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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

olvidó su cargo de asesor presidencial. Yo tampoco tuve ganas de volver a México y compartí con<br />

él <strong>la</strong> inmensa casa vacía cuando los niños regresaron a sus colegios acompañados por Lucina.<br />

Se iba poniendo viejo, un día le dolía un pie y al otro una rodil<strong>la</strong>. Bebía sin tregua brandy de<br />

<strong>la</strong> tarde a <strong>la</strong> noche y té de limón negro durante toda <strong>la</strong> mañana. Me hubiera dado piedad si el<br />

jardín y el cuarto del helecho no revivieran insistentemente a Carlos.<br />

Lilia me visitaba todos los días, me contaba los últimos chismes y me hacia reír. A mis<br />

amigas <strong>la</strong>s veía algunas tardes. Mónica trabajaba con tal furia que a veces sólo podía darnos un<br />

beso y desaparecer. En cambio Pepa tenía el jardín toda <strong>la</strong> tarde y <strong>la</strong> p<strong>la</strong>cidez que sus encuentros<br />

en <strong>la</strong> bodega del mercado le dejaban en <strong>la</strong> cara y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. También recuperé a Bárbara mi<br />

hermana que era como un ángel de <strong>la</strong> guarda, mejor que un ángel porque no me juzgaba, sólo se<br />

moría de <strong>la</strong> risa o se echaba a llorar y, como yo, pasaba de <strong>la</strong>s carcajadas a <strong>la</strong>s lágrimas sin<br />

ningún esfuerzo. El<strong>la</strong> estaba conmigo <strong>la</strong> tarde que Andrés llegó a <strong>la</strong> casa sintiéndose muy mal.<br />

Volvía de Tehuacán donde le habían hecho un homenaje. Uno de esos homenajes a los que iba<br />

rodeado de autoridades formales que públicamente le rendían cuentas y lo trataban como a un<br />

patrón. Ese día lo habían acompañado el nuevo gobernador del estado, el presidente municipal de<br />

Pueb<strong>la</strong> y por supuesto el de Tehuacán, donde lo dec<strong>la</strong>raron hijo predilecto de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción.<br />

Eran como <strong>la</strong>s cinco cuando oímos el ruido de los autos llegando hasta <strong>la</strong> puerta.<br />

—Qué tedio Bárbara —dije, ya regresó. Va a l<strong>la</strong>marme para que lo escuche hacer el<br />

recuento de sus glorias.<br />

Se había pasado el desayuno recordándome cómo estaban los obreros peleados entre sí<br />

cuando él llegó al gobierno, cómo durante su administración aumentaron los caminos, se<br />

construyeron escue<strong>la</strong>s, se terminó el descontento.<br />

—Voy a decirles —me ade<strong>la</strong>ntó: No vengo como gobernante, mi <strong>la</strong>bor como tal ha<br />

terminado, vengo como hijo del estado de Pueb<strong>la</strong>, como ciudadano y como hombre que sabe<br />

entregar el corazón. ¿Qué te parece? No me dices qué te parece Catalina, ¿para qué crees que te<br />

tengo?<br />

En su locura de los últimos meses me había vuelto a nombrar su secretaria privada y yo<br />

quise seguirle <strong>la</strong> corriente para pasar el tiempo. Le extendí un papel en el que había escrito su<br />

posible discurso y señalé un párrafo cualquiera. Lo leyó en voz alta: “Estaré siempre al servicio de<br />

todos ustedes, aquí y fuera de aquí, como funcionario y como simple ciudadano. Les pido que<br />

desechen rencil<strong>la</strong>s, que eliminen dificultades, que sigan trabajando con entusiasmo, como<br />

hermanos, como hombres que fueron a <strong>la</strong> Revolución con un programa social bien definido y por<br />

cuyo rescate si llegara a ser necesario iría con ustedes nuevamente a <strong>la</strong> lucha, sin llevar conmigo<br />

ninguna ambición personal política, porque ya como gobernante he cumplido, pero sí iría con el<br />

deseo de ve<strong>la</strong>r por <strong>la</strong> tranquilidad y el progreso de nuestro querido estado”.<br />

Terminó de leer y me dijo:<br />

—No me equivoqué contigo, eres lista como tú so<strong>la</strong>, pareces hombre, por eso te perdono<br />

que andes de libertina. Contigo sí me chingué. Eres mi mejor vieja, y mi mejor viejo, cabrona.<br />

Antes de irse pidió su té y me invitó una taza. La bebí despacio, esperando que llegara de<br />

a poco <strong>la</strong> extraña euforia que producía.<br />

Matilde no había regresado a <strong>la</strong> cocina. Puso el té sobre <strong>la</strong> mesa, nos vio beberlo y le dijo a<br />

Andrés:<br />

—Usted va a perdonar que yo me meta general, pero está usted tomando muy seguido esas<br />

hierbas y seguido hacen daño.<br />

—Qué daño ni qué nada. Si no fuera por el<strong>la</strong>s ya me hubiera muerto. Son lo único que me<br />

quita el cansancio.<br />

—Pero a <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga perjudican. Yo veo que usted se está desmejorando.<br />

—No por <strong>la</strong>s hierbas Matilde. ¿No me digas que sigues creyendo en esas cosas? —le<br />

contestó Andrés antes de dar el último trago: Mira cómo está de rozagante <strong>la</strong> señora y el<strong>la</strong><br />

también lo toma.<br />

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