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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

entre ellos y tenían contratadas unas nodrizas que iban dos veces al día a darles <strong>la</strong> leche que les<br />

quedaba en unos pechos enf<strong>la</strong>quecidos.<br />

Las corrí. A el<strong>la</strong>s y a <strong>la</strong>s cuatro brujas que cuidaban a los niños.<br />

Entonces un médico que parecía muy enterado tuvo a bien rec<strong>la</strong>marme.<br />

—Se pueden morir estos niños si toman leche de vaca —dijo.<br />

—Estarán mejor muertos que aquí —le contesté.<br />

¿Quién podría parar mis obras de misericordia? Mi marido, c<strong>la</strong>ro. En <strong>la</strong> tarde me dijo que<br />

estaba yo exagerando, que ni un centavo extra para el hospicio o los hospitales y que <strong>la</strong>s Locas<br />

ya tenían bastante con su edificio.<br />

—Pero si ya fui a ver y no tienen camas dije.<br />

—Nunca han dormido más arriba del suelo esas mujeres —me contestó. ¿Tú crees que hay<br />

locas ricas ahí? Las ricas andan en <strong>la</strong> calle.<br />

—Y contigo —le contesté.<br />

En <strong>la</strong> mañana había pasado al Nuevo Siglo por un vestido para Verania y <strong>la</strong> dependiente me<br />

preguntó qué me había parecido el mantón de Mani<strong>la</strong> que antier me había comprado el general.<br />

Dije que bellísimo mirando <strong>la</strong> cara de horror del dueño que siempre sabía a dónde iban <strong>la</strong>s<br />

compras de Andrés Ascencio. El mantón se lo habían mandado a una señora en Cholu<strong>la</strong>. Pensé no<br />

hab<strong>la</strong>rle de eso pero no me aguanté. De todos modos se hizo el que no entendía y dejó el asunto<br />

ahí.<br />

L<strong>la</strong>mé a sus hijas para proponerles que me ayudaran a organizar bailes, fiestas, rifas, lo que<br />

pudiera dar dinero para <strong>la</strong> Beneficencia Pública. Aceptaron. Se les ocurrió todo, desde una<br />

premier con Fred Astaire hasta un baile en el pa<strong>la</strong>cio de gobierno. Durante un tiempo no supe<br />

cómo iban <strong>la</strong>s locas ni los enfermos ni los niños, me dediqué a organizar fiestas. Por fin creo que<br />

hasta se nos olvidó para qué eran.<br />

Nada más porque Bárbara mi hermana cumplía con su papel de secretaria fuimos a<br />

entregarles <strong>la</strong>s camisetas y los calzones a los niños, <strong>la</strong>s camas a <strong>la</strong>s loquitas, <strong>la</strong>s sábanas a los<br />

hospitales. San Roque estaba muy limpio cuando llegamos, <strong>la</strong>s mujeres pasaron en fi<strong>la</strong> a darnos<br />

<strong>la</strong>s gracias. Sus batas rosas se habían ido destiñendo y de día eran más feas sus caras. Todavía<br />

estaba ahí <strong>la</strong> jovencita que inició el baile con Andrés y una que me contó que su hermano <strong>la</strong> había<br />

encerrado para quedarse con su herencia. Las invité a quedarse junto a nosotras. Cuando se<br />

acabó <strong>la</strong> celebración, nada más <strong>la</strong>s saqué de ahí sin ningún trámite. Nadie preguntó nunca por<br />

el<strong>la</strong>s.<br />

Esa noche hubo una ceremonia en el Colegio del Estado para celebrar su transformación en<br />

Universidad. Desde <strong>la</strong> campaña había sido una de <strong>la</strong>s obsesiones de Andrés. Tenía pocos meses<br />

de gobernar cuando logro el cambio. Dejó de rector al mismo que era director del colegio y en<br />

agradecimiento esa noche le entregaba el rectorado Honoris Causa. Salieron críticas en los<br />

periódicos y <strong>la</strong> gente dijo horrores, pero a Andrés no le importó. Se disfrazó con una toga y un<br />

birrete y nos hizo a nosotros vestirnos de ga<strong>la</strong>.<br />

Como no nos dio tiempo de decidir qué hacer con <strong>la</strong>s ex locas, nos <strong>la</strong>s llevamos al festejo.<br />

A una le presté un vestido yo y a <strong>la</strong> otra Marta.<br />

Durante el brindis presenté a <strong>la</strong> bonita con el rector, que <strong>la</strong> tomó como su secretaria<br />

particu<strong>la</strong>r y a <strong>la</strong> desheredada con el presidente del Tribunal de Justicia del Estado, que se encargó<br />

de ver que se le hiciera justicia. Creo que desheredaron al hermano porque como al mes recibí<br />

todo un juego de p<strong>la</strong>ta para té con <strong>la</strong> tarjeta de <strong>la</strong> señorita Imelda Basurto y, entre paréntesis, «<strong>la</strong><br />

desheredada». Abajo: «Con mi eterno agradecimiento a su <strong>la</strong>bor de justicia.»<br />

Al principio <strong>la</strong> gente iba a <strong>la</strong> casa a solicitar audiencia y me pedía que <strong>la</strong> ayudara con Andrés.<br />

Yo oía todo y Bárbara apuntaba. En <strong>la</strong>s noches me llevaba una lista de peticiones que le leía<br />

a mi general de corrido y aceptando instrucciones: ése que vea a Godínez, ésa que venga a mi<br />

despacho,<br />

eso<br />

no se puede, a ése dale algo de tu caja chica, y así.<br />

Mi primera gran decepción fue cuando me visitó un señor muy culto para contarme que se<br />

pretendía vender el archivo de <strong>la</strong> ciudad a una fábrica de cartón. Todo el archivo de <strong>la</strong> ciudad a<br />

tres centavos el kilo de papel. En <strong>la</strong> noche fue el primer asunto que traté con Andrés. No quiso ni<br />

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