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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

—Me parece linda —contestó Vives.<br />

Después volvieron a hab<strong>la</strong>r de ellos. De <strong>la</strong>s diferencias entre <strong>la</strong> música y los toros. De cómo<br />

el padre de Carlos quiso a mi general y cómo peleó con su hijo que no hacía más que<br />

decepcionarlo con su terquedad de ser músico en vez de militar.<br />

—Tu padre siempre tuvo razón —concluyó Andrés.<br />

—Salud, general —dijo Carlos. Salud, curiosa —me guiñó el ojo y palmeó mi mano que<br />

estaba sobre <strong>la</strong> mesa.<br />

—Salud —dije yo, que de un trago desaparecí otro coñac y me dediqué a sonreír el resto de<br />

<strong>la</strong> noche.<br />

Cuando salimos a <strong>la</strong> calle <strong>la</strong> luna bril<strong>la</strong>ba amaril<strong>la</strong> y redonda sobre nuestras cabezas. En el<br />

quicio de una puerta, sentado como si fueran <strong>la</strong>s cinco de <strong>la</strong> tarde y no <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> mañana, un<br />

ciego tocaba una trompeta.<br />

CAPÍTULO XIV<br />

Siempre creí que lo único necesario para vivir tranqui<strong>la</strong> era tener a Andrés todos los días<br />

conmigo. Pero cuando <strong>la</strong> mañana siguiente en lugar de salir corriendo me anunció que pensaba<br />

quedarse y que iba a cambiar su oficina a nuestra biblioteca yo hubiera querido desaparecerlo.<br />

Era como tener un ropero antiguo a media casa, para donde uno volteara aparecía. No quedó<br />

lugar libre de su ruido. Para colmo, dio en estar cariñoso. Quería coger todas <strong>la</strong>s mañanas y no ir<br />

a ninguna parte sin llevarme con él. Inventó nombrarme su secretaria privada y me hizo acudir<br />

a todas <strong>la</strong>s juntas que organizó para p<strong>la</strong>near cómo quitarle a Cordera <strong>la</strong> CTM, a todas <strong>la</strong>s<br />

reuniones con políticos, y hasta cuando hacía pipí quería tenerme junto.<br />

Dos días antes me hubiera hecho feliz. No sólo tener de nuevo su explosiva presencia, sino<br />

estar invitada a todo lo que tuve prohibido: a <strong>la</strong>s reuniones y los acuerdos que siempre rehice tras<br />

<strong>la</strong> puerta, abrumando a Andrés con interrogatorios exhaustivos para medio saber lo que pasaba.<br />

Entonces pude presenciarlos todos, si se me hubiera ocurrido opinar me habrían dejado, sólo que<br />

yo acababa de subir los escalones de Bel<strong>la</strong>s Artes y me había enamorado de otro.<br />

Me volví infiel mucho antes de tocar a Carlos Vives. No tenía lugar para nada que no fuera<br />

él. Nunca quise así a Andrés, nunca pasé <strong>la</strong>s horas tratando de recordar el exacto tamaño de sus<br />

manos ni deseando con todo el cuerpo siquiera verlo aparecer. Me daba vergüenza estar así por<br />

un hombre, ser tan infeliz y volverme dichosa sin que dependiera para nada de mí. Me puse<br />

insoportable y entre más insoportable mejor consentida por Andrés. Nunca hice con tanta<br />

libertad todo lo que quise hacer como en esos días, y nunca sentí con tanta fuerza que todo lo que<br />

hacía era inútil, tonto y no deseado. Porque de todo lo que tuve y quise lo único que hubiera<br />

querido era a Carlos Vives a media tarde.<br />

Un día en el desayuno Andrés descubrió que me había crecido el pelo y que su brillo era lo<br />

mejor que había visto en años, encontró que mis pies eran más lindos que los de cualquier<br />

japonesa, mis dientes de niña y mis <strong>la</strong>bios de actriz. En cambio yo nunca odié tanto mis caderas,<br />

mi boca, mis pestañas, nunca me creí más tonta, más tramposa, más fea.<br />

Con <strong>la</strong>s fealdades a cuestas pasé esa mañana oyendo a mi general inventar un grupo de<br />

diputados que se l<strong>la</strong>mara Renovación, p<strong>la</strong>neando cómo chingarse a uno y madrear a otro.<br />

Mientras yo sólo quería que llegara <strong>la</strong> tarde.<br />

Tenia que ir a Pa<strong>la</strong>cio Nacional y fui con él.<br />

—¿Ahora sí vas de compras? —me dijo al bajarse del coche.<br />

—A lo mejor contesté.<br />

Nada más arrancó Juan y le pedí que me llevara a Bel<strong>la</strong>s Artes. Cuando llegamos brinqué<br />

del coche.<br />

—¿A qué horas regreso, señora?<br />

—No regrese. Como si no me hubiera oído volvió a decir:<br />

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