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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
—Ay, Irenita, usted perdone, nos atrasamos, pero orita le apuramos, no se preocupe, si <strong>la</strong>s<br />
primeras que tenemos que acabar somos nosotras, están nuestras casas a medio recoger. Por<br />
venir temprano ni el quehacer acabamos.<br />
—Así estamos todas —dijo Alejandra que a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ras se veía que no estaba en <strong>la</strong>s mismas,<br />
en <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> cara se le notaban <strong>la</strong>s cuatro sirvientas de p<strong>la</strong>nta. Después me enteré de que<br />
su marido tenía acciones del Pa<strong>la</strong>cio de Hierro y de <strong>la</strong> Coca Co<strong>la</strong>, era dueño de una fábrica de<br />
papel en Sonora y de una de hilos en T<strong>la</strong>xca<strong>la</strong>. Nadie le creía que su casa estaba a medio recoger<br />
mientras el<strong>la</strong> se entregaba a <strong>la</strong>s obras pías, pero todo el mundo <strong>la</strong> oía hab<strong>la</strong>r como si vendiera <strong>la</strong><br />
verdad en paquetes.<br />
Casi todas <strong>la</strong>s otras mujeres se veían pobretonas, a lo mejor esposas de algún empleado del<br />
marido de Alejandra, de burócratas inconformes o hasta de obreros. Se pusieron a hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong><br />
parroquia y del padre Falito. Entendí que todas se conocían de ahí, y que a todas <strong>la</strong>s confesaba el<br />
tal padre Falito.<br />
Alejandra y Mari Paz eran <strong>la</strong>s líderes. Pusieron <strong>la</strong> caja de pambazos sobre <strong>la</strong> mesa, me<br />
sentaron frente a el<strong>la</strong> con <strong>la</strong> instrucción de poner uno en cada bolsa de <strong>la</strong>s que llegaban llenas<br />
después de dar <strong>la</strong> vuelta por <strong>la</strong>s otras mujeres, y se fueron a cuchichear a un rincón cercano.<br />
Estirando <strong>la</strong> oreja era fácil oír<strong>la</strong>s.<br />
—Es <strong>la</strong> esposa del general Ascencio —decía Alejandra.<br />
—Hay que tener cuidado con el<strong>la</strong>. Dice el padre Falito que no son de confianza esas gentes<br />
—contestó Mari Paz.<br />
—Falito exagera —dijo Alejandra. Yo <strong>la</strong> veo buena persona, creo que debe tener su<br />
oportunidad de acercarse al bien. Además nos hace falta gente con c<strong>la</strong>se, Mari Paz, necesitamos<br />
quien sepa alternar. Estas están bien para los presos, pero no <strong>la</strong>s podemos llevar a p<strong>la</strong>ticar con<br />
<strong>la</strong>s mamás del Cristóbal Colón.<br />
—A <strong>la</strong> mejor tienes razón, pero desconfío —dijo Mari Paz.<br />
Yo fingía contar. Una, una, una, decía echando <strong>la</strong>s tortas como alumna aplicada.<br />
Mari Paz se acercó con su frondosidad y sus tres mocosos.<br />
—¿Cómo te huelen? ¿Me quedaron buenos? —preguntó coqueta.<br />
—Ricos —dije. Les va a ir bien a los presos.<br />
—Yo creo que sí fíjate. Estos tienen tinga con chorizo y frijoles refritos. Me decían que no les<br />
pusiera yo carne pero pobrecitos un día al año que no coman <strong>la</strong>s porquerías que les da el<br />
gobierno. ¡Ay, perdón! Tu marido es...<br />
—Del gobierno, sí —le dije.<br />
—Ay qué pena, perdón. Si, yo imagino el trabajo que debe ser conseguir comida para tantos<br />
todos los días. Y hacer<strong>la</strong>. Bastante les dan considerando que están ahí de castigo, ¿verdad?<br />
—No sé —dije. Tampoco sé por qué a ustedes les preocupan.<br />
—No creas que esto es lo único que hacemos. Esto fue una idea del padre Falito que es un<br />
hombre muy bueno y muy impresionable. Un día fue a <strong>la</strong> cárcel a confesar a un moribundo y<br />
regresó tristísimo. Nos contó cómo estaba el edificio de sucio, cómo son <strong>la</strong>s crujías en <strong>la</strong>s que se<br />
aprietan decenas de hombres solos en medio de sí mismos: Hasta lloró de acordarse. Entonces se<br />
le ocurrió que pidiéramos permiso de ir a visitarlos, a rezar con ellos y llevarles alguna golosina.<br />
Nos pareció bien y nos dieron permiso, ya ves que este gobierno no está contra los católicos como<br />
los otros. Por eso vamos a ir hoy en <strong>la</strong> tarde. Ya tenemos <strong>la</strong>s piñatas, los rosarios, <strong>la</strong>s estampitas,<br />
<strong>la</strong>s bolsas de dulces y diez escapu<strong>la</strong>rios que el padre Falito quiere rifar.<br />
—¿Que se rifan los escapu<strong>la</strong>rios?<br />
—No. Se venden, <strong>la</strong> gente que quiere los compra y después va con el padre y le pide que se<br />
los imponga. Pero estos diez, Falito los quiere rifar y se los va a imponer a los que se los saquen.<br />
—¿Y si no los quieren? —dije, mirando <strong>la</strong> puerta con <strong>la</strong> esperanza de que Juan apareciera.<br />
—¿Cómo? —preguntó. C<strong>la</strong>ro que los quieren, nada más faltaba que no los quisieran, son un<br />
honor, al que se lo saque en <strong>la</strong> rifa será como si Dios se lo enviara. No creerás que le van a decir<br />
a Dios que no.<br />
—Tienes razón —dije. Ni modo que le digan a Dios que no.<br />
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