Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
CAPÍTULO XXVI<br />
L<strong>la</strong>mé a sus hijos. Alguien le avisó a Rodolfo que llegó como a <strong>la</strong>s once de <strong>la</strong> noche. Entró<br />
con su barriga, su lentitud y su cauda a querer dirigir:<br />
—Vamos a llevarlo a Zacatlán.<br />
—Como tú quieras —contesté.<br />
—El así ordenó.<br />
—Le creo señor Presidente, vamos a llevarlo a Zacatlán.<br />
—Te agradezco <strong>la</strong> co<strong>la</strong>boración. Ya sé del testamento.<br />
—No hay qué agradecer. Espero hacerlo bien.<br />
—Si tienes problemas cuenta conmigo —dijo.<br />
—Quiero contar contigo para no tenerlos –contesté.<br />
—No te entiendo, era como mi hermano, eres su mujer ¿Qué quieres que haga?<br />
—Que no te metas, que no me ayudes, que no hagas tratos con <strong>la</strong>s otras viudas. Todas<br />
recibirán lo suyo, pero tendrán que venir conmigo para recibirlo.<br />
—¿Quiénes son <strong>la</strong>s otras viudas?<br />
—Compadre, no estás hab<strong>la</strong>ndo con tu mujer. Sé perfectamente quiénes son <strong>la</strong>s otras<br />
viudas y cuántos son los hijos que no han vivido con nosotros. Sé qué haciendas son para unos,<br />
qué casas para otros.<br />
Sé qué negocios, qué dinero, hasta qué reloj y qué mancuernil<strong>la</strong>s son para quién.<br />
Se quedó cal<strong>la</strong>do, asintió con <strong>la</strong> cabeza y fue a pararse a un <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> caja gris. Intentó una<br />
cara de pena pero le ganó el gesto de aburrimiento que llevaba a todas partes.<br />
La gente llenó mi casa. A empujones llegaban hasta Rodolfo. Los hombres le daban abrazos<br />
acompañados de palmadas en <strong>la</strong> espalda, <strong>la</strong>s mujeres apretaban su mano.<br />
Yo estaba parada del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> caja, no quise sentarme. Pasé ahí toda <strong>la</strong> noche<br />
estrechando manos y recibiendo abrazos. No lloré. Hablé sin parar. Con cada gente hablé de él,<br />
recordé dónde se conocieron y cuándo había sido <strong>la</strong> última vez que nos vimos.<br />
Como a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> mañana Fito se fue a dormir. Lucina me llevó un té. Me senté un rato.<br />
En <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> de junto, encontré a Checo. Me pareció tan niño.<br />
—¿Cómo estás, mamá? —preguntó.<br />
—Bien, mi <strong>vida</strong>, ¿y tú?<br />
—Bien también —y no hab<strong>la</strong>mos más.<br />
Verania se había ido a dormir más temprano. A Marta el doctor tuvo que atender<strong>la</strong> porque<br />
le dio un mareo.<br />
—Veo que tu novio no vino a darte el pésame —me dijo Adriana cuando estuvimos juntas.<br />
—No hables así —le ordené.<br />
—No pretendas educarme ahorita. Es un poco tarde —me contestó. Además todo el mundo<br />
sabe lo de Alonso. Estoy segura de que medio velorio vino nada más a verlo entrar con cara de yo<br />
era amigo del difunto.<br />
Tenía razón. Y odio. Qué bien puesto tenía el odio esa niña. Lilia, Marce<strong>la</strong> y Octavio me<br />
acompañaron hasta que amaneció.<br />
Toda <strong>la</strong> noche duró el desfile de dolidos con los dolientes. Yo no me moví de mi lugar de<br />
viuda.<br />
—Admiro su entereza, señora —me dijo Bermúdez, un hombre que hacía de maestro de<br />
ceremonias en los actos políticos cuando Andrés era gobernador.<br />
—La felicito, doña Catalina —dijo <strong>la</strong> esposa del presidente municipal.<br />
Hubo de todo. Creo que me divertí esa noche.<br />
111