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—¿Se va a poner bien? —preguntó Octavia. Su voz sonaba muy lejana.<br />
Clarke murmuró que sí. Apenas podía levantar los párpados.<br />
—¿Qué otras medicinas contiene?<br />
—De todo —repuso Clarke. O, como mínimo, intentó decirlo. Cuando las palabras llegaron a sus<br />
labios, el cansancio le había embotado el cerebro. La última sensación que tuvo antes de caer en un<br />
sueño profundo fue la de oír cómo Octavia se levantaba de la cama.<br />
Cuando Clarke despertó al día siguiente, Octavia se había ido y una luz brillante se colaba por la<br />
rendija de las lonas de entrada.<br />
Thalia yacía a su lado, todavía dormida. Clarke se levantó con un gemido; tenía agujetas de la<br />
caminata del día anterior. Por suerte era uno de esos dolores que te hacen sentir bien; había caminado<br />
por un bosque que los seres humanos no habían pisado desde hacía trescientos años. Se le hizo un<br />
nudo en el estómago cuando reparó en que, sin darse cuenta, se había apuntado otro récord: el suyo<br />
había sido el primer beso en la Tierra desde el Cataclismo.<br />
Clarke sonrió y se acercó a Thalia a toda prisa. No podía esperar a que estuviera mejor para<br />
contárselo. Posó el dorso de la mano en la frente de su amiga y comprobó aliviada que estaba más<br />
fresca que el día anterior. Con cuidado, apartó la manta para mirarle el vientre. La piel seguía<br />
mostrando signos de infección pero la inflamación no se había extendido. Siempre y cuando<br />
completara el tratamiento, se recuperaría por completo.<br />
No podía saberlo con exactitud, pero a juzgar por la intensidad de la luz debían de haber pasado<br />
ocho horas desde que le había administrado la primera dosis. Se dio la vuelta y caminó hacia el<br />
rincón en el que había dejado el botiquín la noche previa. Clarke frunció el ceño al descubrir que<br />
estaba abierto. Se agachó y ahogó una exclamación. Luego parpadeó para asegurarse de que no la<br />
engañaba la vista.<br />
El botiquín estaba vacío.<br />
<strong>Los</strong> antibióticos, los analgésicos, incluso las jeringuillas… todo había desaparecido.<br />
—No —susurró Clarke. Allí dentro no había nada—. No —repitió mientras se ponía en pie.<br />
Corrió hacia el catre más cercano y apartó las sábanas. Luego se dirigió a su propia cama para<br />
hacer lo mismo.<br />
Sus ojos se posaron en el jergón de Octavia, y el terror fue reemplazado por sospecha. Se acercó a<br />
toda prisa y empezó a hurgar entre el montón de mantas.<br />
—Venga —murmuró para sí, pero cuando acabó de mirar sus manos seguían vacías—. No.<br />
Dio una patada al suelo. <strong>Los</strong> medicamentos no se encontraban en la tienda, eso estaba claro, pero<br />
quien los hubiese cogido no podía haber ido muy lejos. Había menos de cien personas en todo el<br />
planeta, y Clarke no descansaría hasta pillar al ladrón que estaba poniendo en peligro la vida de<br />
Thalia. No tendría que buscar mucho.<br />
Después de inspeccionar rápidamente la vivienda para asegurarse de que sus padres no estaban en casa, Clarke corrió hacia la puerta<br />
del laboratorio e introdujo el código. No entendía por qué sus padres no cambiaban la contraseña; o bien no se imaginaban que visitaba a<br />
los niños tan a menudo o bien no querían impedírselo. A lo mejor se alegraban de que Clarke les hiciera compañía.<br />
De camino a la cama de Lilly, Clarke fue sonriendo a los demás enfermos, pero se le encogió el corazón al descubrir que muy pocos