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Mastretta, Angeles - Arrancame la vida

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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />

Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />

Establecí un orden enfermo, era como si siempre estuviera a punto de abrirse el telón. En<br />

<strong>la</strong> casa ni una pizca de polvo, ni un cuadro medio chueco, ni un cenicero en <strong>la</strong> mesa indebida, ni<br />

un zapato en el vestidor fuera de su horma y su funda. Todos los días me enchinaba <strong>la</strong>s pestañas<br />

y les ponía rímel, estrenaba vestidos, hacía ejercicio, esperando que él llegara de repente y le<br />

diera a todo su razón de ser. Pero tardaba tanto que daban ganas de meterse en <strong>la</strong> piyama desde<br />

<strong>la</strong>s cinco, comer galletas con he<strong>la</strong>do o cacahuates con limón y chile, o todo junto hasta sentir <strong>la</strong><br />

panza hinchada y una mínima quietud entre <strong>la</strong>s piernas.<br />

Al final de alguna de esas tardes, cuando yo pesaba cuatro kilos más, lloraba un poco<br />

menos y hasta empezaba a estar entretenidísima con alguna nove<strong>la</strong>, Andrés se presentaba con<br />

su cara de dormimos juntos. Yo quería insultarlo, correrlo de lo que con los días se había ido<br />

volviendo mi casa, regida por mis tiempos y mis deseos, para mi desorden y mi gusto. Llegaba<br />

muy conversador a bur<strong>la</strong>rse de mis piernas gordas o a contar y contar su pleito con alguien al que<br />

no sabía cómo darle en <strong>la</strong> madre.<br />

—Dame ideas —decía, estás perdiendo el interés por mis cosas. Andas como sonámbu<strong>la</strong>.<br />

—Me abandonas —le contesté.<br />

—Oye ya me estás cansando, siempre jode y jode con que te abandono. Te voy a abandonar<br />

de veras. Creo que me voy a quedar de fijo donde me atiendan mejor y sobre todo me reciban con<br />

gusto. Porque tú estás insoportable. Lo que necesitas es buscarte un quehacer. Se murió tu<br />

principal aliado, se te acabó <strong>la</strong> chamba de gobernadora y no encuentras lugar en el mundo.<br />

Acostúmbrate. Las cosas terminan. Aquí no eres reina y no te conocen en <strong>la</strong> calle, ni puedes hacer<br />

fiestas que todos agradezcan, ni tienes que organizar conciertos de caridad o venir conmigo a <strong>la</strong><br />

sierra. Aquí hay muchas mujeres que no se asustan con tus comentarios, muchas que hasta los<br />

consideran anticuados. Pobre de ti. ¿Por qué no le hab<strong>la</strong>s a Bibi <strong>la</strong> del general Gómez Soto? O<br />

métete a <strong>la</strong> Unión Nacional de Padres de Familia. Ahí hay mucho trabajo. Ahora están en una<br />

campaña contra el comunismo y necesitan gente. Mañana te presento con alguno.<br />

Sabia que andaba haciéndole al anticomunista para joder a Cordera, el líder de <strong>la</strong> CTM. Lo<br />

había oído hab<strong>la</strong>ndo por teléfono con el gobernador de San Luis Potosí, ex presidente metido a<br />

industrial, el día que dec<strong>la</strong>ró que sólo los oportunistas y los logreros pensaban en el comunismo.<br />

—Estuvo usted perfectamente. Qué buen palo le dio a Cordera —decía. Se lo merece.<br />

Cuente conmigo si piensa seguir por ahí. ¿Qué le parecería si <strong>la</strong> próxima vez que venga usted por<br />

México lo invito a cenar a mi casa? Mi esposa estará encantada de verlo.<br />

—¿A quién voy a estar encantada de ver? —pregunté cuando colgó para saber qué tipo de<br />

cena tendría que p<strong>la</strong>near y para cuándo.<br />

—Al general Basilio Suárez —dijo, y se echó una carcajada.<br />

—¿Yo voy a estar encantada de ver a ese asno? Eres un mentiroso. ¿Y desde cuándo estás<br />

encantado tú? ¿No decías que era un contrarrevolucionario de mierda?<br />

—Hasta ayer, hijita. Y hasta ayer a ti te parecía un asno. Pero desde hoy es para toda <strong>la</strong><br />

familia un hombre prudente y casi sabio. Imagínate que se le ha ocurrido L<strong>la</strong>mar a <strong>la</strong>s<br />

chingaderas de Cordera «experimentos sociales basados en doctrinas exóticas». No puedes<br />

negar que es un hal<strong>la</strong>zgo.<br />

—A mí, Cordera me cae bien —dije.<br />

—Tú no sabes lo que dices. Cordera es un ambicioso y un provocador. Está necio en que hay<br />

lucha de c<strong>la</strong>ses y en que los obreros al poder. Ya lo dijo bien el general, es un demagogo. Como<br />

él siempre fue riquito. Su papá rentaba <strong>la</strong>s mu<strong>la</strong>s en que acarreábamos maíz yo y mis hermanos.<br />

Tenían una hacienda enorme antes de <strong>la</strong> Revolución. El qué sabe de hambre, por favor, qué sabe<br />

de pobreza, qué sabe de todo lo que hab<strong>la</strong>. Nada sabe, ni le importa. Pero qué bien se hace notar.<br />

Ya que no chingue. Ya nos chingó de pobres, que no quiera chingarnos de ricos.<br />

—A mí me cae bien —dije.<br />

—Vas a decir que te gusta su traje gris. ¿Tú también crees eso de que nada más tiene uno?<br />

Bo<strong>la</strong> de pendejos. Tiene 300 iguales el cabrón, pero qué bien los engaña. El líder de los<br />

trabajadores. Va para afuera ese cabrón. Me canso que le quitamos <strong>la</strong> chamba de pobre<br />

reivindicador. Ya vas a ver cómo le va en <strong>la</strong> convención. Se <strong>la</strong>s voy a cobrar todas, hasta esta<br />

pendejada tuya de «a mí me cae bien».<br />

—Pues a mí me cae bien —dije feliz de encontrar algo con qué molestar.<br />

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