Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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Capitulo X<br />
<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
DESDE SU ENCUENTRO CON EL RÚSTICO MOZUELO cuya simpleza tanto le<br />
había interesado, en la rústica vereda que la conducía a su casa, Bella no dejó de pensar en<br />
los términos en los que aquél se había expresado, y en la extraña confesión que el<br />
jovenzuelo le había hecho sobre la complicidad de su padre en sus actos sexuales.<br />
Estaba claro que su amante era tan simple que se acercaba a la idiotez, y, a juzgar por<br />
su observación de que “mi padre no es tan listo como yo” suponía que el defecto era<br />
congénito. Y lo que ella se preguntaba era si el padre de aquel simplón poseía —tal como<br />
lo declaró el muchacho— un miembro de proporciones todavía mayores que las del hijo.<br />
Dado su hábito de pensar casi siempre en voz alta, yo sabía a la perfección que a<br />
Bella no le importaba la opinión de su tío, ni le temía ya al padre Ambrosio. Sin duda<br />
alguna estaba resuelta a seguir su propio camino, pasare lo que pasare, y por lo tanto no me<br />
admiré lo más mínimo cuando al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, la vi<br />
encaminarse hacia la pradera.<br />
En un campo muy próximo al punto en que observó el encuentro sexual entre el<br />
caballo y la yegua, Bella descubrió al mozo entregado a una sencilla labor agrícola. Junto a<br />
él se encontraba una persona alta y notablemente morena, de unos cuarenta y cinco años.<br />
Casi al mismo tiempo que ella divisó a los individuos, el jovenzuelo la advirtió a ella,<br />
y corrió a su encuentro, después de que, al parecer, le dijera una palabra de explicación a<br />
su compañero, mostrando su alegría con una amplia sonrisa de satisfacción.<br />
—Este es mi padre —dijo, señalando al que se encontraba a sus espaldas—, ven y<br />
pélasela.<br />
—¡Qué desvergüenza es esta, picaruelo! —repuso Bella más inclinada a reírse que a<br />
enojarse—. ¿Cómo te atreves a usar ese lenguaje?<br />
—¿A qué viniste? —preguntó el muchacho—. ¿No fue para joder?<br />
En ese momento habían llegado al punto donde se encontraba el hombre, el cual<br />
clavó su azadón en el suelo, y le sonrió a la muchacha en forma muy parecida a como lo<br />
hacía el chico.<br />
Era fuerte y bien formado, y. a juzgar por las apariencias, Bella pudo comprobar que<br />
si poseía los atributos de que su hijo le habló en su primera entrevista.<br />
—Mira a mi padre, ¿no es como te dije? —observó el jovenzuelo—. ¡<strong>De</strong>berías verlo<br />
joder!<br />
No cabía disimulo. Se entendían entre ellos a la perfección, y sus sonrisas eran más<br />
amplias que nunca. El hombre pareció aceptar las palabras del hijo como un cumplido, y<br />
posó su mirada sobre la delicada jovencita. Probablemente nunca se había tropezado con<br />
una de su clase, y resultaba imposible no advertir en sus ojos una sensualidad que se<br />
reflejaba en el brillo de sus ojazos negros.<br />
Bella comenzó a pensar que hubiera sido mejor no haber ido nunca a aquel lugar.<br />
—Me gustaría enseñarte la macana que tiene mi padre<br />
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