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Una breve historia de casi todo

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que Leeuwenhoek había encontrado eran los protozoos. Calculó que había<br />

8.280.000 <strong>de</strong> aquellos pequeños seres en una sola gota <strong>de</strong> agua (más que el<br />

número <strong>de</strong> habitantes <strong>de</strong> Holanda). El mundo estaba repleto <strong>de</strong> vida en cantida<strong>de</strong>s<br />

y formas que nadie había sospechado hasta entonces.<br />

Inspirados por los fantásticos hallazgos <strong>de</strong> Leeuwenhoek, hubo otros que<br />

empezaron a atisbar por microscopios con tal ansia que a veces encontraban cosas<br />

que, en realidad, no estaban allí. Un respetado observador holandés, Nicolaus<br />

Hartsoecker; estaba convencido <strong>de</strong> haber visto «hombrecillos preformados» en<br />

células espermáticas. Llamó a aquellos pequeños seres «homúnculos» y, durante un<br />

tiempo, mucha gente creyó que <strong>todo</strong>s los seres humanos (en realidad, todas las<br />

criaturas) eran sólo versiones infladas <strong>de</strong> seres precursores, chiquitines pero<br />

completos. También el propio Leeuwenhoek se <strong>de</strong>jaba extraviar <strong>de</strong> vez en cuando<br />

por sus entusiasmos. En uno <strong>de</strong> sus experimentos menos felices intentó estudiar las<br />

propieda<strong>de</strong>s explosivas <strong>de</strong> la pólvora observando una pequeña explosión a corta<br />

distancia; estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la vista.<br />

En 1683, Leeuwenhoek <strong>de</strong>scubrió las bacterias, pero eso fue prácticamente <strong>todo</strong> lo<br />

que pudo avanzar la ciencia en el siglo y medio siguiente, <strong>de</strong>bido a las limitaciones<br />

<strong>de</strong> la tecnología microscópica. Hasta 1831 no vería nadie por primera vez el núcleo<br />

<strong>de</strong> una célula. Ese alguien fue el botánico escocés Robert Brown, ese visitante<br />

frecuente pero misterioso <strong>de</strong> la <strong>historia</strong> <strong>de</strong> la ciencia. Brown, que vivió <strong>de</strong> 1773 a<br />

1858, le llamó núcleo, <strong>de</strong> la palabra latina nucula, que significa nuececita o<br />

almendra. Pero, hasta 1839, no hubo nadie que se diera cuenta que toda la materia<br />

viva era celular. Fue a un alemán, Theodor Schwann, al que se le ocurrió esa i<strong>de</strong>a, y<br />

no sólo apareció con relativo retraso, tratándose <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a científica, sino que no<br />

se aceptó al principio <strong>de</strong> forma general.<br />

Hasta la década <strong>de</strong> 1860, y la obra <strong>de</strong>cisiva <strong>de</strong> Louis Pasteur en Francia, no quedó<br />

<strong>de</strong>mostrado concluyentemente que la vida no pue<strong>de</strong> surgir <strong>de</strong> forma espontánea,<br />

sino que <strong>de</strong>be llegar <strong>de</strong> células preexistentes. Esta creencia pasó a conocerse como<br />

«teoría celular» y es la base <strong>de</strong> toda la biología mo<strong>de</strong>rna.<br />

La célula se ha comparado con muchas cosas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> «una compleja refinería<br />

química» (el físico James Trefil) a «una vasta y populosa metrópoli» (el bioquímico<br />

Guy Brown). <strong>Una</strong> célula es ambas cosas y ninguna <strong>de</strong> ellas. Es como una refinería

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