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Kass Morgan - Los 100

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Las miradas de ambos se encontraron y un escalofrío recorrió la espalda de Wells. Hacía menos<br />

de un año era capaz de adivinar lo que estaba pensando solo con mirarla. Ahora, en cambio, no podía<br />

ni descifrar su expresión.<br />

—¿Qué haces aquí, Wells? —preguntó ella con un tono tenso y receloso.<br />

Está en estado de shock, se dijo él, agarrándose a aquella triste explicación como a un clavo<br />

ardiendo.<br />

—He venido por ti —contestó él en voz baja.<br />

Clarke puso una cara imposible de definir, una mezcla de tristeza, frustración y compasión que<br />

viajó de los ojos de Wells a su pecho.<br />

—Ojalá no lo hubieras hecho.<br />

Ella suspiró y, empujándolo, pasó junto a él. Se alejó sin volver la vista atrás.<br />

Wells se quedó sin aliento y, durante un instante, no pudo hacer nada más que tratar de recordar<br />

cómo respirar. Enseguida oyó un coro de murmullos procedente de la hoguera y se dio media vuelta<br />

para mirar, curioso pese a todo. La gente señalaba el cielo, que se había convertido en una sinfonía<br />

de color.<br />

Primero, unas franjas anaranjadas cruzaron el azul del firmamento, como un oboe que une su<br />

melodía a una flauta para convertir un solo en un dueto. La armonía se transformó en un crescendo de<br />

colores cuando el amarillo y el rosa se sumaron a la música. El cielo se oscureció, lo que destacó<br />

aún más el despliegue de tonalidades. La palabra ocaso no podía contener el sentido de la belleza<br />

que los envolvía, y por millonésima vez desde que habían aterrizado, Wells descubrió que los<br />

términos que había aprendido para describir la Tierra palidecían ante la imagen real.<br />

Incluso Clarke, que no había parado ni un momento desde el accidente, se detuvo en seco y echó la<br />

cabeza hacia atrás para apreciar mejor el milagro que se desplegaba en lo alto. A Wells no le hacía<br />

falta verle la cara para saber que abría unos ojos como platos y separaba una pizca los labios para<br />

coger aire, estupefacta al contemplar una imagen con la que llevaba soñando mucho tiempo. Con la<br />

que ambos llevaban soñando mucho tiempo, se corrigió Wells. Apartó la vista, incapaz de seguir<br />

mirando el cielo, y la angustia mudó en algo denso y punzante en su pecho. Era el primer ocaso que<br />

los humanos presenciaban en tres siglos, y él lo estaba admirando a solas.

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