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Kass Morgan - Los 100

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colonia. Clarke miró a los demás pasajeros y vio que se recogían también, como si guardaran un<br />

minuto de silencio espontáneo por el mundo que dejaban atrás.<br />

En cualquier caso, la solemnidad de aquel instante no duró nada. A lo largo de los veinte minutos<br />

siguientes, la charla nerviosa de un centenar de personas que jamás, hasta hacía unas horas, habían<br />

pensado que llegarían a viajar a la Tierra inundó la nave. Thalia le gritó algo a Clarke, pero el<br />

escándalo se tragó las palabras.<br />

La única conversación que Clarke podía seguir era la de las dos chicas que tenía delante, que<br />

discutían sobre la probabilidad de que el aire de la Tierra fuera respirable.<br />

—Prefiero caer muerta nada más bajar que envenenarme poco a poco durante varios días —<br />

comentó una con expresión sombría.<br />

Clarke estaba más o menos de acuerdo, pero no abrió la boca. No tenía sentido ponerse a<br />

especular. El viaje a la Tierra sería breve; en solo unos minutos sabrían lo que les deparaba el<br />

destino.<br />

Miró por las escotillas, detrás de las cuales se veían deshilachadas nubes grises. La nave dio una<br />

sacudida y unos gritos ahogados interrumpieron el murmullo de la conversación.<br />

—No pasa nada —dijo Wells, que hablaba por primera vez desde que las escotillas se habían<br />

cerrado—. Es normal que haya turbulencias al entrar en la atmósfera terrestre.<br />

No pudo seguir hablando; los gritos de la cabina sofocaban sus palabras.<br />

El traqueteo aumentó, seguido de un extraño zumbido. A Clarke se le clavó el arnés en el estómago<br />

y su cuerpo osciló de lado a lado, se columpió arriba y abajo y luego volvió a oscilar. Le entraron<br />

arcadas cuando un olor rancio inundó sus fosas nasales. Advirtió que la chica que tenía delante había<br />

vomitado. Clarke cerró los ojos con fuerza e hizo esfuerzos por tranquilizarse. Todo iba bien. Dentro<br />

de unos minutos habría terminado.<br />

El zumbido se transformó en un penetrante chirrido, salpicado de horribles chasquidos. Abriendo<br />

los ojos, Clarke descubrió que las escotillas se habían agrietado y ya no mostraban un escenario gris.<br />

Solo llamas.<br />

Esquirlas de metal al rojo empezaron a llover sobre los pasajeros. Clarke se protegió la cabeza<br />

con los brazos pero los restos de metal le quemaban el cuello.<br />

La nave se zarandeó con más fuerza y una parte del techo se separó con un inmenso crujido. Sonó<br />

un choque ensordecedor seguido de un golpe que le provocó calambres en todos y cada uno de los<br />

huesos.<br />

Y tan repentinamente como había empezado, todo terminó.<br />

La cabina se quedó a oscuras y en silencio. El humo se arremolinaba allí donde antes estaba el<br />

panel de control y el aire se impregnó de un tufo a metal incandescente, sudor y sangre.<br />

Muerta de dolor, Clarke movió los dedos de las manos y de los pies. Le hacían daño, pero no<br />

creía que se hubiera roto nada. Se desabrochó el arnés y, apoyada en el asiento chamuscado, se puso<br />

en pie como pudo.<br />

Casi todos los pasajeros seguían sujetos a los asientos, pero unos cuantos yacían de lado o<br />

despatarrados en el suelo. Clarke buscó a Thalia por las filas. Cada vez que sus ojos topaban con<br />

otro asiento vacío, se le aceleraba el pulso. Una terrible realidad se abría paso entre el caos de su<br />

mente. Algunos de los pasajeros habían salido despedidos durante el aterrizaje.<br />

Clarke cojeó hacia delante, apretando los dientes cada vez que notaba un tirón en la pierna. Llegó<br />

a la escotilla y tiró de ella con todas sus fuerzas. Inspirando profundamente, salió a la Tierra.

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