Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
caer presa de un ataque que probablemente hubiera imposibilitado para siempre la<br />
repetición de una escena semejante.<br />
Un fuerte grito se escapó de la garganta de Ambrosio. Verbouc sabía bien lo que ello<br />
representaba: se estaba viniendo. Su éxtasis sirvió para apresurar a la otra pareja, y un<br />
aullido de lujuria llenó el ámbito mientras los dos monstruos inundaban a sus víctimas de<br />
líquido seminal. Pero no bastó una, sino que fueron precisas tres descargas de la prolífica<br />
esencia del cura en la matriz de la tierna joven, para que se apaciguara la fiebre de deseo<br />
que había hecho presa de él.<br />
<strong>De</strong>cir simplemente que Ambrosio había descargado, no daría una idea real de los<br />
hechos. Lo que en realidad hizo fue arrojar verdaderos borbotones de semen en el interior<br />
de Julia, en espesos y fuertes chorros, al tiempo que no cesaba de lanzar gemidos de éxtasis<br />
cada vez que una de aquellas viscosas inyecciones corría a lo largo de su enorme uretra, y<br />
fluían en torrentes en el interior del dilatado receptáculo. Transcurrieron algunos minutos<br />
antes de que todo terminara, y el brutal cura abandonara su ensangrentada y desgarrada<br />
víctima.<br />
Al propio tiempo el señor Verbouc dejaba expuestos los abiertos muslos y la<br />
embadurnada vulva de su sobrina, la cual yacía todavía en el soñoliento trance que sigue al<br />
deleite intenso, despreocupada de la espesa exudación que, gota a gota, iba formando un<br />
charco en el suelo, entre sus piernas enfundadas en seda.<br />
—¡Ah, qué delicia! —exclamó Verbouc—. <strong>De</strong>spués de todo, se encuentra deleite en<br />
el cumplimiento del deber, ¿no es asi, <strong>De</strong>lmont?<br />
Y volviéndose hacia el anhelado sujeto, continuó:<br />
—Si el padre Ambrosio y yo mismo no hubiéramos mezclado nuestras humildes<br />
ofrendas con la prolífica esencia que al parecer aprovecha usted tan bien, nadie hubiera<br />
podido predecir qué entuerto habría acontecido. ¡Oh, sí!, no hay nada como hacer las cosas<br />
debidamente, ¿no es cierto, <strong>De</strong>lmont?<br />
—No lo sé; me siento enfermo, estoy como en un sueño, sin que por ello sea<br />
insensible a sensaciones que me provocan un renovado deleite. No puedo dudar de su<br />
amistad.., de que sabrán mantener el secreto. He gozado mucho, y sin embargo, sigo<br />
excitado. No sabría decir lo que deseo. ¿Qué será, amigos míos?<br />
El padre Ambrosio se aproximó, y posando su manaza sobre el hombro del pobre<br />
hombre, le dio aliento con unas cuantas palabras susurradas en tono reconfortante.<br />
Como una pulga que soy, no puedo permitirme la libertad de mencionar cuáles<br />
fueron dichas palabras, pero surtieron el efecto de disipar pronto las nubes de horror que<br />
obscurecían la vida del señor <strong>De</strong>lmont. Se sentó, y poco a poco fue recobrando la calma.<br />
Julia, también recuperada ya, tomó asiento junto al fornido sacerdote, que al otro lado<br />
tenía a Bella. Hacía ya tiempo que ambas muchachas se sentían más o menos a gusto. El<br />
santo varón les hablaba como un padre bondadoso, y consiguió que el señor <strong>De</strong>lmont<br />
abandonara su actitud retraída, y que este honorable hombre, tras una copiosa libación de<br />
vino, comen-zara asimismo a sentirse a sus anchas en el medio en que se encontraba,<br />
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