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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

—Este Santil<strong>la</strong>na tan eficaz. Yo siempre quise contar con él y no se dejó. ¿Cómo le hiciste<br />

Felipe? —dijo Andrés.<br />

—Tuve suerte —contestó Benítez. Vaya usted, señor procurador.<br />

Pellico el jefe de <strong>la</strong> policía se incomodó. Si se iba el procurador tendría que irse también él,<br />

y no se le veían ganas. Estaba feliz con su brandy, su café y su sillón.<br />

—¿Usted se queda, verdad Pellico? —le pregunté.<br />

—Si usted me lo pide no voy a tener más remedio, señora –dijo; se acomodó en su sillón y<br />

empezó a comer mentas con choco<strong>la</strong>te.<br />

—Lo acompaño, licenciado Santil<strong>la</strong>na —dije caminando del brazo del procurador hasta <strong>la</strong><br />

puerta de abajo. Andrés <strong>la</strong> había rodeado de escudos y leyendas de guerra. En el quicio estaba<br />

Juan escondido.<br />

—¿Qué pasó Juan? —pregunté.<br />

—Benito los dejó en <strong>la</strong> casa de <strong>la</strong> noventa, no sabe más.<br />

—Lléveme ahí —pidió Tirso.<br />

—Voy con usted —dije.<br />

—¿Quiere arruinarlo todo? —me preguntó. Los dejé ir y volví a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> temb<strong>la</strong>ndo.<br />

—¿Por qué hab<strong>la</strong>s so<strong>la</strong> Catalina? –preguntó Andrés cuando entré.<br />

—Repito <strong>la</strong>s tab<strong>la</strong>s de multiplicar para no quedar mal con Checo cuando se <strong>la</strong>s repase<br />

—contesté.<br />

—Si ésta hubiera sido hombre sería político, es más necia que todos nosotros juntos.<br />

—Tiene muchas cualidades su señora, general —dijo Benítez.<br />

—Voy a pedir leña para <strong>la</strong> chimenea. Hace muchísimo frío —murmuré.<br />

El Charro B<strong>la</strong>nco le decían al cantante que Andrés invitó a tocar <strong>la</strong> guitarra esa noche. Era<br />

albino, cantaba con una voz triste y lo mismo si se lo pedían que si no, lo mismo si alguien quería<br />

oírlo que si todo el mundo conversaba por encima de su tonada.<br />

Se sentó junto a mí en <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> chimenea y empezó a cantar »por <strong>la</strong> lejana montaña,<br />

va cabalgando un jinete, vaga solito en el mundo y va buscando <strong>la</strong> muerte».<br />

—Charro tócate Relámpago y deja de cantar esas penurias, ¿no ves que estamos<br />

preocupados? —dijo Andrés. El Charro nada más cambió de pisada y empezó:<br />

«Todo es por querer<strong>la</strong> tanto, es porque al ver<strong>la</strong> me espanto ya no quiero ver<strong>la</strong> más.<br />

Relámpago furia del cielo, si has de llevarte mi anhelo...»<br />

—Que chingonería de canción. Otra vez desde el principio —pidió Andrés.<br />

Y desde el principio empezó el charro acompañado de todos los presentes porque cuando<br />

Andrés cantaba, ya nadie se atrevía a continuar su conversación, el charro se volvía el centro.<br />

Andrés empezaba a l<strong>la</strong>marlo hermano y a pedirle una canción tras otra.<br />

—Canta Catalina —me dijo. No estés ahí arrinconada contra <strong>la</strong> lumbre porque te va a hacer<br />

daño. Canta Contigo en <strong>la</strong> distancia.<br />

—Vámonos con esa Catita —dijo el charro, pero cantó solo. Estaba terminando cuando<br />

entró Tirso a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

—Encontré a Vives —dijo. Está muerto.<br />

—¿Dónde lo encontró? ¡Señor gobernador, exijo justicia! —gritó Andrés.<br />

—¿Cómo estuvo Tirso? —preguntó Benítez.<br />

—Quiero hab<strong>la</strong>r con usted en privado señor, pero puedo presentarle mi renuncia ahora<br />

mismo. Lo encontré en una cárcel c<strong>la</strong>ndestina. La gente ahí dice recibir órdenes del mayor Pellico.<br />

Se armó un desbarajuste. Pellico miró a Andrés.<br />

—Pídele <strong>la</strong> renuncia —le gritó Andrés a Benítez. ¿Qué casa es ésa? ¿Dónde está Carlos?<br />

¿Quién lo llevó ahí?<br />

—Tirso, justifique su acusación —dijo el gobernador.<br />

—No sé de qué está hab<strong>la</strong>ndo —gritaba Pellico.<br />

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