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Kass Morgan - Los 100

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Intentó cogerle el brazo y ella retrocedió.<br />

—No —fingió un estremecimiento de horror y desvió la mirada para que él no viera cómo se le saltaban las lágrimas—. Para<br />

empezar, no me puedo creer que te siguiera allí.<br />

Luke guardó silencio, y Glass no pudo resistirse a mirarlo un momento. La observaba fijamente con expresión herida. Siempre le<br />

había preocupado no estar a la altura de Glass, estar privándola de una vida mejor en Fénix. Y ahora allí estaba ella, utilizando aquellos<br />

miedos a los que siempre había quitado importancia para asegurarse de que Luke la detestase.<br />

—¿De verdad piensas eso? —le preguntó por fin—. Pensaba que nosotros… Glass, te quiero —dijo con impotencia.<br />

—Yo nunca te he querido —le costó tanto pronunciar aquellas palabras que, cuando lo hizo, tuvo la sensación de que le arrancaban el<br />

alma de cuajo—. ¿No te das cuenta? Para mí, esto siempre ha sido un juego. Quería saber cuánto tiempo podía alargarlo sin que me<br />

pillasen. Pero ya estoy harta. Me aburro.<br />

Luke le cogió la barbilla y le empujó la cara hacia arriba para obligarla a mirarlo a los ojos. Buscaba alguna señal de que la verdadera<br />

Glass seguía allí dentro, escondida.<br />

—No hablas en serio —a Luke se le rompió la voz—. No sé qué pasa, pero esta no eres tú. Glass, háblame. Por favor.<br />

Por un breve instante, Glass vaciló. Podía decirle la verdad. Luke la comprendería, seguro; le perdonaría todas las barbaridades que<br />

acababa de decirle. Ella apoyaría la cabeza en su hombro y fingiría que todo iba a ir bien. Lo afrontarían juntos.<br />

Al momento recordó que Luke sería ejecutado. Pensó en la inyección letal que le hundirían en la carne antes de lanzarlo al frío vacío<br />

espacial.<br />

El único modo de salvar el corazón de Luke era rompiéndolo:<br />

—Ni siquiera me conoces —dijo ella, apartándose. Un dolor caliente y afilado le atravesó el pecho—. Toma —concluyó.<br />

Parpadeando para ahuyentar las lágrimas, se llevó las manos a la nuca para desabrocharse la gargantilla—. Ya no la quiero.<br />

Cuando la depositó en la mano de Luke, él la miró de hito en hito, con una expresión horrorizada y conmocionada.<br />

Casi sin darse cuenta, Glass salió corriendo del apartamento y cerró de un portazo a su espalda. Siguió corriendo hasta llegar al<br />

puente estelar, concentrada en el ruido de sus pasos contra el suelo. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Solo tienes que llegar a<br />

casa, se decía. Solo tienes que llegar a casa. Cuando estés allí, ya llorarás.<br />

Sin embargo, en cuanto dobló un recodo, trastabilló y se desplomó en el suelo, apretándose el vientre con las manos.<br />

—Lo siento —susurró Glass con suavidad, sin saber si le hablaba al bebé, a Luke o a su propio corazón roto.

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