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Kass Morgan - Los 100

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demasiado perezosos como para perseguir a un niño de nueve años particularmente rápido solo para echarle la bronca. Sin embargo, a<br />

medida que se iba acercando a su hogar, todo aquel ímpetu se esfumó. Desde aquella terrible noche que había pillado a su madre<br />

tratando de matar a Octavia, lo ponía nervioso volver en casa.<br />

Abrió la puerta y entró como un vendaval.<br />

—¿Mamá? —gritó. Cerró la puerta tras él con cuidado antes de decir nada más—. ¿Octavia? —esperó, pero nadie respondió—.<br />

¿Mamá? —volvió a llamarla.<br />

Cruzó la sala principal y abrió unos ojos como platos al ver los muebles volcados. Todo indicaba que a su madre se le habían vuelto a<br />

cruzar los cables. Caminó despacio hacia la cocina, con el estómago tan encogido que le habría cabido en el ombligo.<br />

Alguien gimió, y Bellamy cruzó la puerta a toda prisa. Encontró a su madre en el suelo de la cocina, tendida sobre un charco de<br />

sangre. Un cuchillo yacía a su lado.<br />

Ahogó un grito y corrió hacia ella para sacudirle el hombro, desesperado.<br />

—Mamá —chilló—. Despierta. Mamá.<br />

La mujer pestañeó apenas y emitió otro leve gemido. Bellamy se puso en pie y jadeó al darse cuenta de que se había manchado de<br />

sangre los pantalones. Tenía que encontrar a alguien. Buscar ayuda.<br />

Regresó a la habitación principal y, justo cuando estaba a punto de salir para avisar a un guardia, un ruido lo detuvo en seco. Volvió la<br />

vista al armario, que estaba entreabierto, un jirón de oscuridad que acechaba entre la puerta y la pared. Cuando se acercó, una carita<br />

llorosa asomó del interior.<br />

—¿Estás bien? —susurró Bellamy a su hermana, cogiéndola de la mano—. Vamos —pero la niña volvió a meterse en el armario,<br />

temblando. El miedo que Bellamy sentía por su madre se esfumó al mirar a esa niña que había aprendido a temer la luz—. Ven, Octavia<br />

—la persuadió, y ella, indecisa, volvió a asomar la cabeza.<br />

Por fin, salió a gatas del armario y miró a su alrededor con los ojos abiertos de par en par.<br />

—Ven —repitió Bellamy. Cogió del suelo del armario la cinta roja que le había regalado y le ató los rizos negros con algo parecido a<br />

un lazo—. Estás guapísima.<br />

La tomó de la mano, y se le aligeró el corazón cuando los deditos de su hermana se la apretaron. La llevó al dormitorio de su madre,<br />

la subió a la cama y se acurrucó a su lado, rezando para no tener que oír más ruidos procedentes de la cocina.<br />

Sentados en el lecho, esperaron muy callados hasta que los gemidos de su madre cesaron y se hizo el silencio.<br />

—Todo va bien, O —dijo Bellamy, estrechando a su hermana pequeña contra el pecho—. Todo va bien. Nunca más tendrás que<br />

esconderte.<br />

Cuando la cola del cometa desapareció en la negrura, Bellamy bajó corriendo por la ladera,<br />

preocupado por si Octavia despertaba y lo echaba en falta. Pero al doblar la curva y buscar con la<br />

mirada el familiar despliegue de tiendas, solo vio llamas.<br />

El campamento estaba ardiendo.<br />

Bellamy se detuvo en seco y jadeó cuando la primera bocanada de humo llegó a sus pulmones.<br />

Durante un momento, solo pudo atisbar llamas y sombras, pero luego empezó a distinguir figuras.<br />

Gente que corría en todas direcciones, algunos saliendo de las tiendas en llamas, otros huyendo hacia<br />

los árboles.<br />

Mientras volaba como una flecha hacia las mantas donde se había tendido junto a su hermana, sin<br />

dejar de escudriñar la oscuridad en busca de la silueta tendida de Octavia, solo tenía una idea en la<br />

cabeza. El terror que le arrebató el aliento no hizo sino confirmar lo que ya sabía: Octavia no estaba<br />

allí.<br />

Gritó su nombre, mirando como loco a ambos lados y rezando para oír su vocecilla llamándole

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