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Kass Morgan - Los 100

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—Culpables.<br />

—¡No! —el grito angustiado de Clarke se elevó sobre los ensordecedores murmullos de sorpresa y los susurros satisfechos. Se puso<br />

en pie—. No pueden hacer eso. Ellos no tuvieron la culpa —arrugaba la cara con rabia cuando señaló al vicecanciller—. Usted. Usted<br />

les obligó a hacerlo, maldito cabrón embustero.<br />

Dio un paso adelante y de inmediato los guardias la redujeron.<br />

El vicecanciller Rhodes lanzó un largo suspiro.<br />

—Me temo que se le da mucho mejor experimentar con niños inocentes que mentir, señorita Griffin —se volvió a mirar al padre de<br />

Wells—. Sabemos, por los registros de seguridad, que visitaba a esos niños regularmente. Conocía las atrocidades que estaban<br />

cometiendo sus padres y no hizo nada para impedirlo. Es muy posible que los ayudase.<br />

Wells jadeó con tanta fuerza que le dolieron las costillas. Estaba seguro de que su padre haría callar a Rhodes con su mejor mirada de<br />

desdén, pero advirtió horrorizado que el canciller observaba a Clarke con expresión sombría. Al cabo de un momento, apretó los dientes<br />

y se volvió hacia los demás miembros del Consejo.<br />

—Por lo expuesto, propongo al Consejo la aprobación de la siguiente moción, consistente en juzgar a Clarke Griffin por el crimen de<br />

cómplice de traición.<br />

No. Las palabras del canciller se clavaron en Wells como una inyección de anestésico. Se le paró el corazón.<br />

Wells veía a los miembros del Consejo mover los labios, pero no distinguía lo que decían. Hasta el último átomo de su cuerpo estaba<br />

concentrado en elevar una plegaria a cualquier dios olvidado que pudiera estar escuchando. Dejad que se vaya, suplicaba. Haré lo que<br />

sea. Era verdad. Estaba dispuesto a ofrecer su propia vida a cambio de la de Clarke.<br />

Llevadme a mí en su lugar.<br />

El vicecanciller se inclinó para susurrarle algo al padre de Wells.<br />

Me da igual si sufro una muerte dolorosa.<br />

El canciller adoptó una expresión aún más grave si cabe.<br />

Empujadme por la escotilla de liberación para que mi cuerpo implosione en el vacío.<br />

La persona que estaba sentada junto a Wells se estremeció por algo que había dicho el canciller.<br />

Dejad que se vaya.<br />

Wells tuvo la desagradable sensación de que el mundo había recuperado el sonido cuando un coro de gritos ahogados se elevó del<br />

público. Dos guardias cogían a Clarke y se la llevaban a rastras.<br />

La chica que quería proteger a toda costa pronto sería sentenciada a la pena capital. Y tendría todo el derecho del mundo a odiarle<br />

hasta la muerte.<br />

Wells era el culpable de todo.<br />

—Lo siento —susurró Wells, como si eso, de algún modo, pudiera mejorar las cosas.<br />

—Lo sé —repuso ella con suavidad.<br />

Wells se quedó paralizado y, por un instante, no se atrevió a mirarla, temiendo ver cómo la pena<br />

manaba de una herida que nunca se curaría. Pero cuando por fin se volvió hacia ella, advirtió que<br />

Clarke sonreía a través de las lágrimas.<br />

—Aquí me siento más cerca de ellos —dijo, alzando la vista hacia los árboles—. Dedicaron la<br />

vida a buscar el modo de traernos de vuelta a casa.<br />

Wells no sabía qué decir sin romper la magia, así que guardó silencio. En cambio, se inclinó hacia<br />

ella y la besó, conteniendo el aliento hasta que vio cómo aquellas pestañas tocadas por las lágrimas<br />

se cerraban.<br />

Al principio, fue muy suave. La boca de Wells rozó apenas los labios de ella, pero pronto notó que

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