Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
—¿Vio usted lo que hacían los caballos en la pradera?<br />
—preguntó el muchacho, mirando con aire interrogativo a Bella, cuya belleza parecía<br />
proyectarse sobre su embotada mente como el sol se cuela al través de un paisaje lluvioso.<br />
—Sí, lo vi. —replicó la muchacha con aire inocente—. ¿Qué estaban haciendo? ¿Qué<br />
significaba aquello?<br />
—Estaban jodiendo —repuso el muchacho con una sonrisa de lujuria—. Él deseaba a<br />
la hembra y la hembra deseaba al semental, así es que se juntaron y se dedicaron a joder.<br />
—¡Vaya, qué curioso! —contestó la joven, contemplando con la más infantil<br />
sencillez el gran objeto que todavía estaba entre sus manos, ante el desconcierto del<br />
mozuelo.<br />
—<strong>De</strong> veras que fue divertido, ¿verdad? ¡Y qué instrumento el suyo! ¿Verdad,<br />
señorita?<br />
—Inmenso —murmuró Bella sin dejar de pensar un solo momento en la cosa que<br />
estaba frotando de arriba para abajo con su mano.<br />
—¡Oh, cómo me cosquillea! —suspiró su compañero—. ¡Qué hermosa es usted! ¡Y<br />
qué bien lo frota! Por favor, siga, señorita. Tengo ganas de venirme.<br />
—¿<strong>De</strong> veras? —murmuró Bella—. ¿Puedo hacer que te vengas?<br />
Bella miró el henchido objeto, endurecido por efecto del suave cosquilleo que le<br />
estaba aplicando; y cuya cabeza tumefacta parecía que iba a estallar. El prurito de observar<br />
cuál sería el efecto de su interrumpida fricción se posesionó por completo de ella, por lo<br />
que se aplicó con redoblado empeño a la tarea.<br />
—¡Oh, si, por favor! ¡Siga! ¡Estoy próximo a venirme! ¡Oh! ¡Oh! ¡Qué bien lo hace!<br />
¡Apriete más. . ., frote más aprisa. . . pélela bien. . .! Ahora otra vez.. . ¡Oh, cielos! ¡Oh!<br />
El largo y duro instrumento engrosaba y se calentaba cada vez más a medida que ella<br />
lo frotaba de arriba abajo.<br />
—¡Ah! ¡Uf! ¡Ya viene! ¡Uf! ¡Oooh! —exclamó el rústico entrecortadamente<br />
mientras sus rodillas se estremecían y su cuerpo adquiría rigidez, y entre contorsiones y<br />
gritos ahogados su enorme y poderoso pene expelió un chorro de líquido espeso sobre las<br />
manecitas de Bella, que, ansiosa por bañarlas en el calor del viscoso fluido, rodeó por<br />
completo el enorme dardo, ayudándolo a emitir hasta la última gota de semen.<br />
Bella, sorprendida y gozosa. bombeó cada gota —que hubiera chupado de haberse<br />
atrevido— y extrajo luego su delicado pañuelo de Holanda para limpiar de sus manos la<br />
espesa y perlina masa.<br />
<strong>De</strong>spués eí jovenzuelo, humillado y con aire estúpido, se guardó el desfallecido<br />
miembro, y miró a su compañera con una mezcla de curiosidad y extrañeza.<br />
—¿Dónde vives? —preguntó al fin, cuando encontró palabras para hablar..<br />
—No muy lejos de aquí —repuso Bella—. Pero no debes seguirme ni tratar de<br />
buscarme, ¿sabes? Si lo haces te iría mal<br />
—prosiguió la damita—, porque nunca más volvería a hacértelo, y encima serias<br />
castigado.<br />
—¿Por qué no jodemos como el semental y la potranca?<br />
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