Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
<strong>De</strong>bería haber explicado, como cualquier novelista, aunque tal vez con más<br />
veracidad, que la tía de Bella, la señora Verbouc, que ya presenté a mis lectores<br />
someramente en el capítulo inicial de mi historia, ocupaba una habitación en una de las<br />
alas de la casa, donde, al igual que la señora <strong>De</strong>lmont, pasaba la mayor parte del tiempo<br />
entregada a quehaceres devotos, y totalmente despreocupada de los asuntos mundanos, ya<br />
que acostumbraba dejar en manos de su sobrina el manejo de los asuntos domésticos de la<br />
casa.<br />
El señor Verbouc había ya alcanzado el estado de indiferencia ante los requiebros de<br />
su cara mitad, y rara vez visitaba su alcoba, o perturbaba su descanso con objeto de<br />
ejercitar sus derechos maritales.<br />
La señora Verbouc, sin embargo, era todavía joven —treinta y dos primaveras habían<br />
transcurrido sobre su devota y piadosa cabeza— era hermosa, y había aportado a su esposo<br />
una considerable fortuna.<br />
No obstante sus píos sentimientos, la señora Verbouc apetecía a veces el consuelo<br />
más terrenal de los brazos de su esposo. y saboreaba con verdadero deleite el ejercicio de<br />
sus derechos en las ocasionales visitas que él hacía a su recámara.<br />
En esta ocasión la señora Verbouc se había retirado a la temprana hora en que<br />
acostumbraba hacerlo, y la presente disgresión se hace indispensable para poder explicar lo<br />
que sigue. <strong>De</strong>jemos a esta amable señora entregada a los deberes de la toilette, que ni<br />
siquiera una pulga osa profanar, y hablemos de otro y no menos importante personaje,<br />
cuyo comportamiento será también necesario que analicemos.<br />
Sucedió, pues, que el padre Clemente, cuyas proezas en el campo de la diosa del<br />
amor hemos ya tenido ocasión de relatar, estaba resentido por la retirada de la joven Bella<br />
de la Sociedad de la Sacristía, y sabiendo bien quién era ella y dónde podía encontrarla,<br />
rondó durante varios días la residencia del señor Verbouc, a fin de recobrar la posesión de<br />
la deliciosa prenda que el marrullero padre Ambrosio les había escamoteado a sus<br />
confreres<br />
Le ayudó en la empresa el Superior, que lamentaba asimismo amargamente la<br />
pérdida sufrida, aunque no sospechaba el papel que en la misma había desempeñado el<br />
padre Ambrosio.<br />
Aquella tarde el padre Clemente se había apostado en las proximidades de la casa, y.<br />
en busca de una oportunidad, se aproximó a una ventana para atisbar al través de ella,<br />
seguro de que era la que daba a la habitación de Bella.<br />
¡Cuán vanos son, empero, los cálculos humanos! Cuando el desdichado Clemente, a<br />
quien le habían sido arrebatados sus placeres, estaba observando la habitación sin perder<br />
detalle, el objeto de sus cuitas estaba entregado en otra habitación a la satisfacción de su<br />
lujuria, en brazos de sus rivales.<br />
Mientras, la noche avanzaba, y observando Clemente que todo estaba tranquilo, logró<br />
empinarse hasta alcanzar el nivel de la ventana. <strong>Una</strong> débil luz iluminaba la habitación en la<br />
que el ansioso cure pudo descubrir una dama entregada al pleno disfrute de un sueño<br />
profundo.<br />
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