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Memorias De Una Pulga - AMPA Severí Torres

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Julia estaba narcotizada.<br />

<strong>Memorias</strong> <strong>De</strong> <strong>Una</strong> <strong>Pulga</strong><br />

<strong>Una</strong> vez más <strong>De</strong>lmont se lanzó al ataque. Empujó con fuerza hacia adelante, afianzó<br />

sus pies en el piso, se enfureció, echó espumarajos y... ¡por fin! la elástica y suave barrera<br />

cedió, permitiéndole entrar. <strong>De</strong>ntro, con una sensación de éxtasis triunfal. <strong>De</strong>ntro, de modo<br />

que el placer de la estrecha y húmeda compresión arrancó a sus labios sellados un gemido<br />

de placer. <strong>De</strong>ntro, basta que su arma, enterrada hasta los pelos de su bajo vientre, quedó<br />

instalada, palpitante y engruesando por momentos en la funda de ella, ajustada como un<br />

guante.<br />

Siguió entonces una lucha que ninguna pulga sería capaz de describir. Gemidos de<br />

dicha y de sensaciones de arrobo escaparon de sus labios babeantes. Empujó y se inclinó<br />

hacia adelante con los ojos extraviados y los labios entreabiertos, e incapaz de impedir la<br />

rápida consumación de su libidinoso placer, aquel hombrón entregó su alma, y con ella un<br />

torrente de fluido seminal que, disparado con fuerza hacia adentro, bañó la matriz de su<br />

propia hija.<br />

<strong>De</strong> todo ello fue testigo Ambrosio, que se escondió para presenciar el lujurioso<br />

drama, mientras Bella, al otro lado de la cortina, estaba lista para impedir cualquier<br />

comunicación hablada de parte de su joven visitante.<br />

Esta precaución fue, empero, completamente innecesaria, ya que Julia, lo bastante<br />

recobrada de los efectos del narcótico para poder sentir el dolor, se había desmayado.<br />

Capítulo XI<br />

TAN PRONTO COMO HUBO ACABADO EL COMBATE, y el vencedor,<br />

levantándose del tembloroso cuerpo de la muchacha, Comenzó a recobrarse del éxtasis<br />

provocado por tan delicioso encuentro, se corrió repentinamente la cortina, y apareció la<br />

propia Bella detrás de la misma.<br />

Si de repente una bala de cañón hubiera pasado junto al atónito señor <strong>De</strong>lmont, no le<br />

habría causado ni la mitad de la consternación que sintió cuando, sin dar completo crédito<br />

a sus ojos, se quedó boquiabierto contemplando, alternativamente, el cuerpo postrado de su<br />

víctima y la aparición de la que creía que acababa de poseer.<br />

Bella, cuyo encantador “negligée” destacaba a la perfección sus juveniles encantos,<br />

aparentó estar igualmente estupefacta, pero, simulando haberse recuperado, dio un paso<br />

atrás con una perfectamente bien estudiada expresión de alarma.<br />

—¿Qué... qué es todo esto? —preguntó <strong>De</strong>lmont, cuyo estado de agitación le impidió<br />

incluso advertir que todavía no había puesto orden en su ropa, y que aún colgaba entre sus<br />

piernas el muy importante instrumento con el que acababa de dar satisfacción a sus<br />

impulsos sexuales, todavía abotagado y goteante, plenamente expuesto entre sus piernas.<br />

—¡Cielos! ¿Será posible que haya cometido yo un error tan espantoso? —exclamó<br />

Bella, echando miradas furtivas a lo que constituía una atractiva invitación.<br />

—Por piedad, dime de qué error se trata, y quién está ahí<br />

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