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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

—No me acuerdo. ¿Ya me puedo ir? ¿Quién nos va a seguir hoy en <strong>la</strong> tarde?<br />

—Hoy en <strong>la</strong> tarde tú te vas a quedar en esta cama, con tu marido. Porque como espía eres<br />

una pendeja y como novia te está gustando el papel.<br />

Me quité los zapatos. Subí los pies a <strong>la</strong> cama y enrosqué el cuerpo metiendo <strong>la</strong> cabeza entre<br />

<strong>la</strong>s piernas. Suspiré.<br />

ti.<br />

—¿Para qué quieres que me quede? ¿Para que me hagas el favor? Hace meses que no sé de<br />

—Te cae bien <strong>la</strong> distancia. Estás guapísima.<br />

—¿Y Conchita? —le pregunté.<br />

—No hagas preguntas de mal gusto, Catalina —contestó.<br />

—Son de cortesía. Me interesa saber cómo están de salud <strong>la</strong>s mujeres con que te acuestas.<br />

—Qué vulgar te has vuelto —dijo.<br />

—¿Desde cuándo nos vamos a volver finos? Esa ha de ser una maña que te pasó <strong>la</strong> sobrina<br />

de José Ibarra. Ellos siempre tan distinguidos. ¿La sigues teniendo en el rancho de Martínez de <strong>la</strong><br />

Torre? Ya sé que le puso cortinas de terciopelo y muebles Luis XV para no sentirse perdida entre<br />

tanto indio. ¿Y qué hace cuando no estás ahí? ¿No se aburre? Seguro borda petit poa. Pobrecita.<br />

Ha de andar con sombrero de velito en <strong>la</strong> cara paseando entre peones y toros.<br />

—Tuvo una hija.<br />

—¿La vas a traer?<br />

—El<strong>la</strong> no quiere.<br />

—Tampoco <strong>la</strong>s otras querían.<br />

—Pero <strong>la</strong>s otras no eran buenas madres y ésta sí. Quiere a <strong>la</strong> niña y me pidió que se <strong>la</strong><br />

dejara para no estar tan so<strong>la</strong>.<br />

—Por mí, mejor que no te pongas generoso. En mis rumbos ya sobran niños, no digamos<br />

adolescentes.<br />

—No te quejes. Ya se va mi Lilia.<br />

—¿Tu Lilia? Ahora vienes a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong> dulcemente mi Lilia. Se <strong>la</strong> han pasado gritándose desde<br />

que los conozco. Me quiere más a mí que soy su madrastra.<br />

—No se pelea contigo, eso no quiere decir que te quiera —me dijo.<br />

—Algo querrá decir. Me <strong>la</strong> trajiste cuando tenía diez años. Va a cumplir dieciséis.<br />

—¿Es tu hechura?<br />

—Yo no hago a nadie. Yo los alimento y los oigo, lo demás es cosa suya. Aquí cada quien<br />

crece como puede: tus hijos, nuestros hijos, ¿a poco crees que yo educo a Checo?<br />

—Lo mal educas, pero no te pongas filósofa, quítate el suéter, acuéstate aquí junto —dijo y<br />

me jaló hacia él. Te enf<strong>la</strong>có <strong>la</strong> cintura, ¿qué hiciste?<br />

—El amor —le contesté.<br />

—Majadera, no creas que me provocas. Sé que eres más fiel que una yegua fina. Ven para<br />

acá, te he tenido abandonada, ¿desde septiembre?<br />

—No me acuerdo.<br />

—Antes contabas los días.<br />

Bostecé y estiré <strong>la</strong>s piernas, me acomodé junto a él. Tenía yo puestos unos pantalones de<br />

pana y lo dejé acariciarlos.<br />

—Es increíble lo bien que sigues estando. Con razón traes a Carlos hecho un pendejo.<br />

—Carlos es mi amigo.<br />

—También Conchita, Pi<strong>la</strong>r y Victorina son mis amigas.<br />

—Y <strong>la</strong>s mamás de tus hijos.<br />

—Porque así son <strong>la</strong>s mujeres. No pueden coger sin tener hijos. ¿Tú no quieres tener hijos de<br />

Carlos?<br />

—Tengo de sobra con los tuyos, y yo no cojo con Carlos.<br />

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