Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres
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<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />
Igual hubiera sido que Bella implorara a los vientos. <strong>Una</strong> rápida sucesión de<br />
sacudidas, unas cuantas pausas entre ellas, más esfuerzos, y Bella quedó empalada.<br />
—¡Ah! —exclamó el violador, volviéndose con aire triunfal hacia su coadjutor, con<br />
los ojos centelleantes y sus lujuriosos labios babeando de gusto—. ¡Ah, esto es<br />
verdaderamente sabroso. Cuán estrecha es y, sin embargo, lo tiene todo adentro. Estoy en<br />
su interior hasta los testículos!<br />
El señor Verbouc practicó un detenido examen. Ambrosio estaba en lo cierto. Nada<br />
de sus órganos genitales, aparte de sus grandes bolas, quedaba a la vista, y éstas estaban<br />
apretadas contra las piernas de Bella.<br />
Mientras tanto Bella sentía el calor del invasor en su vientre. Podía darse cuenta de<br />
cómo el inmenso miembro que tenía adentro se descubría y se volvía a cubrir, y acometida<br />
en el acto por un acceso de lujuria se vino profusamente, al tiempo que dejaba escapar un<br />
grito desmayado.<br />
El señor Verbouc estaba encantado.<br />
—¡Empuja, empuja! —decía—. Ahora le da gusto. Dáselo todo... ¡Empuja!<br />
Ambrosio no necesitaba mayores incentivos, y tomando a Bella por las caderas se<br />
enterraba hasta lo más hondo a cada embestida. El goce llegó pronto; se hizo atrás hasta<br />
retirar todo el pene, salvo la punta, para lanzarse luego a fondo y emitir un sordo gruñido<br />
mientras arrojaba un verdadero diluvio de caliente fluido en el interior del delicado cuerpo<br />
de Bella.<br />
La muchacha sintió el cálido y cosquilléante chorro disparado a toda violencia en su<br />
interior, y una vez más rindió su tributo. Los grandes chorros que a intervalos inundaban<br />
sus órganos vitales, procedentes de las poderosas reservas del padre Ambrosio —cuyo<br />
singular don al respecto expusimos ya anteriormente— le causaban a Bella las más<br />
deliciosas sensaciones, y elevaban su placer al máximo durante las descargas.<br />
Apenas se hubo retirado Ambrosio cuando se posesionó de su sobrina el señor<br />
Verbouc, y comenzó un lento disfrute de sus más secretos encantos. Un lapso de veinte<br />
minutos bien contados transcurrió desde el momento en que el lujurioso tío inició su goce,<br />
hasta que dio completa satisfacción a su lascivia con una copiosa descarga, la que Bella<br />
recibió con estremecimientos de deleite sólo capaces de ser imaginados por una mente<br />
enferma.<br />
—Me pregunto —dijo el señor Verbouc después de haber recobrado el aliento, y de<br />
reanimarse con un buen trago de vino—, me pregunto por qué es que esta querida chiquilla<br />
me inspira tan completo arrobo. En sus brazos me olvido de mí y del mundo entero.<br />
Arrastrado por la embriaguez del momento me transporto hasta el límite del éxtasis.<br />
La observación del tío —o reflexión, llámenle ustedes como gusten— iba en parte<br />
dirigida al buen padre, y en parte era producto de elucubraciones espirituales interiores que<br />
afloraban involuntariamente convertidas en palabras.<br />
—Creo poder decírtelo —repuso Ambrosio sentenciosamente—. Sólo que tal vez no<br />
quieras seguir mi razonamiento.<br />
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