Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
—Ahora tengo que joderte —le dijo al tiempo que la empujaba hacia la cama—.<br />
Tengo que poseerte y darte una probada de esta yerga en tu cuerpecito. ¡Ah, qué jodida te<br />
voy a dar!<br />
<strong>De</strong>spojándose rápidamente de su sotana y sus prendas interiores, el gran bruto, cuyo<br />
cuerpo estaba totalmente cubierto de pelo y de piel tan morena como la de un mulato, tomó<br />
el frágil cuerpo de la hermosa Bella en sus musculosos brazos y lo depositó suavemente<br />
sobre la cama. Clemente contempló por unos instantes su cuerpo tendido y palpitante,<br />
mitad por efecto del deseo y mitad a causa del terror que le causaba la furiosa embestida.<br />
Luego contempló con aire satisfecho su tremendo pene, erecto de lujuria, y subiéndose<br />
presto al lecho se arrojó sobre ella y se cubrió con las ropas de la cama.<br />
Bella, medio ahogada debajo del gran bruto peludo, sintió el tieso pene entre sus<br />
piernas, y bajó la mano para tentarlo de nuevo.<br />
—¡Cielos, qué tamaño! ¡Nunca me cabrá!<br />
—Sí, claro que si: lo tendrás todo: entrará hasta los testículos, sólo que tendrás que<br />
cooperar para que no te lastime.<br />
Bella se ahorró la molestia de contestar, porque enseguida una lengua ansiosa penetró<br />
en su boca hasta casi sofocarla.<br />
<strong>De</strong>spués pudo darse cuenta de que el sacerdote se había levantado poco a poco, y de<br />
que la caliente cabeza de su gigantesco pene estaba tratando de abrirse paso a través de los<br />
húmedos labios de su rosada rendija.<br />
No puedo seguir adelante con el relato detallado de los actos preliminares. Se<br />
llevaron díez minutos, pero al término de ellos el torpe Clemente estaba enterrado hasta los<br />
testículos en el lindo cuerpo de la joven, que, con sus suaves piernas enlazadas sobre la<br />
espalda del moreno sacerdote, recibía las caricias de éste, que se solazaba sobre su víctima,<br />
y daba comienzo a los lascivos movimientos que habían de conducirle a desembarazarse de<br />
su ardiente fluido.<br />
Veinticinco centímetros, cuando menos, de endurecido músculo habían calado las<br />
partes íntimas de la jovencita, y palpitaban en el interior de ellas, al propio tiempo que una<br />
mata de pelos hirsutos frotaba el delicado monte de la infeliz Bella.<br />
—¡Oh, Dios mío! ¡Cómo me lastimáis! —se quejó ella—. -Cielos! ¡Me estáis<br />
descuartizando!<br />
Clemente inició un movimiento.<br />
—¡No lo puedo aguantar! ¡Realmente está demasiado grande! ¡Oh! ¡Sacadlo! ¡Ay,<br />
qué embestidas!<br />
Clemente empujó sin piedad dos o tres veces.<br />
—Aguarda un momento, diablita; sólo hasta que te ahogue con mi leche. ¡Oh, cuán<br />
estrecha eres! ¡Parece que me estás sorbiendo la yerga! ¡Al fin! ahora está dentro, ya es<br />
todo tuvo.<br />
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