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Escudriñó a la multitud que se había congregado en torno a ellos en busca de alguna cara amable.<br />
Tenía que haber alguien que se diese cuenta de que todo aquello eran chorradas. Pero la gente evitó<br />
su mirada.<br />
—Estáis todos locos —miró a Graham con cara de asco—. Le has tendido una trampa. Has sido tú<br />
el que ha robado los medicamentos.<br />
Graham soltó una risilla y echó una ojeada a Asher.<br />
—Ya te he dicho que saldría con esas.<br />
Caía la tarde y las nubes habían tejido un manto gris en lo alto. Bellamy suspiró con fuerza.<br />
—Muy bien. Pensad lo que queráis. Pero desatad a Octavia y dejadnos marchar. Abandonaremos<br />
el campamento para siempre. No tocaremos vuestro precioso equipo —se volvió a mirar a su<br />
hermana, que no parecía muy conforme con la idea; se había quedado de piedra—. No volveréis a<br />
vernos.<br />
Una expresión de dolor traicionó a Clarke, que enseguida volvió a escudarse tras su máscara de<br />
chica dura. Lo superará, pensó Bellamy con amargura. Encontrará a otro con el que retozar por el<br />
bosque.<br />
—Ni soñarlo —objetó Graham, con una sonrisa cruel—. No hasta que hayamos recuperado los<br />
medicamentos. No podemos permitir que nadie muera, solo por que tu hermana sea una drogadicta.<br />
Bellamy creyó estallar de rabia al oír la acusación. Apenas podía contener las ganas de estrujar el<br />
cuello de Graham entre los dedos.<br />
—Ya basta —los interrumpió Clarke. Levantando una mano, sacudió la cabeza en dirección a<br />
Graham—. Yo soy la primera que quiere recuperar las medicinas, pero así no nos ayudas.<br />
—De acuerdo —replicó Bellamy—, pero yo la llevaré a la tienda. Y nadie volverá a ponerle las<br />
manos encima.<br />
Se zafó de sus captores y echó a andar hacia Octavia. Cogiéndola de la mano, miró a los ojos a<br />
Graham.<br />
—Te arrepentirás de esto —dijo en tono bajo y amenazante.<br />
Bellamy rodeó con el brazo a su temblorosa hermana. Mientras la conducía al hospital de<br />
campaña, se juró algo a sí mismo.<br />
No se detendría ante nada con tal de proteger a su hermana. Como había hecho siempre.<br />
Era la tercera vez que los visitaban los guardias en pocos meses. Aquel año, las visitas habían aumentado y Octavia se estaba haciendo<br />
mayor. Bellamy no quería pensar en lo que pasaría la próxima vez, pero era consciente de que no podrían esconderla para siempre.<br />
—No me puedo creer que hayan mirado en el armario —dijo su madre con un hilo de voz. Contemplaba fijamente a Octavia, que<br />
descansaba en el sofá—. Gracias a Dios que no se ha echado a llorar.<br />
Bellamy observó a su hermana pequeña. Todo en ella era minúsculo, desde los diminutos pies cubiertos por los peúcos, hasta aquellos<br />
dedos en miniatura. Todo salvo los mofletes y los enormes ojos, siempre brillantes de lágrimas que no llegaba a derramar. ¿Era normal<br />
que una niña de dos años fuera tan silenciosa? ¿Presentía quizá lo que le pasaría si la encontraban?<br />
El niño se acercó al sofá y se sentó junto a Octavia, que se volvió a mirarlo con sus ojos de un azul intenso. Bellamy cogió entre los<br />
dedos uno de aquellos bucles oscuros y relucientes. Era idéntica a la cabeza de muñeca que había encontrado rebuscando entre las<br />
reliquias del almacén. Había estado a punto de llevársela a Octavia, pero luego había pensado que necesitaban más los créditos que le<br />
darían por ella en el Intercambio. Tampoco estaba seguro de que una cabeza sin cuerpo fuera un regalo apropiado para un bebé, ni<br />
siquiera una tan bonita como esa.