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El%20hombre%20anumerico%20-%20John%20Allen%20Paulos

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asada, sin embargo, en la racionalidad individual.<br />

Consideremos tres candidatos que se presentan para un<br />

cargo público, a los que llamaré Dukakis, Gore y Jackson en<br />

conmemoración de las elecciones primarias de los<br />

demócratas en 1988. Supongamos que la preferencia de un<br />

tercio de los electores ordena los candidatos así: Dukakis,<br />

Gore, Jackson; que otro tercio los ordena: Gore, Jackson,<br />

Dukakis, y que el tercio restante los prefiere en el orden<br />

Jackson, Dukakis, Gore. Hasta aquí, nada que decir.<br />

Pero si examinamos los posibles emparejamientos de los<br />

candidatos, nos encontraremos con una paradoja. Dukakis se<br />

jactará de que dos tercios del electorado le prefieren a<br />

Gore, a lo que Jackson contestará que dos tercios del<br />

electorado le prefieren a Dukakis. Finalmente, Gore podrá<br />

decir que dos tercios del electorado le prefieren a Jackson.<br />

Si las preferencias sociales se determinan por votación, «la<br />

sociedad» prefiere Dukakis a Gore, Gore a Jackson, y<br />

Jackson a Dukakis. Así pues, aun en el caso de que las<br />

preferencias de todos los votantes sean consistentes (es<br />

decir, transitivas: cualquier elector que prefiera X a Y e Y a<br />

Z, prefiere también X a Z), no se infiere necesariamente que<br />

las preferencias sociales, determinadas por la regla de la<br />

mayoría, hayan de ser también transitivas.<br />

En la vida real, naturalmente, las cosas pueden ser<br />

muchísimo más complejas. Mort Sahi decía acerca de las

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