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Kass Morgan - Los 100

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estaban despiertos. Casi todos habían empeorado, y el número de lechos vacíos había aumentado desde su última visita.<br />

Al ver a Lilly a lo lejos, intentó alejar la idea de su pensamiento, pero cuando se acercó a su amiga no pudo contener el temblor de<br />

manos.<br />

Lilly se estaba muriendo. Apenas pudo abrir los ojos cuando Clarke susurró su nombre y, aunque movía los labios, no emitía sonido<br />

alguno.<br />

Las pústulas de su piel habían aumentado, aunque pocas sangraban ya, sobre todo porque la pobre no tenía fuerzas para rascarse.<br />

Clarke se quedó allí sentada, observando la irregular respiración de su amiga y reprimiendo las náuseas a duras penas. Lo peor de todo<br />

era saber que solo estaba presenciando el principio. La agonía de los demás se había prolongado durante semanas, con síntomas cada<br />

vez más horribles conforme el veneno de la radiación se extendía por sus organismos.<br />

Clarke se planteó por un momento la idea de llevar a Lilly al centro médico, donde al menos podría administrarle algún analgésico<br />

potente, aunque fuera demasiado tarde para salvarla. Pero eso equivaldría a pedirle al vicecanciller que ejecutara a sus padres. Y luego<br />

le encargaría a alguien que terminara lo que ellos habían comenzado. Clarke solo podía rezar para que los resultados de la investigación<br />

fueran concluyentes. De ser así, los experimentos cesarían y aquellos sujetos de prueba no habrían muerto en vano.<br />

<strong>Los</strong> translúcidos párpados de Lilly aletearon.<br />

—Eh, Clarke —la saludó con voz ronca. Un atisbo de sonrisa revoloteó en su cara antes de que un nuevo calambre se lo borrara.<br />

Clarke le cogió la mano y se la apretó.<br />

—Eh —susurró—. ¿Cómo te encuentras?<br />

—Bien —mintió Lilly, que intentó sentarse entre fuertes dolores.<br />

—Tranquila —le apoyó una mano en el hombro—. No hace falta que te sientes.<br />

—No, quiero hacerlo —dijo con voz estrangulada.<br />

Con cuidado, Clarke la ayudó a incorporarse y luego le arregló las almohadas. Cuando rozó la espalda de Lilly, reprimió un<br />

estremecimiento. Se le notaba hasta la última vértebra a través de la delgadísima piel.<br />

—¿Te gustó la antología de Dickens? —le preguntó a la vez que echaba un vistazo debajo de la cama, donde guardaban los libros que<br />

Clarke robaba de la biblioteca.<br />

—Solo he leído la primera historia, la de Oliver Twist —Lilly esbozó una sombra de sonrisa—. <strong>Los</strong> ojos ya no… —no terminó la<br />

frase. Ambas sabían que los problemas de visión anunciaban el principio del fin—. Pero de todas formas no me ha gustado. Me recuerda<br />

demasiado al centro de cuidados.<br />

Clarke no le había hecho preguntas sobre su vida antes de ser ingresada. Tenía la sensación de que Lilly no quería hablar de ello.<br />

—¿Tan mal estabas? —preguntó con delicadeza.<br />

Lilly se encogió de hombros.<br />

—Cuidábamos los unos de los otros. No teníamos a nadie más. Bueno, salvo una chica que tenía un hermano. Un verdadero hermano<br />

mayor —bajó la vista, con súbita timidez—. Era muy simpático… Le traía cosas: comida, cintas de tela…<br />

—¿En serio? —Clarke le apartó a Lilly un mechón de la sudorosa frente, fingiendo que se había tragado el cuento de la chica que<br />

tenía un hermano.<br />

Incluso en aquel estadio de la enfermedad, su amiga tenía tendencia a exagerar.<br />

—Qué mono —siguió diciendo Clarke sin comprometerse. Las calvas que aumentaban en la cabeza de Lilly atraían su mirada.<br />

—Da igual —repuso esta. Intentó adoptar un tono alegre—. Háblame de tu cumpleaños. ¿Qué te vas a poner?<br />

Clarke casi había olvidado que dentro de una semana cumplía años. No estaba de humor para celebraciones.<br />

—Bueno, ya sabes, mi mejor pijama médico —repuso con desenfado—. Prefiero mil veces estar aquí contigo que celebrar una<br />

estúpida fiesta.<br />

—Oh, Clarke —graznó Lilly, fingiendo exasperación—. Tienes que hacer algo. Empiezas a ser una tía aburrida. Además, quiero<br />

conocer hasta el último detalle de tu vestido.<br />

Arrugó la cara de dolor, doblada sobre sí misma.

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