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Una breve historia de casi todo

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Para los seres humanos es peor aún porque suce<strong>de</strong> que pertenecemos a la porción<br />

<strong>de</strong> seres vivos que tomó, hace cuatrocientos millones <strong>de</strong> años, la arriesgada y<br />

azarosa <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> arrastrarse fuera <strong>de</strong> los mares, pasar a residir en tierra y<br />

respirar oxígeno. En consecuencia, nada menos que el 99,5% <strong>de</strong>l volumen <strong>de</strong>l<br />

espacio habitable <strong>de</strong>l mundo queda, según una estimación, en términos prácticos<br />

completamente, fuera <strong>de</strong> nuestros límites.<br />

No se trata sólo que no po<strong>de</strong>mos respirar en el agua, sino que no po<strong>de</strong>mos soportar<br />

la presión. Como el agua es unas 1.300 veces más pesada que el aire, la presión<br />

aumenta rápidamente cuando <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>s, en el equivalente a una atmósfera cada<br />

lo metros <strong>de</strong> profundidad. En tierra, si subieses a la cima <strong>de</strong> una eminencia <strong>de</strong> 150<br />

metros (la catedral <strong>de</strong> Colonia o el Monumento a Washington, por ejemplo), el<br />

cambio <strong>de</strong> presión sería tan leve que resultaría inapreciable. Pero a la misma<br />

profundidad bajo el agua las venas se colapsarían y los pulmones se comprimirían<br />

hasta las dimensiones aproximadas <strong>de</strong> una lata <strong>de</strong> refresco. Sorpren<strong>de</strong>ntemente, la<br />

gente bucea <strong>de</strong> forma voluntaria hasta esas profundida<strong>de</strong>s, sin aparatos <strong>de</strong><br />

respiración, por diversión, en un <strong>de</strong>porte llamado buceo libre. Parece ser que la<br />

experiencia que los órganos internos se <strong>de</strong>formen con brusquedad se consi<strong>de</strong>ra<br />

emocionante, aunque es <strong>de</strong> suponer que no tan emoción ante como el que vuelvan<br />

a sus anteriores dimensiones al aflorar a la superficie. Pero para que los buceadores<br />

lleguen a esas profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>ben hacerse arrastrar hacia abajo, con bastante<br />

brutalidad, mediante pesos. La máxima profundidad a la que se ha podido llegar sin<br />

ayuda y vivir para contarlo es <strong>de</strong> 72 metros, una hazaña que realizó un italiano<br />

llamado Umberto Pelizzari, que en 1991 <strong>de</strong>scendió buceando hasta esa profundidad,<br />

se mantuvo allí un nanosegundo y luego salió disparado hacia la superficie. En<br />

términos terrestres, 72 metros es bastante menos que la longitud <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong><br />

fútbol. Así que ni siquiera en nuestros <strong>de</strong>spliegues propagandísticos más entusiastas<br />

po<strong>de</strong>mos proclamar que dominamos las profundida<strong>de</strong>s.<br />

Hay otros organismos, claro, que sí lo consiguen, que logran soportar esas<br />

presiones <strong>de</strong> las profundida<strong>de</strong>s, aunque sea un misterio cómo lo consiguen<br />

exactamente algunos <strong>de</strong> ellos. El punto más profundo <strong>de</strong>l océano es la Fosa <strong>de</strong> las<br />

Marianas, en el Pacífico. Allí, a unos 11,3 kilómetros <strong>de</strong> profundidad, las presiones<br />

se elevan hasta más <strong>de</strong> 1.120 kilómetros por centímetro cuadrado. Sólo una vez

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