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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
—Fui a ver a Vives —dije como si me desnudara.<br />
—Qué bueno —contestó. ¿Y dónde lo dejaste? ¿Por qué no vino a cenar con nosotros?<br />
—Lo mandé a <strong>la</strong> chingada.<br />
—¿Qué te hizo?<br />
—Me trató como a una imbécil. Dijo que si me gustaba el edificio de Sanborns por qué no te<br />
pedía que me lo compraras.<br />
—¿Te gusta el edificio de Sanborns?<br />
—Es de ta<strong>la</strong>vera —contesté, y nos fuimos a cenar abrazados.<br />
Al día siguiente comió en nuestra casa el general Basilio Suárez. A propósito dispuse mole<br />
pob<strong>la</strong>no porque ya sabía que lo odiaba.<br />
El general Suárez era tan simple como una carne con su tortil<strong>la</strong> de harina. Lo que le<br />
importaba era hacer dinero y para eso se unía con Andrés. Andaban buscando los contratos de<br />
unas carreteras pero no se les hacían porque el secretario de Comunicaciones era un tal Jesús<br />
Garza, al que odiaban por aguirrista y quien seguramente los odiaba también. Se pusieron a<br />
inventar cómo desprestigiarlo y Suárez, que nunca daba para más, dijo:<br />
—Yo creo que hay que acusarlo de comunista. No será mentir, porque ese hombre es<br />
comunista. Y nosotros no hicimos <strong>la</strong> Revolución para que vengan los rusos a quitárnos<strong>la</strong>.<br />
—Tiene usted razón, general. Hoy mismo hablo con los de <strong>la</strong> Unión de Padres de Familia<br />
para que le aumenten a su desplegado contra Cordera unas cositas contra otros que nos <strong>la</strong><br />
deben. Es hora de empezar a nombrarlos. Así de una vez mañana le quitamos <strong>la</strong> CTM a Cordera,<br />
se <strong>la</strong> damos a Alfonso Maldonado que no come lumbre y empezamos a preparar el terrenito para<br />
chingarnos esas dos cuñas que nos heredó Aguirre.<br />
Iba yo a decir alguna cosa para contradecirlos cuando entró Vives.<br />
—Llegas tarde —dijo Andrés. Estamos hab<strong>la</strong>ndo de política, ¿no te importa?<br />
—Me importa, pero me aguanto. Ya sé que en esta casa todo es política, y acepté venir a<br />
comer.<br />
—Quedamos que a <strong>la</strong>s dos y son tres y media —dijo Andrés.<br />
—¿Tú lo invitaste? —pregunté.<br />
—No te dije para darte <strong>la</strong> sorpresa —dijo Andrés.<br />
—Me <strong>la</strong> das —contesté. Lucina tráele un servicio al señor —dije adoptando actitud de ama<br />
de casa y señalándole a Vives un lugar junto al general Suárez. Andrés estaba en <strong>la</strong> cabecera, yo<br />
a su izquierda y el general a su derecha.<br />
—Prefiero del otro <strong>la</strong>do si el general no se ofende —dijo mirando a Suárez.<br />
—El hijo de mi general Vives no ofende nunca —dijo Suárez. Menos si elige sentarse junto<br />
a una bel<strong>la</strong> dama en vez de junto a un envejecido ex presidente.<br />
—Ya siéntate y deja de interrumpir —dijo Andrés.<br />
—Perdón Chinti, ahora mismo me disciplino.<br />
—¿Cómo le dijiste? —pregunté riendo.<br />
—No le digas, después quién <strong>la</strong> aguanta.<br />
—C<strong>la</strong>ro que no le digo, general. Además su<br />
media calle con <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra en <strong>la</strong> boca.<br />
—La molestaste —dijo Andrés y es muy sentida.<br />
—¿Por qué no acaban de comer? —pedí y le pregunté a Suárez:<br />
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señora y yo no nos hab<strong>la</strong>mos. Ayer me dejó a<br />
—¿Le sirvo más frijoles o pasamos al postre? Aunque si vamos a esperar a Vives falta un<br />
rato para el postre.<br />
—Por mí podemos pasar directamente al postre —dijo Vives. Prefiero ahorrarme el mole.<br />
—Qué amigos tienes Andrés, este músico no sólo es metiche sino melindroso.<br />
—¿Qué le voy a hacer? Es el hijo del único cabrón que me ha merecido respeto. No puedo<br />
mandarlo matar porque desaira tu comida.<br />
—Por mí que se muera de hambre —dije. ¿A usted general qué le damos?