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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

Enseñaba los dientes pequeños y parejos bajo los <strong>la</strong>bios abiertos con una espontaneidad que<br />

daba envidia.<br />

Lilia y yo los encontramos una vez caminando por Reforma cogidos de <strong>la</strong> mano. Cuando<br />

estaba con el<strong>la</strong>, Emilito perdía el gesto de idiota con el que lo recuerdo.<br />

—¿Te imaginas el ridículo de casarme con éste? Desde antes de <strong>la</strong> boda ya iban a vérseme<br />

los cuernos sobre <strong>la</strong> frente —me dijo Lilia después del encuentro.<br />

Yo le pasé un brazo por el hombro y le dije que tenía razón y que bendita <strong>la</strong> hora en que<br />

Uriarte había aparecido a salvar<strong>la</strong> del ridículo.<br />

Cuatro días después de nuestro encuentro en Reforma, Emilito le llevó a Lilia una serenata<br />

con piano que ocupó toda <strong>la</strong> calle. El piano era lo de menos, lo tocaba Agustín Lara y cantaba<br />

Pedro Vargas. Toda <strong>la</strong> XEW tras<strong>la</strong>dada a <strong>la</strong> puerta de nuestra casa en Pueb<strong>la</strong>.<br />

Lilia bajó <strong>la</strong>s escaleras de su cuarto al nuestro corriendo, con una bata rosa y descalza.<br />

—¿Qué hago, mamá?<br />

Su padre se había levantado a espiar por <strong>la</strong> ventana.<br />

—Prende <strong>la</strong> luz, babosa, cómo que qué hago —le contestó.<br />

—Si prendo <strong>la</strong> luz va a creer...<br />

—Prende <strong>la</strong> luz —gritó Andrés.<br />

—Si no quiere que no <strong>la</strong> prenda —dije. Después quién aguanta al muchacho creyendo que<br />

ya lo aceptaron.<br />

—Lo aguanto yo que voy a ser su suegro.<br />

—Pero si Lilia no quiere —dije mientras afuera tocaban Farolito y <strong>la</strong> niña se asomaba entre<br />

<strong>la</strong>s cortinas a mirar.<br />

—Es tan feo ——dijo. Tiene cara de que sufre.<br />

—C<strong>la</strong>ro que sufre —dijo Andrés. Lo andas cambiando por el pendejo de <strong>la</strong> moto.<br />

—No sufre por eso. Tú sabes perfectamente que el muchacho está enamorado de Georgina<br />

Letona.<br />

—Cál<strong>la</strong>te, Catalina. No tienes por qué meterle insidias en <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> niña. Prende <strong>la</strong> luz<br />

Lilia.<br />

—Conste que no estoy de acuerdo en eso —dije, saliéndome de <strong>la</strong> cama.<br />

—Vente, hija —dijo Andrés. No le hagas caso. Está amargada.<br />

La niña fue a meterse en el lugar que yo dejé en mi cama. Se quedaron ahí, oyendo <strong>la</strong><br />

música con <strong>la</strong> luz encendida, mientras yo bajaba a los cuartos de servicio a despertar a Juan. Le<br />

pedí que saliera por <strong>la</strong> puerta de atrás y le fuera a decir a Uriarte lo de <strong>la</strong> serenata.<br />

Como que yo conocía a ese muchacho que en quince minutos apareció con diez amigos, una<br />

guitarra y un rifle de municiones.<br />

Se armó un griterío.<br />

—¡Lilia! Sal a decirle a este güey quién es el bueno contigo —pedía Javier Uriarte mientras<br />

sus amigos sé iban sobre el piano, metían a Agustín Lara en un coche y empujaban a Pedro<br />

Vargas al asiento de junto. Un guarura protegió a Emilito con un abrazo de cuates y sobre él se<br />

fue Javier a trompones. Los amigos disparaban municiones al suelo y gritaban: «¡limpio, limpio!<br />

¡Déjenlos solos!» Emilito se separó del guardaespaldas y se enfrentó a Uriarte. En un momento<br />

estaban trenzados, dando vueltas.<br />

Andrés olvidó que tenia partido y se puso a ver el pleito como si estuviera en el box. Emilio<br />

se defendía, pero no era hábil. Lilia los miró acodada en <strong>la</strong> ventana junto a su padre, comiéndose<br />

<strong>la</strong>s uñas.<br />

—Usted qué llora. Póngase contenta —dijo Andrés. Pero el<strong>la</strong> no aguantó. Se fue de <strong>la</strong><br />

ventana, se amarró <strong>la</strong> bata y apareció de pronto en <strong>la</strong> puerta, caminando hacia los muchachos.<br />

Sin más se metió entre los dos.<br />

Emilito jadeaba con <strong>la</strong> corbata en <strong>la</strong>s narices. Uriarte jaló a Lilia y <strong>la</strong> abrazó. Un segundo<br />

más tarde apareció Andrés en <strong>la</strong> puerta l<strong>la</strong>mándo<strong>la</strong>.<br />

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