Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
No cabía dudarlo, sometida como estaba a la excitación por parte de aquella pequeña<br />
beldad.<br />
—<strong>De</strong>spués tomó mi otra mano y las puso ambas sobre aquel objeto peludo. Me<br />
espanté al ver el brillo que adquirían sus ojos, y que su respiración se aceleraba, pero él me<br />
tranquilizó. Me llamó querida niña, y, levantándose, me pidió que acariciara aquella cosa<br />
dura con mis senos. Me la mostró muy cerca de mi cara.<br />
—¿Fue todo? -preguntó Bella, en tono persuasivo.<br />
—No, no. <strong>De</strong>sde luego, no fue todo; ¡pero siento tanta vergüenza...! ¿<strong>De</strong>bo<br />
continuar? ¿Será correcto que divulgue estas cosas? Bien. <strong>De</strong>spués de haber cobijado aquel<br />
monstruo en mí seno por algún tiempo, durante el cual latía y me presionaba ardiente y<br />
deliciosamente, me pidió que lo besara.<br />
Lo complací en el acto. Cuando puse mis labios sobre él, sentí que exhalaba un<br />
aroma sensual. A petición suya seguí besándolo. Me pidió que abriera mis labios y que<br />
frotara la punta de aquella cosa entre ellos. Enseguida percibí una humedad en mi lengua y<br />
unos instantes después un espeso chorro de cálido fluido se derramó sobre mi boca y bañó<br />
luego mi cara y mis manos.<br />
Todavía estaba jugando con aquella cosa, cuando el ruido de una puerta que se abría<br />
en el otro extremo de la iglesia obligó al buen padre a esconder lo que me había confiado,<br />
porque —dijo— la gente vulgar no debe saber lo que tú sabes, ni hacer lo que yo te he<br />
permitido hacer”.<br />
Sus modales eran tan gentiles y corteses, que me hicieron sentir que yo era<br />
completamente distinta a todas las demás muchachas. Pero dime querida Bella, ¿cuáles<br />
eran las misteriosas noticias que querías comunicarme? Me muero por saberlas.<br />
—Primero quiero saber si el buen padre Ambrosio te habló o no de los goces... o<br />
placeres que proporciona el objeto con el que estuviste jugueteando, y si te explicó alguna<br />
de las maneras por medio de las cuales tales deleites pueden alcanzarse sin pecar.<br />
—Claro que sí. Me dijo que en determinados casos el entregarse a ellos constituía un<br />
mérito.<br />
—Supongo que después de casarse, por ejemplo.<br />
—No dijo nada al respecto, salvo que a veces el matrimonio trae consigo muchas<br />
calamidades, y que en ocasiones es hasta conveniente la ruptura de la promesa<br />
matrimonial.<br />
Bella sonrió. Recordó haber oído algo del mismo tenor de los sensuales labios del<br />
cura.<br />
—Entonces, ¿en qué circunstancias, según él, estarían permitidos estos goces?<br />
—Sólo cuando la razón se encuentra frente a justos motivos, aparte de los de<br />
complacencia, y esto sólo sucede cuando alguna jovencita, seleccionada por los demás por<br />
sus cualidades anímicas, es dedicada a dar alivio a los servidores de la religión.<br />
—Ya veo —comenté Bella—. Sigue.<br />
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