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Arráncame <strong>la</strong> <strong>vida</strong><br />
Ángeles <strong>Mastretta</strong><br />
—Hoy llega el general Obregón —dijo el 15 de agosto. Y los tres se fueron al zócalo a<br />
recibirlo.<br />
Al joven Ascencio le gustó Álvaro Obregón. Pensó que si un día le entraba a <strong>la</strong> bo<strong>la</strong>, le<br />
entraría con él. Tenía aspecto de ganador.<br />
—Porque no has visto a Zapata —le dijo Eu<strong>la</strong>lia.<br />
—No, pero conozco <strong>la</strong>s caras de los indios de su rumbo —contestó Andrés.<br />
No pelearon. El hab<strong>la</strong>ba de el<strong>la</strong> como de un igual. Nunca lo oí hab<strong>la</strong>r así de otra mujer.<br />
Cuando Venustiano Carranza llegó a México y convocó a una convención de gobernadores<br />
y generales con mando, para el primero de octubre, don Refugio vaticinó que Vil<strong>la</strong> y Zapata no<br />
apoyarían al viejo Carranza. Otra vez acertó.<br />
La Convención se tras<strong>la</strong>dó a sesionar a Aguascalientes y ahí sí fueron Vil<strong>la</strong> y Zapata. A fines<br />
de octubre se aprobó el P<strong>la</strong>n de Aya<strong>la</strong>. Don Refugio empezó a beber desde que imaginó que eso<br />
sería posible y para cuando se confirmó <strong>la</strong> noticia llevaba tres días borracho y repitiendo:<br />
—Se los dije, hijos, ganó «Tierra y Libertad».<br />
—Usted dirá lo que quiera, pero hacen mal en pelearse con el general Carranza —dijo<br />
Andrés.<br />
Eu<strong>la</strong>lia se acarició <strong>la</strong> barriga y preparó café. Le gustaba oír a su padre conversar con su<br />
señor.<br />
A principios de noviembre Carranza salió de México y desde Córdoba desconoció los actos<br />
de <strong>la</strong> Convención. En Aguascalientes <strong>la</strong> Convención siguió reuniéndose como si nada, nombró un<br />
Presidente provisional de <strong>la</strong> República y siguió peleando <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>zas a los carrancistas.<br />
El día 23 los gringos le entregaron Veracruz al general Carranza, pero el 24 en <strong>la</strong> noche <strong>la</strong>s<br />
Fuerzas del Sur entraron a <strong>la</strong> ciudad de México.<br />
El 6 de diciembre Eu<strong>la</strong>lia amaneció con dolores de parto. De todos modos su padre decidió<br />
que antes de cualquier cosa tendrían que ir a <strong>la</strong> Avenida Reforma para ver desfi<strong>la</strong>r al Ejército<br />
Convencionista con Vil<strong>la</strong> y Zapata a <strong>la</strong> cabeza.<br />
Una columna de más de cincuenta mil hombres entró tras ellos. El desfile empezó a <strong>la</strong>s diez<br />
de <strong>la</strong> mañana y terminó a <strong>la</strong>s cuatro y media de <strong>la</strong> tarde. Eu<strong>la</strong>lia parió una niña a media calle. Su<br />
padre <strong>la</strong> recibió, <strong>la</strong> limpió y <strong>la</strong> envolvió en el rebozo de Eu<strong>la</strong>lia mientras Andrés los miraba hecho<br />
un pendejo.<br />
—¡Ay, virgen! —era lo único que podía decir Eu<strong>la</strong>lia entre pujo y pujo. Tanto lo dijo que<br />
cuando llegaron a <strong>la</strong> casa y mientras don Refugio bañaba a <strong>la</strong> criatura, Andrés decidió que <strong>la</strong><br />
l<strong>la</strong>marían Virgen. Cuando fueron a bautizar<strong>la</strong> el cura dijo que ese nombre no se podía poner y les<br />
recomendó Virginia que sonaba parecido. Aceptaron.<br />
A los ocho días del parto, Eu<strong>la</strong>lia volvió al establo con <strong>la</strong> niña colgada de <strong>la</strong> chichi y una<br />
sonrisa aún más bril<strong>la</strong>nte que <strong>la</strong> de un año antes. Tenía una hija, un hombre y había visto pasar<br />
a Emiliano Zapata. Con eso le bastaba.<br />
En cambio Andrés estaba harto de pobreza y rutina. Quería ser rico, quería ser jefe, quería<br />
desfi<strong>la</strong>r, no ir a mirar desfiles. Andaba amargado de <strong>la</strong> ordeña al reparto y oía <strong>la</strong>s predicciones de<br />
don Refugio como una serie de maldiciones. Los convencionistas y los constitucionalistas<br />
peleaban en todo el país. Un día unos tomaban una p<strong>la</strong>za y al otro día los otros <strong>la</strong> rescataban, un<br />
día salía un decreto y otro día otro, para unos <strong>la</strong> capital era México y para los otros Veracruz, pero<br />
Andrés pensaba que siquiera los constitucionalistas tenían siempre el mismo jefe, en cambio los<br />
convencionalistas eran demasiados y nunca se iban a poner de acuerdo.<br />
—Lo que pasa es que tú no crees en <strong>la</strong> democracia —le decía su suegro.<br />
—Siempre tuvo buen ojo don Refugio —dijo Andrés cuando me lo contó. Yo qué voy a creer<br />
en esa democracia. Bien decía el teniente Segovia: «democracia que no es dirigida no es<br />
democracia.»<br />
Enero empezó con los convencionistas en el gobierno de <strong>la</strong> ciudad de México, pero a fin del<br />
mes Álvaro Obregón volvió a ocupar <strong>la</strong> ciudad y a los constitucionalistas les tocó un vendaval que<br />
tiró todas <strong>la</strong>s lámparas eléctricas y dejó oscuras <strong>la</strong>s calles de <strong>la</strong> ciudad. Muchos árboles se<br />
desgajaron y el techo del jacalón en el que vivían Andrés, Eu<strong>la</strong>lia y don Refugio salió vo<strong>la</strong>ndo a<br />
media noche y los dejó expuestos al frío. A Eu<strong>la</strong>lia le dio risa quedarse sin techo de buenas a<br />
primeras y don Refugio empezó un discurso sobre <strong>la</strong>s injusticias de <strong>la</strong> pobreza que alguna vez <strong>la</strong><br />
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