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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

La verdad es que yo a Cordera lo había visto <strong>la</strong> vez del desfile y me gustaron sus pómulos<br />

salidos y su frente ancha, pero no hablé mucho con él.<br />

veo.<br />

—¿Por qué te cae bien, babosa? ¿Cuándo lo has tratado?<br />

—No sabes lo que dices —contestó enfureciendo.<br />

—Sé lo que miro —dije.<br />

—Cál<strong>la</strong>te <strong>la</strong> boca. ¿Qué le viste? Dirás que ¿qué?<br />

—Eso mero.<br />

—No inventes, Catalina. ¿Crees que me provocas? Tú de eso no has visto más que lo que yo<br />

—¿Tú también notaste lo bonito que se ríe? —pregunté.<br />

—Vete a <strong>la</strong> chingada —dijo. Vas a ver lo bonito que se va a reír en un mes.<br />

Al día siguiente me llevó a presentar con los de <strong>la</strong> Unión de Padres de Familia. Llegamos a<br />

una casa grande en <strong>la</strong> colonia Santa María. Fuimos hasta <strong>la</strong> oficina de un señor Virreal. Estaba<br />

sentado tras un escritorio de madera oscura, era f<strong>la</strong>co f<strong>la</strong>co, empezaba a quedarse calvo.<br />

Después supe que su mujer era una gorda que se l<strong>la</strong>maba Mari Paz con <strong>la</strong> que tenía once hijos<br />

seguiditos.<br />

—ésta es mi señora, licenciado —dijo Andrés. Está muy interesada en co<strong>la</strong>borar con ustedes<br />

—y luego a mí: Te mando a Juan de regreso en una hora, y aquí que se esté para lo que se<br />

ofrezca.<br />

Por un <strong>la</strong>do se fue Andrés y por el otro entró una señora de col<strong>la</strong>r de per<strong>la</strong>s y medallita de<br />

<strong>la</strong> Virgen del Carmen. Delgada, bien vestida, con una sonrisa de beata conforme, que me<br />

incomodó desde el primer momento.<br />

—Ven conmigo —dijo. Te voy a llevar a conocer nuestro local y algunas de nuestras<br />

co<strong>la</strong>boradoras. Me l<strong>la</strong>mo Alejandra y voy a tener mucho gusto en ser tu guía y tu hermana de hoy<br />

en ade<strong>la</strong>nte.<br />

Pensé que era una cursi y <strong>la</strong> seguí. La casa vieja y oscura tenía muchos cuartos seguidos<br />

con puertas que al mismo tiempo son ventanas y que los comunican entre si. Todos estaban<br />

acondicionados como para dar c<strong>la</strong>ses, con mesas, sil<strong>la</strong>s y pizarrones. Entramos a uno en el que se<br />

reunían varias mujeres.<br />

—Estamos llenando bolsas de comida para <strong>la</strong> fiesta de los presos —dijo mi guía y hermana<br />

para que yo entendiera el porqué de esas quince mujeres sentadas alrededor de unas mesas y sin<br />

hab<strong>la</strong>r entre sí. Sólo se oía el murmullo de sus voces contando: hasta tres <strong>la</strong>s que echaban en <strong>la</strong>s<br />

bolsas galletas con malvavisco y coco, hasta siete <strong>la</strong>s que echaban galletas de animalitos, hasta<br />

cinco <strong>la</strong>s que ponían puños de chochitos verdes, hasta dos <strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s cajetil<strong>la</strong>s de cigarros Tigres.<br />

—Buenos días —corearon todas cuando nos vieron entrar.<br />

Estábamos en los saludos y <strong>la</strong>s presentaciones cuando llegó Mari Paz con tres niños<br />

prendidos a <strong>la</strong> falda y abrazando una caja.<br />

—Traje los pambazos —dijo. No sé si alcance para poner uno o dos. Hice doscientos.<br />

¿Cuántos presos son?<br />

—Ciento cincuenta —dijo una gordita bigotona que nunca dejó de echar galletas con<br />

malvavisco en sus bolsas. Se <strong>la</strong>s iba amontonando a <strong>la</strong> que tenía que seguir con <strong>la</strong>s de animalitos,<br />

que se había puesto a conversar con <strong>la</strong> de los seis caramelos de anís como si no <strong>la</strong> esperara una<br />

hilera de bolsas producto del empeño de <strong>la</strong> bigotoncita.<br />

—Pues faltan cien o sobran cincuenta —contestó Mari Paz haciendo un esfuerzo<br />

matemático.<br />

—Que sobren cincuenta. Los repartiremos entre los ce<strong>la</strong>dores y <strong>la</strong>s esposas que estén de<br />

visita —dijo Alejandra.<br />

—No alcanzan. Siempre hay más ce<strong>la</strong>dores y visitas que presos —volvió a decir <strong>la</strong> bigotona.<br />

Ya no tenía dónde poner sus bolsas así que de ahí se siguió: Amalita, me da pena molestar<strong>la</strong>, pero<br />

si no se apura usted con los animalitos y Ceci con los anicitos, yo ya no voy a poder seguir<br />

trabajando.<br />

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