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Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres

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Capitulo II<br />

<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />

CURIOSA POR SABER EL DESARROLLO DE UNA aventura en la que ya estaba<br />

verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella,<br />

me sentí obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no<br />

molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un<br />

ataque a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos<br />

necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven.<br />

No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo<br />

transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre<br />

confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacristía, con el fin de decidir sobre<br />

el sino de la infortunada Bella.<br />

Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante<br />

la puerta de aquélla y llamó.<br />

La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.<br />

A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie frente a la imponente<br />

figura del santo varón.<br />

Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos. El padre<br />

Ambrosio lo rompió al fin para decir:<br />

—Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del<br />

penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino.<br />

Al oír aquellas bondadosas palabras Bella cobró aliento y pareció descargarse de un<br />

peso que oprimía su corazón.<br />

El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo cojín<br />

que cubría una gran arca de roble.<br />

—He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija mía. Durante<br />

algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la<br />

de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente<br />

llegué a poseer.<br />

Hizo una pausa, y Bella, que sabía muy bien el severo carácter de su tío, de quien<br />

además dependía por completo, se echó a temblar al oír tales palabras.<br />

Tomándola de la mano y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él,<br />

mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:<br />

—Pero me dolía pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal<br />

revelación, y pedí a la Virgen Santísima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló<br />

un camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las<br />

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