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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
Con Adriana, <strong>la</strong> geme<strong>la</strong> de Lilia, tampoco tenía yo mucho que ver. Nunca congenió con su<br />
hermana a <strong>la</strong> que consideraba una frívo<strong>la</strong> espectacu<strong>la</strong>r, menos conmigo. Entró a <strong>la</strong> Acción<br />
Católica a escondidas de su papá y el único desafío que le conocí fue contarlo una noche a media<br />
cena como quien cuenta que trabaja en un burdel cuando todo el mundo piensa que está en misa.<br />
A nadie le importó su militancia: Andrés hasta pensó que le serviría de en<strong>la</strong>ce con <strong>la</strong> mitra en caso<br />
de necesidad. La dejamos ir a <strong>la</strong> iglesia y vestirse como monja sin criticar<strong>la</strong>.<br />
No eran compañía Marta y Adriana, ni yo era compañía para Checo y Verania, así que volví<br />
a México.<br />
En <strong>la</strong> casa de Las Lomas vivía Andrés, al menos oficialmente, y Octavio con <strong>la</strong> dulce Marce<strong>la</strong>.<br />
No les perturbó mi llegada. Casi me consideraban <strong>la</strong> madrina de <strong>la</strong> boda que nunca tendrían.<br />
Busqué a <strong>la</strong> Bibi. Hacía apenas dos años que <strong>la</strong> mujer de Gómez Soto había tenido <strong>la</strong><br />
generosidad de morirse y permitir que el<strong>la</strong> pasara de amante c<strong>la</strong>ndestina a digna esposa. El<br />
mismo día de <strong>la</strong> boda el general había puesto todas <strong>la</strong>s casas a su nombre y dictado un<br />
testamento haciéndo<strong>la</strong> su heredera universal.<br />
Todo corrió sobre miel en <strong>la</strong> nueva unión. Los recién casados fueron a Nueva York y después<br />
a Venecia, de modo que a <strong>la</strong> Bibi por fin le pegó un sol que no fuera el del jardín de su casa.<br />
Recorrieron el país en el tren que el general compró para poder visitar sus periódicos, el<strong>la</strong> lució<br />
por todas partes el aire internacional que tanto tiempo cultivó entre cuatro paredes.<br />
Un día llegó a mi casa muy temprano. Yo estaba en bata en el jardín. Me habían ido a dar<br />
pedicure, tenia los pies sopeando en una pa<strong>la</strong>ngana y <strong>la</strong> cara sin pintar.<br />
Bibi entró corriendo, con zapatos bajos, pantalones y una blusa de cuadros, casi de hombre.<br />
Se veía linda, pero extrañísima. No recuerdo si me saludó, creo que lo primero que hizo fue<br />
preguntarme:<br />
—Catalina, ¿cómo hacías tú para querer a un hombre y vivir en casa de otro?<br />
—Ya no me acuerdo.<br />
—Ni que hubiera sido hace veinte años —dijo.<br />
—Parece que más. ¿Qué te pasa? Te ves rarísima —le contesté.<br />
—Me enamoré —dijo. Me enamoré. Me enamoré —repitió en distintos tonos, como si se lo<br />
dijera a sí misma. Me enamoré y ya no soporto al viejo pestilente con el que vivo. Pestilente,<br />
lépero, aburrido y sucio. Imagínate que trata sus negocios en el excusado, mete a <strong>la</strong> gente al<br />
baño del tren y ahí <strong>la</strong> hace contar sus asuntos. ¿Ahora qué hago yo casada con él? ¿Lo mato? Lo<br />
mato, Cati, porque yo no duermo con él una noche más.<br />
Estaba irreconocible, se había quitado los zapatos. Se sentó en el pasto y puso <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta de<br />
un pie contra <strong>la</strong> del otro, se palmeaba <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s cada tres pa<strong>la</strong>bras.<br />
—¿De quién te enamoraste?<br />
—De un torero colombiano. Llega mañana. Viene a verme y de paso a una gira. Nos<br />
conocimos en Madrid, una tarde que Odilón pasó hab<strong>la</strong>ndo con un ministro del general Franco. Me<br />
quedé en un café y ahí llegó él: «me puedo sentar?», ya sabes. Hicimos el amor dos veces.<br />
—¿Y con dos veces te enamoraste?<br />
—Tiene un cuerpo divino. Parece adolescente.<br />
—¿Cuántos años tiene?<br />
—Veinticinco.<br />
—Le llevas diez.<br />
—Siete.<br />
—Es lo mismo.<br />
—Cati, si te vas a portar como mi mamá, ya me voy.<br />
—Perdón, ¿tiene buena nalga?<br />
—Buen todo.<br />
—Ya no me cuentes. ¿Quieres cambiar a tu general por un buen prepucio? ¿Tiene dinero<br />
para llenarte <strong>la</strong> alberca de flores?<br />
—C<strong>la</strong>ro que no, pero estoy harta de albercas. Y él va a ser un torero famoso, es buenísimo.<br />
—Con veinticinco años si fuera a ser famoso ya lo sería.<br />
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