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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
—Entonces trato hecho —dije dispuesta a subirme a <strong>la</strong> yegua colorada.<br />
—Trato hecho —me contestó espoleando al Listón para que se echara a correr.<br />
Fui tras él con <strong>la</strong> yegua corriendo como desbocada, lo dejé atrás. Entré por Manzanillo hasta<br />
el bosque de los Costes y me seguí camino a La Malinche sin acordarme de <strong>la</strong> gripa del Checo, ni<br />
del desayuno, ni de filia que siempre me buscaba en <strong>la</strong>s mañanas para que yo le p<strong>la</strong>ticara cómo<br />
eran los vestidos de <strong>la</strong>s señoras que habían cenado con nosotros. Con el<strong>la</strong> me sentaba en el jardín<br />
y echaba todas <strong>la</strong>s criticas que se me antojaban, encantada de que se riera con tantas ganas de<br />
mis chismes.<br />
Nomás de imaginarme al Mapache montado por Heiss, lloraba yo a gritos mientras el aire<br />
me pegaba en <strong>la</strong> cara y me iba secando <strong>la</strong>s lágrimas que me salían a chorros.<br />
Volví como a <strong>la</strong>s once. Andrés ya se había ido, <strong>la</strong>s niñas estaban en el colegio, sólo quedaba<br />
Checo rumiando su gripa.<br />
—Mal de perrera por no ir a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> —le dije tirándome en <strong>la</strong> cama junto a él. Después<br />
l<strong>la</strong>mé a Ausencio, el mozo principal, y le pedí que buscara a <strong>la</strong> sirvienta que acababa de correr de<br />
su casa <strong>la</strong> señora Amed.<br />
—Dígale usted que queremos que se venga a trabajar a nuestra casa. Que ya sé de su<br />
asunto, que no se preocupe.<br />
Lucina llegó al día siguiente con su ropa en una caja de cartón. Tenia los ojos oscuros y <strong>la</strong><br />
cara chapeada. Hab<strong>la</strong>ba poco, pero a Checo le contó desde entonces todos los cuentos que yo no<br />
me sabía, a Verania le cosió vestidos para sus muñecas y a mí me daba masajes en <strong>la</strong> espalda<br />
cuando me veía triste. Se volvió <strong>la</strong> nana de todos.<br />
El hijo que iba a tener se le salió una mañana sin mucho escándalo. Era un feto de cinco<br />
meses y estaba muerto. Lo lloró un día. Ausencio, los niños y yo <strong>la</strong> acompañamos a enterrarlo en<br />
su pueblo. Entré todos cargamos <strong>la</strong> cajita de madera b<strong>la</strong>nca en que lo guardó. Recorrimos el<br />
pequeño panteón que no tenía paredes, era una siembra abierta de tumbas sencil<strong>la</strong>s. Al final,<br />
debajo de un árbol, estaba el agujero para su niño. Ausencio puso dentro <strong>la</strong> cajita y Lucina se<br />
apresuró a echarle encima un puño de tierra.<br />
—Así estuvo mejor —dijo.<br />
Verania quiso cantar ¡Oh, María, madre mía! y nosotros <strong>la</strong> secundamos.<br />
De regreso en el coche todos fuimos cal<strong>la</strong>dos hasta que Lucina nos dijo:<br />
—No estén tristes. Mi niño ya está en el cielo. Es una estrel<strong>la</strong>. ¿Verdad, señora?<br />
—Si, Lucina —dije.<br />
Desde entonces Marilú Amed distribuyó <strong>la</strong> historia de que yo le había sonsacado a su<br />
muchacha, <strong>la</strong> había obligado a un aborto y <strong>la</strong> tenía de esc<strong>la</strong>va cuidando a mis hijos. Le duró el<br />
berrinche para siempre.<br />
Unos días después salí a caminar con Checo después de comer. Lo llevé hasta <strong>la</strong> punta del<br />
cerro de Guadalupe a ver salir el primer lucero.<br />
—Oye, mamá —me dijo entonces, ¿tú crees eso de que el hijo de Lucina es una estrel<strong>la</strong> que<br />
está en el cielo?<br />
—¿Por qué me lo preguntas?<br />
—Porque Verania sí lo cree y yo sé muy bien que eso no es cierto, que el hijo de Lucina está<br />
en el hoyo.<br />
—¿En el hoyo?<br />
—Si, en el hoyo. Como ese Celestino que ayer dijo mi papá que le buscaran un hoyo.<br />
—¿A quién le dijo?<br />
—A unos señores que lo vinieron a ver de Matamoros.<br />
—No oíste bien. ¿Cómo va a decir eso tu papá?<br />
—Si, lo dijo mamá. Siempre dice así. A ése búsquenle un hoyo. Y eso quiere decir que lo<br />
tienen que matar.<br />
—Ay, hijo, qué cosas te imaginas —le dije. ¿Crees que matar es juego?<br />
—No. Matar es trabajo, dice mi papá.<br />
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