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objeto que destellaba al sol. Un cuchillo.<br />
—Ya basta —gritó Wells. Cogió a Graham por el cuello y lo apartó de Bellamy, que se giró a un<br />
lado, resollando.<br />
—Pero ¿qué diablos? —vociferó Graham mientras se levantaba a trompicones.<br />
Haciendo una mueca de dolor, Bellamy se arrodilló. Luego, despacio, se puso en pie y caminó<br />
hasta el arco. Echó un vistazo a Graham, que estaba demasiado ocupado fulminando a Wells con la<br />
mirada como para advertir que Bellamy recogía el arma.<br />
—Solo por que el canciller te arropara por las noches no significa que estés al mando —escupió<br />
Graham—. Me da igual lo que te dijera papá antes de partir.<br />
—No tengo ningún interés en ponerme al mando. Solo quiero asegurarme de que no acabemos<br />
todos muertos.<br />
Graham intercambió una mirada con Asher.<br />
—Si eso es lo que te preocupa, te sugiero que te metas en tus propios asuntos —se agachó para<br />
recoger el cuchillo—. No quiero que tengamos que lamentar algún accidente.<br />
—No es así como vamos a hacer las cosas por aquí —afirmó Wells, sin ceder a la amenaza.<br />
—¿Ah, no? —Graham enarcó las cejas—. ¿Y qué te hace pensar que tú tienes algo que decir al<br />
respecto?<br />
—Porque no soy un idiota. Pero si te has propuesto convertirte en el primer asesino de la Tierra en<br />
varios siglos, adelante.<br />
Bellamy suspiró mientras cruzaba el claro en dirección a la zona donde había descubierto huellas<br />
de animal. No le apetecía nada ponerse a jugar a ver quién mea más lejos, no si había comida que<br />
buscar. Se colgó el arco al hombro y se internó en el bosque.<br />
Como había aprendido a muy temprana edad, si quieres algo, tienes que conseguirlo tú mismo.<br />
Bellamy tenía ocho años cuando los visitaron por primera vez.<br />
Su madre no estaba en casa, pero le había explicado al detalle lo que debía hacer. <strong>Los</strong> guardias rara vez inspeccionaban su unidad.<br />
Muchos se habían criado allí cerca, y aunque era verdad que a los nuevos reclutas les gustaba presumir de uniforme y molestar a sus<br />
antiguos rivales, les parecía de mal gusto revisar las casas de sus vecinos. Por desgracia, saltaba a la vista que el oficial a cargo de aquel<br />
regimiento no era de por allí. No solo por el acento engolado. También por la expresión con que miraba su diminuta vivienda, una mezcla<br />
de sorpresa y asco, como si se preguntara cómo era posible que en aquella pocilga vivieran seres humanos.<br />
Había entrado sin llamar, cuando Bellamy estaba fregando los platos del desayuno. Solo tenían agua corriente unas pocas horas al día,<br />
por lo general mientras su madre trabajaba en los campos solares. Se había asustado tanto, que había dejado caer la taza que tenía en las<br />
manos. Horrorizado, la había visto rebotar en el suelo y luego rodar hacia el armario.<br />
<strong>Los</strong> ojos del oficial se movían de lado a lado; estaba leyendo algo en su registro de córnea.<br />
—¿Bellamy Blake? —preguntó con su extraño acento de Fénix, como si tuviera la boca llena de pasta nutritiva.<br />
El niño asintió despacio.<br />
—¿Está tu madre en casa?<br />
—No —dijo él, haciendo lo posible por hablar con seguridad, tal como había practicado.<br />
Otro guardia cruzó el umbral. El oficial le hizo una seña, y el recién llegado empezó a hacer preguntas en un tono robótico, como si<br />
hubiera repetido el mismo discurso muchas veces aquel día.<br />
—¿Tiene usted el equivalente a más de tres comidas en su residencia? —preguntó en tono inexpresivo. Bellamy negó con la cabeza<br />
—. ¿Tiene usted alguna fuente de energía aparte de…?