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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
—voy a ponerles <strong>la</strong> piyama —dije como si otra me gobernara, como si me hubieran<br />
amordazado. Descansé mis brazos sobre los hombros de los niños y bajé <strong>la</strong>s escaleras hasta el<br />
segundo piso.<br />
Lilia iba saliendo de su recámara. Se había puesto un vestido negro con vivos rojos, tacones<br />
altísimos y medias oscuras. Se recogió el pelo con dos peinetas de p<strong>la</strong>ta y se pintó <strong>la</strong> boca.<br />
Vestida así no me decía mamá.<br />
—¿Me prestas tu abrigo de astracán? Ayer manché el mío con he<strong>la</strong>do. ¿Encontraste a<br />
Carlos? —preguntó.<br />
—No —contesté mordiéndome el <strong>la</strong>bio de abajo —Pobre mamá —dijo y me abrazó.<br />
Quería gritar, salir a buscarlo, ja<strong>la</strong>rme los pelos, enloquecer.<br />
Lilia acarició mi cabeza.<br />
—Pobre de ti —dijo.<br />
Me separé despacio de su cuerpo perfumado.<br />
—Estás guapísima —le dije. ¿Ya te vas? A ver, camina, que te vea yo <strong>la</strong> raya de <strong>la</strong>s medias.<br />
Siempre te <strong>la</strong>s pones chuecas.<br />
La hice caminar por el pasillo.<br />
—Ven te enderezo <strong>la</strong> izquierda —dije. Coge de mi cuarto el abrigo que quieras y no beses a<br />
Emilio. Que no te gaste antes de tiempo.<br />
Me besó otra vez y bajó corriendo <strong>la</strong>s escaleras.<br />
Llevé a los niños a su cuarto. Cuando se durmieron apagué <strong>la</strong> luz y me acosté junto a<br />
Verania. Me tendí boca abajo, metí <strong>la</strong>s manos entre los brazos y empecé a llorar despacio, unas<br />
lágrimas enormes.<br />
Con que no esté sufriendo —me dije, que no lo maten de a poco, que no le due<strong>la</strong>, que no le<br />
toquen <strong>la</strong> cara, que no le rompan <strong>la</strong>s manos, que alguien bueno le haya dado un tiro.<br />
—Señora —dijo Lucina entrando al cuarto— el señor ya quiere cenar.<br />
—Sírvanle por favor —dije con una voz ronca.<br />
—Quiere que usted baje. Me dijo que le avisara que aquí está el gobernador.<br />
—¿Y el señor Carlos? —pregunté.<br />
—No señora, él no está —dijo acercándose a <strong>la</strong> cama. Se sentó en <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>. Yo lo siento<br />
mucho señora, yo usted sabe que a usted <strong>la</strong> quiero mucho, que me daba gusto ver<strong>la</strong> tan<br />
contenta, yo usted sabe...<br />
—¿Lo mataron? ¿Te lo dijo Juan?<br />
—No sé, señora. Juan se hizo el enfermo cuando le avisaron. Manejó Benito. Le quisimos<br />
avisar a usted pero cómo, si estaba encerrada con el general.<br />
Volví a meter <strong>la</strong> cara entre los brazos. Ya no tenía lágrimas.<br />
—¿Y Benito? —pregunté.<br />
—No ha regresado.<br />
Me levanté.<br />
—Dile al general que no tardo y pídele a Juan que suba.<br />
Me vestí de negro. Me puse los aretes y <strong>la</strong> medal<strong>la</strong> que Carlos me regaló. Eran italianos, <strong>la</strong><br />
medal<strong>la</strong> tenía una flor azul y decía mamma de un <strong>la</strong>do y 13 de febrero del otro.<br />
Entré al comedor cuando Andrés distribuía los lugares.<br />
—A sus pies señora —dijo Benítez.<br />
—No se lo merece gobernador, llega tarde —dijo Andrés.<br />
—Lo siento, me quedé dormida con los niños —dije. Había más gente de <strong>la</strong> esperada.<br />
—¿Conoces al procurador de Justicia del estado? —preguntó Andrés.<br />
—C<strong>la</strong>ro, gusto de verlo por aquí —dije sin extender <strong>la</strong> mano.<br />
—¿Y al jefe de <strong>la</strong> policía?<br />
—Mucho gusto —dije para joder con que no lo conocía.<br />
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