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Kass Morgan - Los 100

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Gritó al notar que le cogían el brazo por la espalda y se lo retorcían.<br />

—Suéltame —aquella vez, la palabra fue más una súplica que una orden—. Te lo ruego. Suéltame.<br />

—No puedo —dijo Wells, que ya volvía a rodearla con los brazos. Le temblaba la voz—. No<br />

puedo.<br />

El claro estaba vacío. Todo el mundo había huido a los bosques, llevándose consigo el equipo que<br />

habían podido transportar. Pero a nadie se le había ocurrido rescatar a la pobre chica que se estaba<br />

quemando viva a pocos metros de allí.<br />

—¡Socorro! —gritó Clarke—. ¡Socorro, por favor, que alguien me ayude!<br />

No recibió respuesta, salvo el rugido del fuego.<br />

Las llamas que devoraban el hospital se hicieron más altas y las paredes se desplomaron la una<br />

contra la otra, como si el fuego se hubiera tragado la tienda y todo cuanto contenía.<br />

—No.<br />

Sonó un chasquido, y las llamaradas crecieron aún más. Clarke chilló horrorizada al ver que una<br />

tormenta de fuego devoraba la tienda al completo y luego, despacio, la reducía a cenizas.<br />

Ya no podía hacer nada.<br />

Cuando salió del centro médico, Clarke tuvo la sensación de que el vial latía en su bolsillo, como el corazón de la vieja historia que Wells<br />

había encontrado en la biblioteca hacía poco. Se había ofrecido a leérsela, pero ella se había negado en redondo. Escuchar un relato de<br />

terror previo al Cataclismo era lo que menos le apetecía del mundo. Ya había bastantes escenas de horror en su vida.<br />

El vial que llevaba en el bolsillo no podía tener pulso, sino todo lo contrario. Contenía un cóctel de medicamentos creado con el fin de<br />

detener para siempre un corazón.<br />

Cuando Clarke llegó a casa, sus padres habían salido. Aunque ambos pasaban casi todo el día en el laboratorio, en los últimos tiempos<br />

buscaban excusas para marcharse justo antes de que ella volviera de las prácticas y rara vez regresaban mucho antes de que se fuera a<br />

la cama. Seguramente era mejor así. Desde que Lilly había empeorado, Clarke apenas podía mirar a sus padres sin morirse de rabia.<br />

Sabía que no era justo; en cuanto alguien protestase, el vicecanciller los mataría y confinaría a Clarke. Aun así, saber eso no la ayudaba<br />

a mirarlos a los ojos.<br />

En el laboratorio reinaba el silencio. Mientras Clarke se abría paso entre el laberinto de camas vacías, solo oía el zumbido del sistema<br />

de ventilación. El suave murmullo de la conversación se había ido desvaneciendo a medida que más y más cuerpos eran retirados en<br />

secreto.<br />

Lilly parecía aún más delgada que el día anterior. Clarke caminó despacio hasta su cama y le acarició el brazo con delicadeza,<br />

estremeciéndose al notar la descamación de su piel. Se metió la otra mano en el bolsillo y rodeó el vial con los dedos. Sería tan fácil…<br />

Nadie se enteraría nunca.<br />

En aquel momento, los delgados párpados de Lilly aletearon hasta abrirse y Clarke se quedó helada. Al mirar a su amiga a los ojos,<br />

una ola de terror y repulsión la invadió. ¿En qué estaba pensando? Sintió el impulso de destruir el vial, y tuvo que inspirar a fondo para no<br />

estrellarlo contra la pared.<br />

Lilly movía los labios, pero no emitía sonido alguno. Clarke se inclinó hacia ella y le sonrió con tristeza.<br />

—Lo siento, no te he oído, Lil —bajó la cabeza para acercar el oído a los labios de su amiga—. ¿Qué has dicho?<br />

Al principio, Clarke solo notó el soplido mudo en la piel, como si Lilly no tuviera suficiente aire en los pulmones para articular las<br />

palabras. Por fin, los agrietados labios emitieron un gemido.<br />

—¿Lo has traído?<br />

Clarke levantó la cabeza para mirar los aterrados ojos castaños. Asintió despacio.<br />

—Ahora.

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