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Kass Morgan - Los 100

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Se despegó de él con una sonrisa.<br />

—¿Y esto no es desperdiciar oxígeno?<br />

—Todo lo contrario —susurró Luke, empujándola hacia atrás—. Lo estamos ahorrando.<br />

Buscó la boca de Glass. Cuando el beso se hizo más intenso, ella abrió los labios.<br />

Glass le acarició el brazo y sonrió al ver que él se estremecía. Sin separarse, empezó a<br />

desabrocharle la camisa, atribuyendo a las caricias el acelerado pulso de Luke. Se detuvo al llegar a<br />

su pecho. El chico llevaba unos números tatuados en la zona de las costillas. Dos series de cifras que<br />

le pusieron la piel de gallina.<br />

—¿Qué te pasa? —le preguntó Luke, incorporándose.<br />

Ella bajó el dedo hasta el tatuaje y luego lo retiró, como si le diese miedo tocar la tinta.<br />

—¿Qué es eso?<br />

—Ah —Luke frunció el ceño y bajó la vista—. Pensaba que te lo había dicho. Quería hacer algo<br />

en recuerdo de Carter —adoptó un tono ensimismado—. Son las fechas de su cumpleaños y del día<br />

que fue ejecutado.<br />

Reprimiendo a duras penas un estremecimiento, Glass volvió a mirar la segunda serie de números.<br />

A ella no le hacía falta un tatuaje para recordar el día que Carter había muerto. La fecha estaba<br />

grabada en su mente con tanta claridad como en la piel de Luke.<br />

Abrazándose las rodillas, Glass gimió. Las sábanas del jergón no eran más que una maraña empapada de sudor. Se moría por beber algo,<br />

pero faltaban varias horas para que le trajeran la bandeja de la cena con la ración de agua nocturna. Recordó con remordimiento todos<br />

esos años que había vivido en la inopia, sin saber siquiera que toda la colonia salvo Fénix tenía el agua racionada.<br />

Oyó una señal estridente, seguida de unos pasos. Con una mueca de dolor, Glass levantó la cabeza y vio una figura en el umbral. No<br />

era un guardia. Era el canciller.<br />

Se sentó con esfuerzo y se apartó un mechón húmedo de la cara. Mirando a los ojos del hombre que había ordenado su arresto, se<br />

preparó para que le hirviera la sangre, pero lo que vio entre una nube de malestar y cansancio no fue el rostro del jefe del Consejo, sino<br />

la cara del padre de su mejor amigo, que la miraba preocupado.<br />

—Hola, Glass —el canciller señaló los pies de la cama—. ¿Puedo?<br />

Ella asintió con desgana.<br />

El canciller se sentó con un suspiro.<br />

—Siento mucho lo que ha pasado —Glass nunca lo había visto tan demacrado, más aún que cuando su esposa agonizaba—. Jamás<br />

he querido que te hicieran daño.<br />

Glass se llevó la mano al vientre por acto reflejo.<br />

—No es a mí a quien han hecho daño.<br />

El canciller cerró los ojos un momento y se frotó las sienes. Siempre evitaba demostrar frustración o fatiga en público, pero Glass<br />

conocía el gesto de las pocas veces que lo había visto trabajando en el despacho de su casa.<br />

—Espero que comprendas que no tenía elección —hablaba en tono firme—. Juré defender las leyes de la colonia, y no puedo<br />

permitirme el lujo de hacer la vista gorda solo porque la infractora sea la mejor amiga de mi hijo.<br />

—Comprendo que esa es la excusa que se da a sí mismo —replicó Glass en tono grave.<br />

La expresión del canciller se endureció.<br />

—¿Me vas a decir quién es el padre?<br />

—¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Para que pueda encerrarlo aquí conmigo?<br />

—Porque la ley lo exige —el hombre se levantó y dio unos pasos hacia Glass—. Porque no es justo que el padre se libre del castigo.

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