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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

Empujé <strong>la</strong> puerta y se abrió. El teatro estaba vacío de público, pero el escenario lo llenaba<br />

una orquesta. Frente a el<strong>la</strong> un hombre ordenó detener <strong>la</strong> música y empezó a hab<strong>la</strong>r de prisa y con<br />

pasión, explicando algo como enfebrecido, como si le fuera <strong>la</strong> <strong>vida</strong> en que el músico al que<br />

seña<strong>la</strong>ba con <strong>la</strong> batuta lo descifrara. No era muy alto, tenía <strong>la</strong> espalda ancha y los brazos <strong>la</strong>rgos.<br />

Caminé hasta el frente y lo oí decir:<br />

—Vamos, otra vez, desde <strong>la</strong> 24, todos. Vamos —y se puso a cantar <strong>la</strong> melodía.<br />

La música volvió a sonar triste y extraña, aun mal arrastrada. Nunca había oído algo así. Me<br />

senté sin hacer ruido. Miré al techo, a los palcos vacíos, y me dejé llevar por los sonidos que<br />

parecían salir de los brazos del director.<br />

Qué extravagante quehacer tenían esos hombres, qué distinto a todos los que yo había<br />

visto de cerca. El director los detenía, les hab<strong>la</strong>ba, otra vez soltaba los brazos, y <strong>la</strong> música volvía.<br />

De pronto suspendió con violencia. Miró a un violinista joven sentado en <strong>la</strong> tercera fi<strong>la</strong> de atriles<br />

y le dijo:<br />

—¿Dónde está usted, Martínez? No me sigue. Se sale de tiempo. ¿En qué está pensando<br />

que pueda importar más?<br />

Martínez se me quedó viendo y no le contestó. Entonces él volteó y se encontró conmigo<br />

sentada en una de <strong>la</strong>s primeras fi<strong>la</strong>s del teatro, apretando <strong>la</strong>s manos sobre el abrigo, sin poder<br />

decir ni media pa<strong>la</strong>bra.<br />

—¿Quién le dio permiso de entrar aquí? —dijo furioso.<br />

No me quedó más remedio que convertirme en periodista.<br />

—Vaya, qué desorden —dijo. Tenía los ojos oscuros, enormes, <strong>la</strong> piel b<strong>la</strong>nca. Espéreme allá<br />

atrás, y no se mueva que nos distrae.<br />

Me levanté y caminé despacio por todo el pasillo.<br />

—¿Ya? —preguntó él desde arriba.<br />

—Ya —contesté y bajé los ojos. Cuando <strong>la</strong> música volvió, me levanté despacio y fui hasta <strong>la</strong><br />

puerta caminando de puntas. La empujé y corrí por <strong>la</strong>s escaleras. En un segundo estuve en <strong>la</strong><br />

calle, fui a sentarme a una banca de <strong>la</strong> A<strong>la</strong>meda y traté de tararear lo que había oído pero no<br />

pude. En cambio pude llorar, sin saber por qué. Creí que me estaba volviendo vieja y que había<br />

heredado <strong>la</strong> capacidad de mi madre para presentir.<br />

—Está encantado —dije.<br />

Cuando Juan me encontró era tardísimo.<br />

—El general ya está en <strong>la</strong> puerta de Pa<strong>la</strong>cio desde hace rato —dijo y me llevó a recogerlo.<br />

—¿Dónde te metiste, le<strong>la</strong>? —preguntó Andrés, muy calmado.<br />

—Fui a caminar.<br />

—Has de haber recorrido todas <strong>la</strong>s tiendas. ¿Qué te compraste?<br />

—Nada.<br />

—¿Nada? ¿Entonces qué hiciste?<br />

—Oí música —dije.<br />

—Apuesto que te encontraste una marimba en <strong>la</strong> A<strong>la</strong>meda. ¿Por qué eres tan cursi,<br />

Catalina?<br />

—Fui a Bel<strong>la</strong>s Artes. Estaba ensayando <strong>la</strong> sinfónica.<br />

—¿Habrás visto a Carlos Vives entonces? Es el director.<br />

—¿Lo conoces? —dije.<br />

—C<strong>la</strong>ro que lo conozco. Es el hombre más necio que conozco. Su papá era general, pero él<br />

salió medio raro, le dio por <strong>la</strong> música. Acaba de regresar de Londres con <strong>la</strong> idea de que este<br />

rancho necesita una Orquesta Sinfónica Nacional, y convenció a Fito. ¿Quién no convence al<br />

Gordo?<br />

—¿Vamos a cenar? —dije y oí mi voz como algo que no me pertenecía. Como si otra me<br />

estuviera supliendo para hab<strong>la</strong>r y moverme.<br />

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