />
abogadito tramposo, como nunca enfureció contra su madre que al conocerlo se encantó con él<br />
y lo quiso como a un hijo adoptivo.<br />
Ya no se acordaba en qué momento Martín Cienfuegos había dejado de ser su aliado y<br />
subalterno para pretender caminar solo, quizá <strong>la</strong> misma mañana en que Andrés le presentó a<br />
Rodolfo hacía muchos años, quizá sólo hasta que siendo gobernador de Tabasco fue el primero en<br />
manifestarle su apoyo al general Campos para de ahí convertirse en jefe de su campaña, y todas<br />
esas cosas que Andrés recordaba interrumpiendo siempre para l<strong>la</strong>marlo oportunista de mierda.<br />
A <strong>la</strong> izquierda de Rodolfo, más sonriente y bien peinado que nunca vio Andrés a Cienfuegos<br />
durante toda <strong>la</strong> comida. Regresó maldiciendo a su compadre porque era tan pendejo que<br />
acabaría dejándole <strong>la</strong> presidencia. a ese hijo de <strong>la</strong> chingada farsante que era Martín Cienfuegos.<br />
Porque así era su compadre, se dejaba caer, lo bien impresionaban los finos, entre menos<br />
militares mejor, entre más elegantes más lo deslumbraban al pendejo.<br />
Llegó a <strong>la</strong> case y empezó a beber y a despotricar todavía esperando que Fito lo l<strong>la</strong>mara. Pero<br />
Fito no lo l<strong>la</strong>mó. A los pocos días logró que el líder de <strong>la</strong> Cámara revocara los acuerdos del día<br />
primero y restituyera en <strong>la</strong> presidencia al que contestó su informe.<br />
Andrés no se aguantó <strong>la</strong>s ganas de ir a verlo.<br />
Volvió de Los Pinos vomitando verde y con un dolor de cabeza que lo hacía gritar. No<br />
soportaba ni <strong>la</strong> luz. Se encerró en un cuarto en penumbras a repetirme una vez tras otra los<br />
elogios que el Gordo había hecho de <strong>la</strong> intervención de Cienfuegos en <strong>la</strong> solución del conflicto. Lo<br />
que más rabia le daba era que su compadre le hubiera dicho que no lo había consultado a él para<br />
no molestarlo. No quería creer que Fito pudiera sobrevivir sin sus consejos y su ayuda. No lo<br />
podía creer aunque cada día <strong>la</strong>s cosas estuvieran más c<strong>la</strong>ras, y más asuntos se arreg<strong>la</strong>ran o<br />
descompusieran sin que nadie lo l<strong>la</strong>mara ni siquiera para pedir sus opiniones. Rodolfo parecía<br />
dispuesto a decidir él solo quién se quedaría en su lugar, y estaba resultando c<strong>la</strong>ro que su<br />
compadre le estorbaba en eso.<br />
Con nada perdía Andrés el dolor de cabeza que se le encajó en esa última visita a Los Pinos.<br />
Un día le ofrecí el té de Carme<strong>la</strong>. Lo bebió remilgando contra <strong>la</strong>s supersticiones de los campesinos<br />
y cuando el dolor se le convirtió en ganas de ir a <strong>la</strong> calle y enfrentarse a Rodolfo, se quedó<br />
mirando <strong>la</strong> taza vacía:<br />
—Estoy seguro de que es una casualidad, pero en qué sobra tomarlo —dijo.<br />
—En nada —contesté sirviéndome una taza.<br />
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