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Kass Morgan - Los 100

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La palabra fue casi inaudible.<br />

—No —protestó Clarke con voz temblorosa—. Es demasiado pronto —parpadeó para contener las lágrimas que le inundaban los<br />

ojos—. Aún podrías mejorar —dijo, pero la mentira le sonó vacía incluso a ella.<br />

Lilly hizo una mueca de dolor y Clarke le tomó la mano.<br />

—Por favor —se le quebraba la voz.<br />

—Lo siento —Clarke apretó la frágil manita de Lilly, dejando ya que las lágrimas corrieran por sus mejillas—. No puedo.<br />

Su amiga abrió unos ojos como platos, y Clarke jadeó asustada.<br />

—¿Lil?<br />

Lilly guardó silencio, mirando algo que solo ella podía ver. Algo que la aterrorizaba. <strong>Los</strong> dolores eran terribles, Clarke lo sabía, pero<br />

las alucinaciones, esos demonios que nunca la dejaban en paz, resultaban aún peores.<br />

—Basta.<br />

Clarke cerró los ojos. La tristeza y el remordimiento que pudiera llegar a sentir jamás podrían compararse al sufrimiento de Lilly.<br />

Sería una egoísta si, por miedo, se negara a darle a su amiga la paz que tanto deseaba; el descanso que merecía.<br />

Temblaba tanto que casi no pudo sacarse el vial del bolsillo y aún menos llenar la jeringa. Se colocó junto a la cama y sujetó el brazo<br />

de Lilly con una mano mientras con la otra le buscaba la vena.<br />

—Que duermas bien, Lil —susurró.<br />

La enferma asintió y esbozó una sonrisa que atormentaría a Clarke el resto de su vida.<br />

—Gracias.<br />

Clarke le sostuvo la mano durante los minutos que Lilly tardó en partir. Luego se levantó y presionándole el cuello, todavía cálido, le<br />

buscó el pulso con los dedos.<br />

Había muerto.<br />

Clarke se desplomó en la tierra húmeda, resollando conforme sus pulmones luchaban por respirar<br />

aire puro. Luego se acurrucó de lado. A través de las lágrimas que emborronaban su vista, distinguía<br />

las formas de las personas que la rodeaban, aquellas siluetas oscuras y difusas, quietas y calladas.<br />

Había perdido a su mejor amiga, a la única persona que de verdad la conocía, que sabía lo que le<br />

había hecho a Lilly y la quería a pesar de todo. Aquella noche, Thalia le había pedido que hiciera las<br />

paces con Wells; y el propio Wells le había impedido ayudarla mientras la veían morir.<br />

—Lo siento mucho, Clarke —decía Wells, buscando su mano. Ella la apartó.<br />

—No te creo —replicó en un tono gélido. La rabia le oprimía el pecho, como si llevara un<br />

rescoldo en su interior esperando a que la furia y la pena lo avivasen.<br />

—Era imposible sacarla de allí —balbuceó Wells—. Yo… no podía dejarte ir. Habrías muerto.<br />

—Y has dejado que muriera Thalia en mi lugar. Porque tú decides quién vive y quién muere —él<br />

intentó protestar, pero Clarke, temblando de rabia, siguió hablando—. Lo que ha pasado esta noche<br />

entre nosotros ha sido un error. Destruyes todo lo que tocas.<br />

—Clarke, por favor, yo…<br />

Ella se limitó a levantarse, mientras se sacudía la ceniza de la ropa, y se internó en el bosque sin<br />

mirar atrás.<br />

Todos tenían ceniza en los pulmones y lágrimas en los ojos. Pero Wells, además, se había<br />

manchado las manos de sangre.

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